En el año 9 d.C., tres legiones romanas, al mando del gobernador de “Germania Magna”, Publio Quintilio Varo, fueron aniquiladas por una alianza de tribus germánicas, al mando del caudillo Arminio, en el bosque de Teutoburgo (Baja Sajonia, Alemania). Este episodio, conocido como “el desastre de Varo”, supuso un freno a la conquista romana de Germania, una expansión que tenía por objetivo crear una frontera estable, en el río Elba, que impidiera a las tribus germanas realizar expediciones de saqueo contra las Galias. Sin embargo tras la contundente derrota en Teutoburgo, los romanos tuvieron que abandonar ese objetivo y, pese a que las exitosas campañas de Julio César Germánico consiguieron restañar el honor de Roma, la frontera quedó finalmente establecida en el Rin. Al otro lado del río, los germanos, feroces e independientes, siguieron siendo una amenaza para el Imperio.
1 – Las campañas militares de Roma en Germania.
El primer contacto de Roma con los germanos, los pueblos indoeuropeos que habitaban el centro y el norte de Europa, aconteció a finales del siglo II a.C., a raíz de la sangrienta guerra contra los cimbrios y teutones (113-101 a. C.). Tras obtener la victoria, los romanos no volvieron a tener problemas con estos pueblos “bárbaros” hasta el 58 a.C., cuando las incursiones de la tribu de los suevos, liderados por el caudillo Ariovisto, en el territorio de los eduos, celtas galos aliados de Roma, motivó la intervención del gobernador romano de la Galia Narbonense, Cayo Julio César, que logró expulsar a los germanos de las Galias, tras derrotarlos en la Batalla de Vesontio (Besançon).
Será precisamente César quien protagonice las primeras incursiones romanas en Germania, en el 55 a.C., y en el 53 a.C., cruzando la frontera, establecida en el río Rin (Rhein) para castigar a varias tribus germanas que realizaban incursiones de saqueo en la Galia. César, estaba más interesado en consumar la conquista de las Galias y en cimentar su carrera política, con vistas a obtener el poder absoluto en Roma, por ello, sus campañas en Germania fueron breves y no tuvieron mucha trascendencia. Aunque, por otro lado, sirvieron para que los romanos se hicieran una leve idea de cómo era aquel país boscoso poblado por fieros guerreros.
Tras el largo paréntesis de las guerras civiles que pusieron fin a la República, el emperador Augusto decidió realizar un nuevo esfuerzo bélico para frenar las incursiones de tribus germánicas, dividió la Galia en tres provincias: Aquitania, Bélgica, y Lugdunense, para mejorar su organización y defensa, y, además, estableció dos distritos militares: Germania Superior, y Germania Inferior, para proteger la frontera del Rin. Sin embargo, dicho esfuerzo se mostró ineficaz, cuando, en el 16 a.C., el gobernador romano de la Galia Bélgica, Marco Lolio, fue derrotado a orillas del Rin por una alianza de tribus germánicas; sicambros (o sugambros), usípetes, y téncteros, cuando salió con sus tropas para hacerles frente y poner fin a sus saqueos. Este hecho, conocido como “desastre de Lolio” (Clades Lolliana) supuso todo un escándalo en Roma por la humillación de la derrota y, sobre todo, por la pérdida del estandarte (el águila), de la Legión V Alaude (alondra), lo que para los romanos era toda una deshonra. En respuesta a ello, el emperador Augusto encomendó a su hijo adoptivo Claudio Druso una nueva campaña de pacificación contra los germanos con objeto de acabar de una vez por todas con sus incursiones a las Galias.
Entre el 12 a.C y el 9 a.C, Druso, al mando de seis legiones, apoyadas por un buen número de tropas auxiliares, y aliados, como los frisios (o frisones), realizó, por tierra y mar, una serie de brillantes campañas militares al otro lado del Rin que, aparentemente, permitieron a Roma pacificar la frontera de forma efectiva. Ante la invasión romana, las tribus germanas mostraron una gran división: los queruscos, sicambros, y suevos, forjaron una alianza contra Roma, mientras que otros, como los catos, prefirieron aliarse con los romanos, para preservar sus territorios, lo que, a su vez provocó una guerra entre catos y sicambros que Druso aprovechó para invadir sus territorios. Posteriormente los catos cambiaron de idea y se volvieron contra Roma, lo que provocó que Druso, en represalia, asolase sus tierras.
