El último duelo de Jean de Carrouges

A raíz del estreno de la película “The Last Duel” (2021), del afamado director Ridley Scott, se ha dado a conocer la interesante historia de Jean de Carrouges (1330-1396), un destacado noble francés, que se vio forzado a defender su honor, y el de su esposa, Marguerite de Thibouville, en un dramático duelo a muerte contra su rival, Jacques Le Gris (1330-1386). Este duelo de carácter judicial, es decir, entablado para dirimir quien tenía la razón en una disputa legal, según la costumbre del derecho germánico, suscitó tal escándalo y controversia entre la sociedad francesa que fue el último juicio por combate autorizado por el rey de Francia, y por el Parlamento de París. Quizás por ser el último, o por su dramática historia, su recuerdo perduró tras el paso de los siglos, siendo objeto de numerosos estudios, y debates, desde entonces hasta nuestros días.

Duelo entre Jean de Carrouges y Jacques le Gris, miniatura de Jean de Wavrin (m. 1475)
Duelo entre Jean de Carrouges y Jacques le Gris, miniatura de Jean de Wavrin (m. 1475)

1 – Origen y juventud de Jean de Carrouges.

Jean de Carrouges IV nació en la villa de Sainte Marguerite de Carrouges, en el ducado de Normandía, Francia, a finales de 1330, siendo el primer hijo del matrimonio entre Jean de Carrouges III y Nicole de Buchard. Su familia pertenecía a la nobleza menor territorial, que servía en vasallaje a los condes de Perche, y su principal posesión era la villa de Carrouges, un antiguo oppidum (poblado fortificado erigido sobre una altura) en el que la familia había residido durante varias generaciones. Pese a este modesto origen, la familia logró ascender en el escalafón socioeconómico de la nobleza, gracias a los destacados servicios militares de su padre, Jean de Carrouges III, frente a la invasión inglesa de Francia (1339), en el contexto de la Guerra de los Cien Años (1337–1453). Dichos servicios fueron recompensados con su nombramiento como vizconde del castillo de Bellême, es decir, actuaría en nombre del conde en ese territorio, administrando su defensa y la recaudación de tributos. Este un lucrativo cargo contribuyó a aumentar el patrimonio de la familia en unos tiempos en los que la guerra causaba estragos en el país.

El joven Jean de Carrouges IV siguió los pasos de su padre, y desde muy temprana edad escogió el camino de las armas, destacando pronto por su valor y por su destreza a lomos de un caballo. Por otro lado, esto incidió también en que recibiese una escasa formación académica, siendo probable que apenas supiese leer y escribir, ya que los documentos de su autoría que se conservan no aparecen firmados, solo sellados. Aunque esto era algo habitual en la época, aun siendo miembro de una clase privilegiada, como eran los nobles.  

Tras alcanzar la mayoría de edad, Jean siguió los pasos de su padre y dedicó su vida al servicio militar, combatiendo contra los invasores ingleses al servicio de Roberto de Alençon, conde de Perche (1344–1377). En este contexto, de guerra intermitente, la familia sufrió un duro golpe para su orgullo, y para su patrimonio, como fue la pérdida de su hogar en Carrouges, cuando los ingleses arrasaron la villa, en 1367. Tras esta desgracia, y dada la importancia estratégica del lugar, ubicado en la frontera sur de Normandía, los Carrouges se vieron obligados, por orden del rey Carlos V de Francia, a construir una nueva fortificación en un enclave cercano a su antigua casa. Su nuevo hogar sería el típico donjon francés (una torre alta amurallada), pero, con el paso de los siglos, se convertiría en una imponente mansión que sobrevivió hasta nuestros días, el famoso: Château de Carrouges.

Tras este episodio, y quizás buscando recuperar parte del patrimonio perdido, y de paso ampliar sus propiedades, Jean de Carrouges IV se casó con la dama Jeanne de Tilly, hija del prospero señor de Chambois. Este matrimonio le permitió aumentar sus riquezas, y tierras, gracias a la dote obtenida, y, además, ascender en el escalafón social de la nobleza normanda. Es por aquel entonces que Jean de Carrouges entabla una relación de amistad con un noble vecino: Jacques le Gris (1330-1386). La relación de cordialidad entre ambos debió ser muy alta, ya que pocos años después, Jacques se convirtió en el padrino del primer hijo de Jean de Carrouges y Jeanne de Tilly, uno de los mayores honores en aquella época. Es posible que esta buena relación entre ambos se debiese a las campañas militares que compartieron, sirviendo al conde de Perche, aunque, curiosamente, antes de que Jacques le Gris decidiese optar por la carrera militar, estuvo formándose como novicio con la intención de ingresar en una orden monástica. Esto, le sirvió para contar con una buena educación, lo que, sumado a su destreza militar (las crónicas hacen referencia a que era un hombre de gran corpulencia y fuerza física), le permitió alcanzar el rango militar de escudero y ascender socialmente, pese a provenir de una familia de origen relativamente humilde y desconocido, obteniendo el mando sobre la importante fortaleza de Exmes en 1370.

En 1377, Roberto, el conde de Perche, falleció repentinamente sin dejar descendencia. Por ello, su herencia, y títulos, pasaron a su hermano menor, Pierre de Alençon (1340-1404). Esta circunstancia cambió para siempre la vida de Jean de Carrouges, que perdió a su principal valedor, y pasó a servir a un nuevo señor que desconocía su valía.

Tras presentarse en la nueva corte del condado, establecida en la ciudad de Argentan, para servir a Pierre de Alençon, Jean de Carrouges comienza a distanciarse de su antaño amigo, Jacques le Gris. Esto se debe principalmente a la ascensión de este último, gracias a su carisma, y a su educación y modales cortesanos, que le permitieron entrar en el círculo privado del nuevo conde, y obtener grandes prebendas de éste, como fue, en 1378, la concesión del estado (señorío) de Aunou-le-Faucon, ubicado a pocos kilómetros al sur de Argentan, que había sido adquirido recientemente por el conde de Alençon.

Este fulgurante ascenso de Jacques le Gris provocó los celos de Jean de Carrouges, que se sentía con mayores derechos a obtener el favor de Pierre de Alençon, por ser su familia mucho más antigua, y por el largo servicio militar prestado tanto por su padre, como por él mismo, al anterior conde. Sin embargo, se vio sumido en el ostracismo, sin que nadie le prestase la atención que consideraba merecida. A esto, se sumó la terrible perdida, en esos años, de su mujer e hijo, que murieron víctimas, probablemente, de algún tipo de enfermedad infecciosa o plaga. Amargado por todos estos hechos, en 1379 Jean de Carrouges, decidió dejar la corte de Argentan para unirse, junto con su sequito de nueve escuderos, al ejército del almirante de Francia, Jean de Vienne (1341-1396), y participar en una nueva campaña militar que tenía por objetivo acabar con la presencia de tropas inglesas en la península de Cotentin, al norte de Normandía.

Allí, pasó los siguientes cinco meses, probablemente tratando de olvidar su dolor con el frenesí de los combates. La campaña fue dura y, una vez más, Jean destacó por su valentía, y habilidad con las armas, en las batallas de asedio contra los castillos de Beuzeville, Carentan, y Coutances. Finalmente, el ejército francés pudo alzarse con la victoria, pero, el coste económico de la campaña, y, sobre todo, en vidas humanas, fue demasiado alto. Un buen ejemplo fue el séquito de Jean de Carrouges, que perdió, por muertes en combate, o de enfermedad, a cinco de sus nueve escuderos.

2 – Los años de agravios, 1380-1386.

A su regreso a la corte del conde de Alençon, a comienzos de 1380, Jean de Carrouges decidió buscar una nueva esposa para asegurarse la continuación de la línea familiar (su hermano era religioso y, por ello, no podía tener descendencia legítima). Por aquel entonces, Jean rondaba ya los cincuenta años, y, aunque mantenía su rango militar de escudero, disponía de propiedades, rentas, y varios hombres de armas a su servicio, lo que hacía de él un buen partido para cualquier dama de familia noble. Sin embargo, en su contra jugaba también su carácter difícil, ya que, según los cronistas de la época, Jean era una persona rencorosa, hosca, y con propensión a tener violentos ataques de ira cuando se sentía frustrado.