Tras derrotar a una última tribu, los marcomanos, Druso logró establecer la frontera romana en el río Elba. Había pacificado Germania en tan sólo tres años. Por desgracia para él, y para Roma, sus éxitos militares se truncaron al fallecer de gangrena, el 14 de septiembre de 9 a.C., tras haber sufrido una caída del caballo que le fracturó una pierna. Su hermano, Tiberio, el futuro emperador, le sucedió en el mando de las tropas y continuó la pacificación de “Germania Magna”, el territorio ocupado entre el Rin y el Elba, entre el 8 a.C. y el 6 a.C., hasta que sus desavenencias con su padre adoptivo, Augusto, le hicieron exiliarse a Rodas. Fue reemplazado por el gobernador Lucio Domicio Enobarbo (Ahenobarbus), un tipo peculiar, definido como arrogante y extravagante por los historiadores romanos, que decidió hacer historia y, extralimitándose en sus funciones de pacificar a las tribus locales, marchó con sus tropas al otro lado del Elba, siendo el primer romano en llegar tan lejos, en el corazón de Germania.
Las exitosas campañas de pacificación llevadas a cabo por Druso, y de sus sucesores, pusieron fin a las incursiones germanas en las Galias, y alejaron su amenaza de las fronteras del Imperio, sin embargo, los romanos no conquistaron Germania Magna, simplemente la ocuparon militarmente con la esperanza de que, a través de la progresiva pacificación del territorio, su incorporación al Imperio fuera algún día viable. Germania era un territorio agreste, poblado por frondosos bosques, en el que las comunicaciones eran muy precarias, y carecía del suficiente atractivo económico como para justificar el ingente coste en recursos que el Imperio debería acometer para “romanizarla”. La mejor prueba de que, con sus campañas militares, no pretendieron crear una provincia al uso, sino un territorio fronterizo militarizado, es que los romanos no construyeron emplazamientos estables al otro lado del Rin, ni infraestructuras duraderas, ni establecieron una burocracia local para administrar las tierras, cobrar impuestos, y legislar, se limitaron a levantar puentes para cruzar los ríos que servían de frontera natural, y campamentos destinados a acantonar sus tropas. Por otro lado, a los germanos esto les daba igual, para algunas tribus, los romanos sólo eran aliados incómodos en sus luchas territoriales, para otras, eran invasores que les forzaban a pagar tributos, y esperaban impacientemente que les llegase una oportunidad para recuperar su libertad. Dicha oportunidad llegaría en el año 7 d.C., con el regreso del líder que los desunidos germanos necesitaban: Arminio.
2 – Varo y Arminio, aliados y enemigos.
Publio Quintilio Varo (46 a.C. – 9 d.C), era hijo Sexto Quintilio, uno de los republicanos que se opuso a la ascensión de César y que acabó suicidándose tras la victoria de Marco Antonio y, del futuro emperador, Octavio, en la Batalla de Filipos (42 a.C). Pese a este pasado, y tener que criarse sin padre, al cuidado de varios familiares, Publio Quintilio no tuvo dificultades en incorporarse como funcionario al nuevo régimen imperial tras completar los primeros escalafones del “cursus honorum”, la carrera que preparaba a los jóvenes para ser funcionarios civiles y militares, y poder ejercer magistraturas públicas. Debió ser un joven brillante, pues ya ejerció el importante cargo de cuestor; encargado de las finanzas y de pagar a los ejércitos en las provincias imperiales de Oriente en el 22 a.C., antes de cumplir los 30 años, algo fuera de lo común.
Posteriormente, continuando su ascensión política, en el 15 a.C., comandó la Legión XIX durante la campaña de Druso “el mayor” contra Nórico y Recia, para expandir la frontera al norte de los Alpes con la incorporación de estos territorios, reconvertidos en provincias romanas. Un año después, a raíz de su matrimonio con Vipsania Marcela Agripina, hija del general Marco Agripa y nieta del propio emperador Octavio Augusto, su carrera recibió un fuerte impulso, siendo elegido al año siguiente cónsul, junto a Tiberio Claudio, el futuro emperador. Tras esto, en el 8 a.C., ejerció como gobernador de la provincia senatorial de África, y, al año siguiente fue nombrado gobernador de la rica y próspera provincia de Siria, en donde pasó los siguientes años, destacando como un hábil administrador y político, al lograr evitar los frecuentes problemas fronterizos con el poderoso imperio Parto, un enemigo habitual de Roma, y, suprimir exitosamente una revuelta en Judea que estalló, en el 4 a.C., tras la muerte del rey Herodes.
Tras el desastre en Teutoburgo, varios historiadores romanos centraron sus críticas en Varo, acusándolo de haber sido un hombre corrupto, y de haber aprovechado sus matrimonios, primero con la mencionada Vipsania Marcela, y, luego (se desconoce la fecha) con Claudia Pulcra (16 a.C.-26 d.C.), sobrina nieta de Octavio Augusto, para medrar. Sin embargo, estas visiones sobre Varo son cuanto menos cuestionables, ya que los historiadores romanos solían hacer recaer el peso de los fracasos sobre personas individuales, evitando así cuestionar la política estatal, o las decisiones del emperador (algo, que por desgracia sigue pasando en nuestra política o en deportes como el fútbol, siempre es más fácil que haya un único culpable para cerrar los problemas definitivamente).