La elegida para ser su nueva esposa fue la dama Marguerite de Thibouville, una hermosa joven que era la única hija de Roberto de Thibouville, un noble normando que tenía mala fama, entre la nobleza local, por haberse rebelado en dos ocasiones, en 1340 y en 1360, contra el rey de Francia. Esta mala fama de la familia no debió influir mucho en la decisión de Jean de Carrouges de casarse con la joven Marguerite, ya que, con el matrimonio se aseguraba de recibir no solo una buena dote, sino los derechos hereditarios a parte de las tierras, y de la vasta riqueza, de los Thibouville. En la primavera, de ese mismo año de 1380, se celebró el matrimonio en la iglesia de Sainte Marguerite de Carrouges, y ambas casas nobiliarias unieron sus destinos.

Tan solo un año después, en 1381, Jean de Carrouges inició un pleito judicial contra su antiguo amigo, Jacques le Gris, reclamando su derecho de propiedad sobre Aunou-le-Faucon, el señorío que, como vimos en el capítulo anterior, el conde de Alençon había puesto en manos de le Gris, tras comprárselo, por 8.000 libras, precisamente al señor de Thibouville, el suegro de Jean de Carrouges. Es posible que Jean decidiera dar este paso porque ambicionaba las cuantiosas rentas de esas tierras, y porque consideraba también que su propiedad le correspondía legalmente, como parte de la dote por su matrimonio con la heredera del señor de Thibouville. Sin embargo, el pleito se resolvió en su contra, tras la intervención del propio rey en el asunto, que emitió un documento confirmando el derecho de propiedad del conde Pierre de Alençon sobre Aunou-le-Faucon, y, por consiguiente, su legítimo derecho a entregárselo a su súbdito Jacques le Gris. De esta forma, Jean de Carrouges perdió no sólo sus supuestos derechos a esas tierras, sino que quedó en muy mal lugar en la corte de Argentan, granjeándose la animadversión no solo de Jacques le Gris, sino del propio conde de Alençon. Su ambición se había vuelto en su contra.

Un año después, en 1382, el padre de Jean de Carrouges falleció, dejándole todas sus tierras y propiedades. Además, la capitanía sobre el castillo de Bellême quedó vacante, y Jean creía que le correspondía también heredar el cargo del que hasta entonces había disfrutado su padre. Sin embargo, el propietario del castillo de Bellême era el conde de Alençon, y, a causa del pleito pasado y su animadversión hacía Jean de Carrouges, decidió otorgar su capitanía a otro súbdito. Esta decisión era un grave insulto para Jean de Carrouges, ya que era lo mismo que decirle que no era digno de ocupar el cargo de su padre, y, enfurecido, decidió de nuevo llevar el asunto ante la justicia. Sin embargo, una vez más, perdió el litigio frente al conde, lo que distanció a ambos aún más.

Escudo de armas de los Carrouges
Escudo de armas de los Carrouges, imagen libre de Wikimedia Commons

Sin escarmentar, al año siguiente, en 1383, Jean de Carrouges decidió emplear la dote de su esposa para comprar dos feudos al norte de Argentan: Cuigny, y Plainville, al señor Jean de Vauloger. Sin embargo, poco tiempo después de comprar dichas tierras, el conde de Alençon le exigió que se les entregara, ya que tenía derechos de compra previos sobre ellas, a causa de las cargas fiscales que pesaban sobre las mismas. Una vez más, Jean de Carrouges perdió frente al conde, y, aunque pudo recuperar su dinero, el asunto solo sirvió para acrecentar su fama, en la corte, de ser un hombre demasiado ambicioso, y terco. Por su parte, Jean de Carrouges supuestamente culpó a Jacques le Gris de ser el responsable de todas sus desgracias, y de estar detrás de la actuación del conde de Alençon contra sus intereses económicos, y la adquisición de nuevas tierras. A causa de ello, comenzó a albergar un profundo resentimiento contra le Gris.

Pese a todo, en la navidad del año siguiente, 1384, ambos nobles mantuvieron una actitud aparentemente cordial con motivo de una reunión social a la que acudieron ambos para celebrar el nacimiento del hijo de un amigo común, Jean Crespin. Fue en dicha reunión cuando su esposa, Marguerite, y Jacques le Gris se encontraron por primera vez.Curiosamente, pese a sus desencuentros, y a la fama de mujeriego que tenía le Gris, Jean de Carrouges no dudó en solicitar a su esposa que le diese un beso (en aquellos tiempos era en la boca) a le Gris como muestra de amistad. Quizás, con este gesto, Jean buscaba reconciliarse con su antiguo amigo, y de paso recobrar el favor del conde de Alençon, o quizás solo fue una actuación de cara a la galería, pero, como luego veremos, no fue una buena idea. Jacques le Gris quedó prendado de la joven, y bella, Marguerite.