El historiador romano, de origen judío, Flavio Josefo lo tildó, décadas después, de diplomático capaz, pero también de hombre duro, ya que, según él, ordenó crucificar a 2.000 rebeldes judíos tras suprimir su levantamiento, y de cobrar excesivos impuestos. Un contemporáneo de Varo, el historiador, y antiguo militar romano, Veleyo Patérculo acuñó una frase célebre sobre su estancia en Siria: “llegó a una provincia rica como un hombre pobre y dejó una provincia pobre como un hombre rico.” Honesto, o no, lo que estaba claro es que Varo era un hombre con amplia experiencia política y diplomática, y, por ello fue enviado, en el 7 d.C., a una misión delicada, como era consolidar la presencia romana en el territorio conquistado en Germania y emprender los primeros pasos para su integración efectiva en el Imperio: la “romanización”. Para facilitar su misión, Varo contaría con la inesperada ayuda de un noble germano educado en Roma: Arminio.
Arminio (Hermann, 18 a.C-21 d.C.) era el hijo mayor de Segimer, jefe de una de las principales facciones del pueblo germano de los queruscos. Tras las campañas militares de Druso, fue enviado, en el 8 a.C., junto con otros hijos de nobles germanos, como rehén a Roma, para garantizar, con su vida, el cumplimiento de los acuerdos de paz llevados a cabo entre los romanos y los queruscos. Por ello, Arminio se crió en Roma, recibiendo la ciudadanía romana y una esmerada educación, como correspondía al hijo de un noble, aunque fuera de un noble enemigo. Al alcanzar la mayoría de edad, ingresó en el ordo ecuestre y pasó a comandar una unidad de caballería de tropas auxiliares germanas. En el 4 d.C. sirvió en la campaña de Panonia, bajo el mando de Tiberio, hasta que en el 7 d.C. decidió regresar a su patria para asumir su posición como heredero de su padre, y líder de su facción de los queruscos (el líder de la otra facción de queruscos era su suegro, Segestes, que era abiertamente pro-romano), siendo reemplazado como rehén, y garante del pacto con los romanos, por su hermano menor, llamado por los romanos Flavio.
Arminio, y su tribu, eran, en teoría, aliados de Roma, pero, el joven líder germano conocía bien a los romanos, sus debilidades y fortalezas, y estaba convencido de ser capaz de derrotarlos y expulsarles de Germania, devolviendo con ello la libertad a sus pobladores. Para ello, Arminio debía conseguir una ardua tarea: unir a las principales tribus germanas, pues solo con la fuerza de todas ellas podría lograr su objetivo. Además, en su agenda estaba la posibilidad de gobernar en el futuro a las tribus que acudieran a su llamado. Solo necesitaba una cosa: una victoria aplastante y espectacular.

3 – La campaña militar en el verano del 9 d.C.
Desde su llegada a Germania Magna, Varo dedicó sus principales esfuerzos a la pacificación del territorio, tratando con las principales tribus germanas, aliadas o sometidas, para reforzar los acuerdos establecidos con ellas y evitar su desafección. Para ello, los romanos solían realizar cada año una campaña militar veraniega en la que cruzaban el Rin y visitaban a las distintas tribus germanas, asegurándose de su lealtad y de que pagasen los tributos debidos. Por tanto, Varo no tomó medidas administrativas para el desarrollo del territorio, como podrían haber sido la creación de asentamientos y el establecimiento de una burocracia de funcionarios civiles. Aún era pronto para eso, Germania simplemente era un territorio fronterizo militarizado, no era una provincia al uso. Mientras tanto, Arminio buscaba, en secreto, aliados que se unieran a los queruscos para enfrentarse a los romanos, y estudiaba el terreno en busca del lugar ideal para tender una emboscada exitosa.
En el invierno del 8 d.C. Varo ordenó a las legiones XVII, XVIII, y XIX, a seis cohortes de tropas auxiliares, y tres alae de caballería, concentrarse en el campamento de Castra Vetera (cerca de la actual ciudad de Xanten) para cruzar desde allí el Rin, en primavera, y comenzar una nueva campaña en la que pretendía visitar a las tribus sometidas y hacer una demostración de fuerza frente a los catos, que amenazaban con rebelarse de nuevo, y frente al rey Marbod, de los marcomanos, cuya neutralidad era de suma importancia para Roma. Entre los principales consejeros de Varo para la campaña militar estival se encontraba Arminio, que se había granjeado la confianza de los romanos por sus servicios pasados en Panonia, y por su amplio conocimiento del terreno y de sus pobladores. Por tanto, Arminio acompañaría a la columna romana, mientras que, en secreto, preparaba su destrucción, y la rebelión contra Roma.
En marzo del 9 d.C., Varo cruzó el Rin con sus tropas, unos 20.000 hombres, empleando para ello un puente de pontones que comunicaba ambas orillas y una pequeña flotilla de barcazas de apoyo acantonada en Castra Vetera. Tras el cruce, la columna de Varo avanzó a través del valle del río Lupia (Lippe), en dirección este, cruzando un territorio que separaba los dominios de la tribu de los sicambros y la tribu de los usipetes. Tras varios días de marcha, decidió descansar un tiempo en el campamento de Aliso (Haltem), mientras enviaba a sus exploradores a reconocer el terreno a recorrer. Precavidamente, Varo decidió convertir el campamento de Aliso en una base avanzada, desde la cual poder mantener abierta su línea de suministros con Castra Vetera. Por ello, dejó en Aliso un destacamento de guarnición, compuesto por dos cohortes de la legión XIX y un contingente de tropas auxiliares, al mando de Lucio Cedicio un veterano de 50 años que ostentaba el cargo de prefecto de campamento de la legión XIX. Tras esto, Varo continuó su ruta hacia el este, estableciendo una nueva base logística en el campamento de Anreppen, antes de continuar hacía el río Weser, en dónde pretendía pasar el verano, acampando en el territorio de sus aliados queruscos. Descontando las tropas que había dejado atrás en tareas de guarnición de los campamentos logísticos, a Varo le quedaban unos 13.500 soldados, un número suficiente, sobre el papel, para hacer frente a cualquier posible amenaza.
Tras alcanzar el territorio de sus anfitriones queruscos, el contingente romano pasó el verano acampado en un campamento temporal cercano a la actual ciudad de Minden, la capital de Renania (algunos autores piensan que los restos del campamento pueden estar precisamente bajo Minden, aunque otros historiadores apuestan por un yacimiento romano hallado al sur, en la zona de Barkhausen, o “Porta Westfalica”). El verano discurrió sin contratiempos, lo que, probablemente, llevó a pensar a Varo que los queruscos eran fieles aliados, y que los germanos estaban más preocupados en sus luchas tribales que en plantar cara a Roma. Sin embargo, cuando se preparaba para regresar con sus tropas a los campamentos de invierno, Segestes, el suegro de Arminio, y líder de la facción querusca pro-romana, aprovechó un momento, durante el banquete de despedida que los germanos brindaron a sus aliados, para acercarse a Varo y prevenirlo de que Arminio pensaba traicionarlo y atacar su columna en el camino de regreso al otro lado del Rin. Varo desoyó esta advertencia y, con ello, selló su destino.
Que Varo conociera la amenaza que se cernía sobre él y sus tropas ha sido uno de los aspectos más criticados a posteriori de su conducta como gobernador de Germania. Pero, es lógico que Varo, como hábil político que era, pensase que detrás de la advertencia de Segestes se escondía la intención oculta de librarse de su principal enemigo político, Arminio, y hacerse así con el control de la tribu. Los romanos eran muy dados a estos tipos de juego de poder, y a realizar acusaciones falsas para minar el prestigio de un rival y eliminarlo del camino. Varo creyó que esa era la intención de Segestes, y antepuso su creencia en la lealtad de Arminio sobre el sentido común que siempre ha de guiar las decisiones de un buen comandante militar. Un error que pagaría con su vida.
Por otro lado, y para no ser demasiado duros con Varo, hay que tener en cuenta la magistral habilidad que mostró Arminio para ganarse la confianza de los romanos y llevar a cabo en sigilo su planeada insurrección. Un planteamiento que estuvo a punto de ser desecho por su suegro Segestes y las constantes luchas internas que desunían a los germanos. Sin embargo, la suerte estuvo de su lado y sus planes no se vieron perjudicados. Los romanos confiaban en él, incluso pensaban que, por su educación en Roma era uno de ellos. Pronto los sacaría de su error.
4 – La sangrienta emboscada en el bosque de Teutoburgo.
Varo, había dispuesto regresar a sus cuarteles de invierno por el mismo camino que en la ida, algo que no convenía a los planes de Arminio, al ser un terreno menos proclive a las emboscadas, y, además, por estar protegido por las diversas guarniciones de los campamentos logísticos establecidos previamente por los romanos, por ello, se las ingenió para desviar a Varo de la ruta prevista y llevarlo al terreno elegido para emboscar su columna.