Algún tiempo después, en mayo de 1385, Jean de Carrouges se unió a una expedición militar, de nuevo comandada por el almirante Jean de Vienne, y partió rumbo a Escocia, buscando quizás recuperar en el campo de batalla su prestigio perdido.En esta ocasión, los franceses pretendían unirse a los rebeldes escoceses, en Edimburgo, para atacar conjuntamente el territorio inglés.

Tras llegar a tierras escocesas, el ejército francés comenzó una campaña de castigo contra Inglaterra, dedicándose a saquear aldeas, devastar tierras, y arrasar castillos fronterizos, como el de Wark. Tras eludir un contrataque inglés, que llegó hasta Edimburgo, el 7 de septiembre de 1385, el ejército francés decidió atacar la localidad de Carlisle, al norte de Inglaterra, en busca de obtener un suculento botín con su saqueo. Sin embargo, en esta ocasión la localidad contaba con importantes defensas y resistió su asalto. Ante esta situación, y faltos de equipamiento de asedio, los franceses decidieron replegarse hacia el norte. Sin embargo, en el camino fueron sorprendidos por un ejército inglés, liderado por Henry Percy (1364-1403), hijo del conde de Northumberland, y que no en vano era apodado “Hotspur” (impetuoso), que los atacó por la retaguardia sin darles tiempo a formar en orden de batalla. Este ataque por sorpresa provocó el pánico entre franceses y escoceses, que huyeron desordenadamente, abandonando el botín capturado y sufriendo en consecuencia una gran cantidad de muertos (entre los que estaban cinco de los nueve escuderos de Carrouges) y de prisioneros.

Tras esta debacle, los franceses se refugiaron en Edimburgo con la intención de pasar allí el invierno, pero, faltos de comida, y enemistados con sus aliados escoceses, a los que acusaban de no haberles ayudado lo suficiente durante la expedición a tierras inglesas, ni de proveerles de alimentos, se vieron abocados a finalizar su expedición, y regresar a casa, vía Flandes, a finales de 1385. Entre ellos estaba Jean de Carrouges que, aunque sobrevivió a la debacle militar, se encontraba enfermo de “fiebres” (algún tipo de infección), y estaba amargado por no haber logrado su objetivo de aumentar su riqueza con el botín obtenido en los saqueos, más bien todo lo contrario, al haber tenido que costearse, durante muchos meses, su equipamiento, y manutención, y el de sus nueve escuderos.

Pese a todo, la campaña no resultó una completa desventaja para sus intereses, ya que, a cambio de sus leales servicios, y del valor mostrado en el campo de batalla, Jean fue recompensado, finalmente, con el ansiado título de caballero. Esto, le permitiría ascender en el escalafón social de la nobleza y, además, percibir el doble de remuneración por sus servicios militares para el rey. Fue precisamente esto último, cobrar por los servicios prestados en las anteriores campañas, y con ello tratar de rellenar sus arcas vacías, lo que le empujó a viajar a la corte en París, a comienzos de 1896. De camino, visitó Argentan para presentar sus respetos al conde Pierre de Alençon, y allí tuvo un encontronazo verbal con Jacques le Gris, del que se desconocen los detalles, aunque es posible que se limitase a recriminarle no haber participado en la expedición a Escocia. Tras esto, continuó viaje y se reunió con el tesorero real, en la corte parisina, para reclamar sus honorarios y atrasos sufridos.

 Una vez concluidos sus asuntos en París, Jean de Carrouges retornó a su hogar, pero, para su desgracia, una vez allí conoció una terrible noticia que le enfrentaría para siempre con Jacques le Gris: su esposa Marguerite afirmaba que éste la había violado, aprovechando su ausencia.

3 – El crimen y el proceso judicial.

Mientras su esposo se encontraba en París, la dama Marguerite había permanecido en la residencia señorial de su suegra, Nicole de Carrouges, en la localidad de Capomesnil. El 18 de enero de 1386, su suegra tuvo que desplazarse, acompañada por la mayor parte de su séquito y sirvientes, a la cercana localidad de Saint-Pierre-sur-Dives para testificar, como testigo, en un proceso legal. Por este motivo Marguerite se quedó en Capomesnil acompañada tan solo por una doncella. Avisado previamente de esta circunstancia por Adam Louvel, un sirviente de confianza que se encontraba en Capomesnil, Jacques le Gris decidió actuar, e ir a visitar a Marguerite en su casa.

Tras llegar a la localidad, Jacques le Gris, acompañado por Adam Louvel, llamaron a la puerta de la mansión solicitando ver a Marguerite. La dama conocía a Louvel y le abrió la puerta. Louvel preguntó a la dama por su marido, para asegurarse de que no estaba en casa, y una vez seguro, la comentó que su señor Jacques le Gris estaba enamorado de ella y deseaba verla. Marguerite rechazó la propuesta, pero cuando se disponía a despedir a Louvel y cerrar la puerta, el propio le Gris entró en la vivienda y le declaró su amor. Sin embargo, la dama no dudo en rechazarle. Ante esto, Jacques le Gris, que conocía perfectamente las dificultades económicas por las que atravesaba su marido, la ofreció dinero a cambio de mantener relaciones sexuales con él. Marguerite se negó a aceptar la humillante propuesta, y entonces, le Gris, ayudado por su sirviente, la arrastró a la fuerza hasta su dormitorio mientras ella gritaba pidiendo ayuda y trataba de resistirse. Sin embargo, nadie acudió a su llamada y le Gris pudo consumar la violación.

Escena de violación de Le Roman de la Rose, por María Luisa de Saboya, 1475
Escena de violación de Le Roman de la Rose, por María Luisa de Saboya, 1475.

Tras finalizar, desataron a la dama y la amenazaron, diciéndole que si contaba a alguien lo sucedido no solo caería en la deshonra, sino que su marido podría llegar a matarla en un arrebato de furia. La dama accedió a guardar silencio momentáneamente, algo que pareció no convencer del todo a le Gris, que la explicó que estaba sola, y sin testigos nadie la creería, añadiendo que él tenía ya preparada una coartada, con testigos de que había estado todo el día en otro lugar. Por último, le Gris sacó su bolsa para entregarle unas monedas, algo que Marguerite rechazó, arrojándoselas de nuevo, gritándole que no que quería su dinero, que quería justicia, y que tendría justicia. Ante esto, Louvel se ofreció a golpear a la dama con objeto de amedrentarla, pero, un ofendido le Gris le abofeteó por tal indigna sugerencia, y ambos abandonaron la residencia. Tras el crimen, y la humillación sufrida, la dama Marguerite mantuvo silencio, tratando de continuar con sus quehaceres hasta el regreso de su esposo unos días después, sobre el 22 de enero, momento en el que le relató la violación sufrida y, además, que estaba embarazada.

Una vez enterado del grave delito cometido contra su mujer, Jean le Carrouges reunió a su familia, y a la de su mujer, para explicar lo acontecido y emprender una acción conjunta en busca de justicia. Su primer paso fue presentar una acusación contra Jacques le Gris en la corte de Argentan, pese a saber de antemano que el conde difícilmente actuaría contra su hombre de mayor confianza. La suposición se mostró cierta cuando el conde defendió ardientemente la inocencia de su amigo le Gris, acusando a Marguerite de haber inventado, o soñado, el ataque sufrido. Tras este primer paso, Jean de Carrouges acudió en busca de justicia ante el propio rey, Carlos VI, solicitando su autorización para desafiar a le Gris a un duelo judicial y que fuese Dios el que decidiese quién era culpable o inocente. El rey, trató de lavarse las manos, para evitar un escándalo público, y decidió remitir el caso al Parlamento de París, para que fuese allí juzgado.

 El 9 de julio de 1386, ambas partes, los Carrouges, y le Gris, se encontraron en el Parlamento. Jacques le Gris había contratado a uno de los mejores abogados de Francia, Jean le Coq, que le recomendó acogerse a su pasado como religioso, para evitar el juicio por combate, y ser así juzgado por un tribunal eclesiástico, algo a lo que le Gris se opuso frontalmente, considerándolo una deshonra para su nombre. Por ello, decidió recoger el guante, que Jean de Carrouges le lanzó delante de todos los congregados en el Parlamento, y aceptar el desafío. Sin embargo, y pese a que ambas partes habían aceptado dirimir sus diferencias mediante un duelo, aún faltaba que éste fuese autorizado por el Parlamento, y por el Rey, y, para ello, previamente debía celebrarse un juicio en el que tratar de dilucidar quien decía la verdad.