Para urdir su estratagema, Arminio utilizó a sus aliados, de la tribu de los angrivarii o angrivaros, para realizar incursiones y asaltos contra el territorio de los queruscos, es decir: contra su propio territorio, y así poder solicitar a sus aliados romanos que actuasen al respecto, desviándose de su ruta para realizar una demostración de fuerza frente a las tribus hostiles. Además, para acabar de convencer a Varo, ordenó a sus propios hombres, los jinetes del alae de caballería auxiliar que comandaba, atacar patrullas romanas y destacamentos de reparación de caminos. La pérdida de algunos soldados romanos acabó de convencer a Varo para actuar al respecto y ordenó a sus tropas desviarse de la ruta prevista y dirigirse hacia el territorio de los angrivaros y castigarlos por sus actos hostiles, poniendo fin a su insurrección, sin saber que esta era fingida. Para poder cumplir con este cometido y llegar a tiempo a los cuarteles de inverno, la columna Varo debía avanzar por el camino más corto: a través del bosque de Teutoburgo.
El 8 de septiembre del año 9 d.C., la columna de Varo, compuesta por unas 20.000 personas, entre soldados y civiles, acompañadas por más de 1.200 mulas de carga, comenzó a internarse por el estrecho camino que atravesaba la zona boscosa. Más adelante, les aguardaba un ejército de entre 20.000 y 35.000 germanos compuesto por los contingentes de varias tribus aliadas frente a Roma, siendo los más numerosos los de los angrivaros, con 5.000 guerreros, y los de los brúcteros, y queruscos, con 8.000 guerreros cada uno. El resto se completaba con los guerreros de tribus cercanas, como los catos, los sicambros, los marsios, los téncteros, los caucos, y los usípetes. En definitiva, una fuerza lo suficientemente grande como para arrollar al ejército romano.
Ajenos al peligro que se cernía sobre ellos, los romanos trataban de abrirse paso por el tortuoso terreno, cuando recibieron el primer ataque por parte de los brúcteros, que, tras lanzar una lluvia de jabalinas sobre los desprevenidos legionarios, atacaron la columna desde ambos lados del camino. Los romanos trataron de organizar una línea de batalla para hacerles frente, pero la estrechez del camino, encajonado entre colinas se lo impidió. Pese a todo, siempre disciplinados, tras recuperarse de la sorpresa, los legionarios comenzaron a organizarse y resistieron los embates enemigos hasta que los brúcteros decidieron retirarse, satisfechos con el éxito de esta primera escaramuza y con el gran número de bajas causado a los romanos. Es probable que Arminio y su ala de caballería auxiliar encabezaran la marcha para explorar el terreno y que aprovecharan la confusión para abandonar la columna y unirse a los atacantes.
Tras recuperarse de la conmoción del ataque, Varo ordenó a la columna acelerar la marcha con intención de salir del bosque y encontrar un claro en el que poder organizarse tácticamente y hacer frente a sus enemigos. Ya que intuían que los germanos les volverían a atacar. Mientras los cansados legionarios aceleraban el paso, la columna se fue estirando, quedando atrás los carros de suministros y los civiles, presa fácil para los guerreros germanos. A estas dificultades se sumó una más, ya que comenzó a llover intensamente, y el camino se convirtió en un cenagal de barro en el que los carros y los animales quedaban atascados.
Pese a todo, los romanos lograron avanzar y encontraron una colina boscosa en la que Varo ordenó acampar. Mientras una legión montaba guardia en orden de batalla, el resto de los agotados soldados se dedicó a levantar las tiendas de campaña y a construir la típica empalizada de madera con la que siempre protegían sus campamentos de marcha los romanos. La llegada de la noche puso fin a los combates, y Varo reunió en su tienda a sus oficiales, en busca de consejo sobre la estrategia a seguir. Las dificultades de combatir en el bosque, especialmente para la caballería, y la vulnerabilidad del convoy de suministros y los civiles, probablemente hicieron que los oficiales aconsejasen a Varo que optase con prudencia. Los romanos habían sufrido un número de bajas moderado y aún contaban con suficientes efectivos y suministros como para poder defenderse eficazmente. Obviamente, tampoco podían quedarse en el campamento temporal indefinidamente, ya que cuanto más tiempo pasara más guerreros germanos acudirían para unirse a la batalla. Varo decidió recurrir a los consejos de Arminio, lo que indica que aún desconocía su traición. Al no encontrarle en el campamento, y sin saber si estaba muerto o herido, o había huido, Varo decidió enviar, al amanecer del 9 de septiembre, un grupo de hombres en su busca. Otro grupo de hombres partiría para explorar el camino que tenían por delante, mientras que el grueso de los soldados permanecería en el campamento. Varo, había tomado la sensata medida de esperar a que parase la lluvia antes de iniciar de nuevo la marcha.