A falta de pruebas, y sin que las declaraciones de testigos, como Adam Louvel, sirviesen para arrojar algo de luz sobre el asunto, el juicio se fue alargando en el tiempo, sin que el tribunal pudiese dilucidar que parte tenía la razón. A la versión dada por Marguerite se oponía la coartada de le Gris, que juraba que nunca había estado allí, que todo era una conjura empleada por el envidioso Carrouges para desacreditarlo, y que era imposible recorrer a caballo los 80Km de distancia, de ida y vuelta, que había entre Argentan y Capomesnil, en un solo día, y menos en un día de invierno y con nieve en los caminos. Sin embargo, y como afirmó Jean de Carrouges; un hombre fuerte como le Gris, y con un buen caballo, podía recorrer esa distancia fácilmente en un día, sin importar el estado de los caminos. Finalmente, sin poder dilucidar la culpabilidad o inocencia del acusado, el 15 de septiembre el Parlamento aprobó la realización de un duelo judicial para que se resolviese el caso mediante el combate a muerte entre Jean de Carrouges y Jacques le Gris. Un combate, en el que también estaba en juego la vida de Marguerite, ya que, en caso de que su esposo fuese derrotado, se la consideraría culpable de perjurio y sería condenada a muerte.

4 – El último duelo, 29 de diciembre de 1386.

El 29 de diciembre de 1386, tras un mes de retraso para que el rey, de viaje en Flandes, pudiera estar presente, Jean de Carrouges y Jacques le Gris acudieron a un campo de justas, perteneciente al priorato de Saint-Martin-des-Champs, París, para batirse allí, ante la vista del rey, de los principales nobles y clérigos, y de miles de espectadores del pueblo llano, en un duelo a muerte.

Ambos contendientes se habían preparado mental, y físicamente, para la ocasión, y acudieron al combate con su equipamiento militar al completo: caballo de guerra, lanza, escudo con el blasón de su casa nobiliaria, armadura pesada (de malla y placas de acero), espada larga, hacha de pico de cuervo, y una daga de “misericordia” (llamada así porque se empleaba su hoja, larga y estrecha, para introducirla por las rendijas de la armadura y dar el golpe de gracia a los caballeros caídos del caballo, y que, heridos o lesionados gravemente, no se podían mover).

Tras preparase para el combate, los dos se presentaron ante el rey, y juraron ante Dios, la Virgen María, y San Jorge, cumplir con su deber, y defender la justicia de su causa. Una vez cumplidas estas formalidades, un heraldo se encargó de proclamar al público las advertencias y prohibiciones que, bajo penas severísimas, debían cumplir, como, por ejemplo: la obligatoriedad de permanecer sentados en todo momento, la prohibición a cualquier persona de entrar en el campo de duelo, y la prohibición de gritar, hablar, gesticular, o increpar a los contendientes (bajo pena de muerte y confiscación de bienes).

Finalizado el protocolo habitual, los dos hombres comenzaron su combate, cargando cada uno a caballo con la lanza en ristre para tratar de descabalgar a su rival. Jacques le Gris era más grande y fuerte, y contaba con un mejor, y más caro, equipamiento, mientras que Jean le Carrouges era un experto veterano que había sobrevivido a múltiples combates brutales, así que se puede decir que el combate estaba equilibrado.

Una igualdad que se demostró tras los dos primeros cruces de lanzas, en los que ninguno fue capaz de descabalgar a su rival. Finalmente, en un tercer choque ambos rompieron sus lanzas contra los escudos del rival y pasaron a emplear las hachas de batalla. En el encuentro con estas terribles armas, le Gris aprovechó su altura para golpear el cuello del caballo de Carrouges, matándolo al instante. Pese a este infortunio, Jean consiguió librarse de quedar atrapado debajo de su montura y, tras ponerse en pie, logró propinar un golpe con su hacha al caballo de le Gris, destripándolo. De esta forma, ambos quedaron igualados, y pasaron a combatir a pie con sus espadas.

En el combate a pie, Jacques le Gris aprovechó su mayor fuerza para forzar a Jean de Carrouges a mantenerse a la defensiva. Sus poderosos golpes acabaron provocando finalmente que Jean resbalase al retroceder y cayese al suelo. Entonces, le Gris aprovechó para clavarle su espada en el interior del muslo, que estaba desprotegido. Una escena que seguramente causó una gran desolación a la dama Marguerite, que, viendo a su esposo al borde de la muerte, temería que la derrota de éste significase también el final para su propia vida. Sin embargo, le Gris, dominado por un exceso de confianza en su propia fuerza, o quizás dubitativo, no aprovechó que Jean de Carrouges estaba en el suelo, y a su merced, para asestarle el golpe de gracia. Una circunstancia que el enfurecido señor de Carrouges supo aprovechar y, sacando fuerzas de flaqueza, se lanzó contra le Gris, y agarrándolo por la cintura logró derribarlo.  Una vez en el suelo, el gran tamaño de le Gris, y el excesivo peso de su armadura, se volvieron en su contra, y no pudo levantarse. Jean de Carrouges trató de atravesarlo con su espada, pero sus golpes no surtieron efecto y apenas pudo mellar la armadura de su rival, por ello, tiró su espada y desenvainó su daga de misericordia. Tras levantar con dicha arma el visor del casco de la armadura de le Gris, le conminó a rendirse y admitir su culpa. Sin embargo, y pese a la inminencia de su muerte, Jacques le Gris mostró el aplomo suficiente para negarse a rendirse y proclamar su inocencia “en nombre de Dios y bajo el peligro de condena entera para su alma”. Esas fueron sus últimas palabras, pues, a continuación, Jean de Carrouges le clavó su daga en el cuello. Tras esto, Jean de Carrouges, siguiendo el protocolo, preguntó al público presente si había cumplido con su deber y, tras recibir un atronador sí, abandonó a caballo el terreno de justas, llevándose como trofeo las armas y equipo de su rival, y se reunió con su aliviada esposa.

Duelo entre Jean de Carrouges y Jacques le Gris, miniatura de Jean de Wavrin, 1457
Duelo entre Jean de Carrouges y Jacques le Gris, miniatura de Jean de Wavrin, 1457

De esta forma, con la muerte de Jacques le Gris, finalizaba un duelo memorable, que sería recordado en Francia durante siglos. Con su victoria, Jean de Carrouges obtenía justicia para su mujer y recobraba su propio honor, puesto en entredicho.  Una victoria que el rey Carlos VI proclamó ante el público asistente, dando la razón a la justicia de la causa de Carrouges y, además, le recompensó con mil libras en efectivo, y una pensión vitalicia de 200 libras al año. Una vez finalizado este último acto protocolario, Jean de Carrouges y su esposa Marguerite se desplazaron a la catedral de Notre Dame para dar gracias a Dios por su victoria. Por otro lado, el cadáver de Jacques le Gris fue colgado en el patíbulo de Gibbet de Montfaucon, junto al de otros criminales, para su exhibición pública.

Tras estos sucesos, Jean de Carrouges empleó el dinero que le había concedido el rey, y unas seis mil libras, en oro, con las que le recompensó el Parlamento de París, para iniciar un nuevo proceso legal con objeto de reclamar de nuevo la propiedad de las tierras de Arnau-le Faucon, ahora que su titular había muerto.  Sin embargo, la justicia volvió a determinar que la propiedad de esas tierras correspondía al conde Pierre de Alençon. Pese a este traspiés, la fama y fortuna de Jean de Carrouges siguió incrementándose y en 1390 fue nombrado caballero de honor y guardaespaldas del rey, lo que significó un considerable aumento en su estatus social y en su paga. A esta alegría, se sumó el nacimiento de su primer hijo con Marguerite, al que siguieron otros dos, con lo que la continuidad de su línea de sangre quedaba asegurada.

Pese a todo este progreso en su vida, Jean de Carrouges seguía siendo un guerrero nato, y no dudo en abandonar de nuevo su hogar para unirse a su viejo amigo, el Almirante Jean de Vienne, en una nueva campaña militar. En esta ocasión se trataba de una cruzada, en el este de Europa, contra el avance del Imperio Otomano. El 25 de septiembre de 1396, los cruzados se enfrentaron al ejército turco en la Batalla de Nicópolis, Bulgaria. Tras un sangriento combate, en el que destacó la valiente carga de la caballería francesa contra las tropas enemigas, los cristianos fueron derrotados finalmente por la gran superioridad numérica del enemigo. Entre los miles de muertos que quedaron en ese funesto campo de batalla se encontraban el Almirante Jean de Vienne, y su leal compañero, el indómito Jean de Carrouges, que ya no pudo regresar junto a su esposa Marguerite.