Tras varias horas de espera, los exploradores regresaron, informando a Varo de que no habían encontrado enemigos, pero que el camino estaba muy embarrado en varios puntos, lo que lo hacía impracticable para los carros, y que, además, los germanos lo habían cortado con varios árboles derribados, lo que obligaría a los zapadores romanos a invertir un tiempo precioso en despejarlo de obstáculos. Por otro lado, el grupo enviado en busca de Arminio lo encontró acampado con sus tropas de caballería, y, sin saber de su duplicidad, acudió a su encuentro para solicitarle ayuda. Nada más entrar en el campamento fueron apresados, torturados, y asesinados por Arminio.
Al ver que sus hombres no regresaban, Varo probablemente comprendió por fin que el caudillo querusco le había traicionado y que su situación era mucho más peligrosa de lo que pensaba en un principio. Al anochecer, y tras reunirse de nuevo con sus oficiales, Varo decidió reemprender la marcha al día siguiente, independientemente de las condiciones climáticas, y seguir el camino del bosque hacia el oeste, con la intención de alcanzar sus propias líneas lo más rápidamente posible. Para no entorpecer la marcha, los carros se dejarían atrás y los suministros serían transportados únicamente sobre mulas. Los heridos correrían la misma suerte, siendo abandonados en el campamento temporal, al cuidado de un puñado de sanitarios, para evitar que pudieran ralentizar al resto. Su suerte quedaba así sellada y es probable que muchos de ellos optasen por suicidarse para evitar en caer en manos de los germanos y ser torturados.
Tras estas duras medidas, el 10 de septiembre, la columna reanudó la marcha en formación de combate, anticipando que la única forma de salir del bosque sería atravesando un muro de enemigos. Para ello, los legionarios irían en cabeza, protegiendo la vanguardia y el cuerpo principal de la columna, mientras que la caballería, al mando de Numonius Vala, se dedicaría a proteger la retaguardia, compuesta por el tren de suministros y los civiles que lo acompañaban.
Tras varias horas de dura marcha, y siendo continuamente hostigados por partidas de guerreros germanos, la columna logró salir del bosque al atardecer. Atrás quedó un buen número de soldados muertos, no solo los caídos en combate, sino también aquellos heridos que, al no poder continuar la marcha, fueron rematados por sus compañeros para evitar que cayeran en manos de los germanos y fuesen horriblemente torturados. De nuevo, los germanos no osaron atacar a los romanos en campo abierto y se mantuvieron a la espera. Aprovechando este respiro, Varo ordenó a sus fatigadas tropas construir un campamento para pasar la noche, ubicado a algunos kilómetros al este de la colina Kalkriese, una elevación de 157 metros, que domina el entorno.
Para entonces, la situación de la columna romana era sumamente grave, la moral era baja y el número de bajas se había incrementado mucho; muchos soldados tenían heridas leves, y, entre los abundantes muertos, se encontraban los oficiales al mando (legados) de las legiones XVII y XIX, que habían caído en combate durante la marcha. Tras consultar de nuevo con sus oficiales supervivientes, a Varo le quedó claro que un día más de marcha a través del bosque sería durísimo, los informes de los exploradores indicaban que el camino hacia el sur estaba enfangado y era muy estrecho, mientras que si continuaban hacia el norte podrían mantenerse en campo abierto más tiempo, aunque darían un mayor rodeo y tardarían más tiempo en alcanzar sus líneas.
Sin saber muy bien qué decisión tomar, Varo ordenó al legado Numonius Vala que partiese junto con sus mejores jinetes hacia el norte, y que, una vez a salvo, se dirigiese al oeste, para alertar del peligro a las guarniciones romanas, y que éstas abandonasen Germania Magna para reagruparse en la orilla oeste del Rin y, desde allí, preparar su defensa. Es decir, Varo temía que los germanos continuasen su ofensiva y atacasen Germania Inferior y la Galia Bélgica. Una preocupación estratégica extraña, teniendo en cuenta la peligrosa situación en la que se encontraba, y que parece denotar que Varo no pensaba salir con vida del bosque de Teutoburgo y daba sus últimas órdenes como gobernador.
Por desgracia, Numonius Vala y sus jinetes no llegaron lejos, cansados por la marcha, al poco de salir del campamento fueron alcanzados por el destacamento de caballería auxiliar de Arminio y masacrados. Al ver la muerte de sus hombres, Varo comprendió que no existía ninguna esperanza y, poco después, decidió suicidarse con su espada para evitar una mayor deshonra, como era la posibilidad de caer en manos de los germanos. Para los historiadores romanos, su suicidio fue un gesto valiente que buscaba salvaguardar el honor de su familia, al igual que hizo su padre tras la derrota en la Batalla de Filipos, pero, en mi opinión, fue todo lo contrario: abandonó a sus hombres en el momento en que era más necesario ejercer el liderazgo. Para mayor desgracia, un buen número de los oficiales superiores supervivientes decidió imitar su ejemplo y se suicidaron para salvar su honor. Tras esto, el ejército quedó al mando de dos veteranos: Cejonio, y Lucio Egio, los respectivos prefectos de campamento de las legiones XVII y XIX.