5 – Consecuencias y valoración.

El duelo entre los señores Jean de Carrouges y Jacques le Gris fue uno de los acontecimientos mas sonados de su época, traspasando su historia las fronteras de su tiempo. Por este motivo, y por el revuelo que suscito entre las clases populares, el rey Carlos VI decidió suprimir para siempre los juicios por combate, una ancestral costumbre de los pueblos germánicos, y fortalecer un sistema judicial basado en el tradicional derecho romano.

En cuanto al propio caso en sí mismo, durante siglos se ha investigado el tema, tratando de dilucidar los diversos estudiosos si Jacques le Gris fue el verdadero culpable. Aunque, sin más pruebas, o testimonios, nunca lo podremos saber con total certeza. Sin embargo, y a la vista de los hechos, lo más probable es que en efecto fuese culpable de violar a Marguerite de Thibouville. Puede que Jacques le Gris se enamorase de la dama tras conocerla, y que esperase durante algún tiempo a que se presentase una ocasión idónea para actuar, y declararle su amor, y que, frustrado por su rechazo, decidiese vengarse violándola, y humillándola. También, es posible que le Gris, confiado en la impunidad que le proporcionaba ser el favorito del conde de Alençon, decidiese actuar de esta manera para provocar a Jean de Carrouges, y buscar un enfrentamiento con el que esperaba librarse de él y apoderarse de sus tierras.

Sea como fuere, lo que esta claro es que la dama Marguerite no tenía nada que ganar inventándose una violación, sino todo lo contrario. Su búsqueda de justicia le conllevó poner en riesgo su vida, ya que habría sido ejecutada por falso testimonio en caso de que su marido hubiera perdido el duelo. Aparte, el mero hecho de contar públicamente que había sido violada conllevaba también poner en boca de todos su honra y su nombre. Sin duda debió ser una mujer muy valiente para buscar justicia cuando lo fácil, y seguro, hubiera sido callar.

Cabe decir también que en aquella época la violación estaba castigada por la pena de muerte, y que, aunque este tipo de delitos eran frecuentes, sobre todo entre las clases populares, y a raíz de los asaltos a villas y ciudades durante las guerras, era bastante infrecuente que un noble decidiese violar a una mujer noble, y casada. Seguramente Jacques le Gris contaba con que la falta de testigos, y la protección del conde, serían suficientes salvaguardas en caso de juicio. O incluso, en su arrogancia, llegó a pensar que nadie creería a Marguerite, o que Jean de Carrouges, presa de los celos, sería capaz de matar a su esposa si ésta le narraba lo sucedido. Sea como fuere, fue un grave error de cálculo, por el que Jean le Gris perdió su vida y su buen nombre.

Imágenes:

Miniatura Fr 79, Folio 86v, de la Crónica de Inglaterra de Jean de Wavrin (m. 1475).

Escudo de armas de los Carrouges, imagen libre de Wikimedia Commons

Escena de violación de Le Roman de la Rose un manuscrito de Luisa de Saboya (madre del rey Francisco I), 1475. Bodleian Library MS. Douce 195

Miniatura del duelo judicial entre Jacques le Gris y Jean de Carrouges. Folio 267v de la Crónica de Inglaterra de Jean de Wavrin (m. 1475).

Fuentes y bibliografía:

– Froissart, Jean.: The life-and-death duel between James le Gris and John de Carogne. Crónicas de Froissart, Libro III, capitulo 46. Editorial Penguin 1978.  ASIN‏: ‎ B002XHNNFM

– Jager, Eric.: The Last Duel: A True Story of Trial by Combat in Medieval France. Publicado por Broadway Books (Random House Inc.). New York, 2004. ISBN: 978-0-7679-1961-6

© 2022 – Autor: Marco Antonio Martín García
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  1. Wow, mil gracias, por el relato de la valentia de esta mujer, en aquellos tiempos que la justicia para las mujeres claramente no existia, y aun en estos tiempos tenemos muchos invovenientes. Claramente Margarite, puso en riesgo su vida. Gracias.

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