Tras estos acontecimientos y con la moral bajo mínimos, al amanecer del 11 de septiembre, la columna se dispuso a continuar la marcha hacia el Rin. Con la ruta hacia el norte cortada por los hombres de Arminio y la llegada de más contingentes germanos por el sur, convergiendo sobre el campamento, a los romanos solo les quedaba continuar por el tortuoso camino hacia el oeste, y la esperanza de alcanzar sus líneas. Agrupados en dos grupos de combate, los romanos decidieron partir por separado, quizás con la intención de confundir a los germanos. El primer grupo, al mando de Egio, salió poco antes del amanecer y, un tiempo después, el segundo grupo abandonó el campamento. De nuevo, los germanos les hostigaron a lo largo del difícil trecho boscoso, hasta que al llegar a las faldas de la colina Kalkriesser, se toparon con que Arminio, buen conocedor del terreno, había dado un rodeo para situarse en la colina y, había construido una empalizada defensiva para cortarles el paso. Con el resto de contingentes germanos acercándose por el flanco y la retaguardia, la única opción para el grupo de Egio era atravesar el bloqueo en la colina antes de que sus enemigos pudieran atacarles conjuntamente. Para ello, formaron en testudo (tortuga), un muro de escudos con el que poder acercarse a la barricada enemiga y comenzar a demolerla mientras los germanos les lanzaban una lluvia de jabalinas.
Mientras tanto, el segundo grupo, al mando de Cejonio, continuaba su marcha por el sendero sin saber del peligro que aguardaba más adelante. Decidido a evitar que ambos grupos pudieran unir fuerzas, Arminio ordenó a sus hombres atacar en masa al grupo de Cejonio. Los romanos, atacados súbitamente por ambos flancos, y superados ampliamente en número, trataron de resistir y organizarse, pero no tenían ninguna posibilidad y acabaron siendo separados en grupos. El propio Cejonio, y los legionarios que estaban en la retaguardia huyeron apresuradamente hacia su campamento, mientras que los que estaban en vanguardia abandonaron al resto para intentar unirse al contingente de Egio. Los soldados del centro de la columna, de este segundo grupo, no pudieron escapar hacia ninguna parte y fueron masacrados salvajemente por los vengativos germanos.
Tras esto, Arminio fue en busca de los romanos que habían logrado huir, dirigiéndose al campamento romano establecido por el difunto Varo. Una vez allí, le ofreció a Cejonio parlamentar y entró con su escolta en el campamento. El confiado Cejonio le permitió entrar con la esperanza de poder llegar a un acuerdo y salvar la vida. Pero, la única intención de Arminio era, en realidad, conocer que había ocurrido con Varo (parece que por algún motivo Arminio tenía fijación con Varo, quizás pretendía capturarlo y utilizarlo como un símbolo de su victoria, para alcanzar mayor prestigio entre las tribus germanas). Tras ver la tumba de Varo, Arminio ordenó a su escolta matar a todos los romanos del campamento. Concluida la matanza, los germanos desenterraron el cadáver de Varo y le cortaron la cabeza para llevársela como trofeo.
Tras exterminar al grupo de Cejonio, Arminio y sus hombres partieron para combatir al grupo de Egio, que seguía intentando atravesar la barricada enemiga. La llegada de los supervivientes de la vanguardia de Cejonio le hizo comprender que no tenían escapatoria y ordenó a sus hombres cesar en el ataque a la barricada y formar cuadro en torno al aquila de su legión, la XVII. De esta valiente forma, manteniendo su estandarte en alto, los legionarios de Egio afrontaron los ataques en masa germanos y vendieron caras sus vidas, combatiendo hasta el final.
De los 20.000 hombres de la columna romana, solo pequeños grupos de legionarios lograron finalmente escapar a la muerte. Arminio había logrado una gran victoria: exterminar a tres legiones romanas y acabar con el propio gobernador de Germania Magna, cuya cabeza envió como presente a Marobod, el rey de los marcomanos, con la esperanza de que este decidiera unirse a su alianza de tribus germánicas. Un triste final para Varo, que incluso muerto seguía participando en juegos políticos.
5 – Consecuencias
La derrota de Varo causó una enorme conmoción en Roma, no sólo por la enorme pérdida de vidas, o por el desprestigio que conllevaba la pérdida del águila de tres legiones, sino porque el proyecto de convertir Germania Magna en una provincia fronteriza, que detuviese los ataques contra la frontera norte del Imperio, y las incursiones contra las Galias acababa en un rotundo fracaso. El peso de la derrota recayó sobre Varo, a quien se culpó de todos los malos posibles y se denigró hasta la saciedad, para evitar que alguna sombra de duda sobre la ambiciosa política del emperador Augusto, y los insuficientes medios requeridos para llevarla a cabo. Como buen político, Varo había creído que, si lograba mantener la disensión entre las tribus germanas, manteniendo a unas como aliadas, y a otras sumisas con sus demostraciones periódicas de fuerza, la progresiva romanización, aunque costosa, podría llegar a ser viable en un futuro. Por desgracia, ni él, ni nadie, contaban con Arminio.
Y es que, el verdadero artífice de la derrota romana fue precisamente el caudillo querusco, que, además de ser un buen táctico, conocía bien a sus enemigos, y supo obrar con inteligencia para engañarlos y llevarlos hasta la trampa que preparó meticulosamente. Gracias a su victoria, Arminio logró la preeminencia entre su pueblo y que otras muchas tribus decidieran unirse a la guerra contra Roma. Otros líderes importantes como el mencionado Marobod de los marcomanos, decidieron mantenerse al margen, ya que temían las represalias romanas. El propio Marobod, para evitarse problemas, decidió devolver a Roma la cabeza de Varo que le había obsequiado Arminio. Pese a que la memoria de Varo quedaría para siempre manchada por la infamia de la derrota, el emperador Augusto tuvo la suficiente humanidad como para entregarle sus restos a la familia y que pudiera ser enterrado discretamente.
Por otro lado, el incremento de tribus germanas hostiles a Roma tuvo una consecuencia inmediata: casi todas las guarniciones romanas en Germania Magna fueron masacradas tras sufrir ataques en masa contra sus campamentos y puestos de avanzada. Tan sólo una guarnición romana logró resistir: la del campamento fortificado de Aliso, al mando del veterano prefecto Lucio Cedicio, y las cohortes de la legión XIX que Varo dejó a su cargo. Tras varias semanas resistiendo el continuo asedio de los germanos, en noviembre, Cedicio realizó una salida con sus hombres que le permitió romper el cerco enemigo y alcanzar la orilla oeste del Rin. Toda una hazaña que ayudó a lavar el honor de los legionarios de la XIX.
Hay que destacar que, en el momento de máxima debilidad militar de Roma en la frontera germana, Arminio no pudo aprovechar su superioridad numérica para realizar incursiones al otro lado del Rin, dado que no contaba con barcos fluviales, y, asaltar el puente de Castra Vetera, que comunicaba ambas orillas, era muy arriesgado. Por ello, se dio por satisfecho con liberar su tierra de la presencia romana y con la preeminencia obtenida entre las tribus. Tampoco se atrevió a atacar a las tribus aliadas de Roma como los bátavos y frisios, quizás porque sus guerreros ya estaban fatigados por la campaña y querían regresar a sus hogares para pasar el invierno. Todo esto permitió a los romanos reconstruir progresivamente el ejército del Rin mediante el redespliegue de algunas legiones que operaban en Panonia y un reclutamiento masivo para reemplazar las bajas sufridas.
Para Roma era de vital importancia realizar una nueva campaña contra los germanos, que les permitiese recuperar el prestigio perdido, y, a ser posible, las águilas de las tres legiones: XVII, XVIII, y XIX, aniquiladas en el bosque de Teutoburgo. Sin embargo, la falta de efectivos limitó las operaciones romanas a tareas defensivas. Sólo tras la muerte de Augusto, y la ascensión al trono de Tiberio, en el 14 d.C., se dieron los pasos necesarios para la preparación de la una campaña de envergadura en Germania Magna. El propio sobrino, y potencial sucesor del emperador, Julio César “Germánico” (apodo que recibió precisamente por sus campañas contra los germanos), fue puesto al mando de las legiones en la frontera del Rin, y, realizó varias incursiones contra los germanos. En una de ellas, en el 15 d.C, los legionarios de Germánico llegaron a realizar una atrevida incursión contra el territorio de los queruscos para rescatar a Segestes, el suegro de Arminio, cuya vida estaba en peligro, y capturaron a su hija, Thusnelda, la mujer del propio Arminio, que estaba embarazada (su hijo sería esclavizado y educado como gladiador, muriendo en la arena poco antes de cumplir los 30 años).Finalmente, en el 16 d.C., Germánico cruzó el Rin con un ejército de 52.000 hombres, entre los que se encontraba Flavio, el hermano de Arminio que le reemplazó como rehén en Roma, que buscaba venganza contra su hermano, ya que, al romper el pacto con los romanos, había puesto su vida en peligro.
Ese mismo verano, Germánico derrotó decisivamente al ejército de Arminio en la Batalla de Idistaviso, y, de nuevo, en la denominada Batalla del Muro Angrivario (ubicada en un área aún por identificar, cerca del río Weser). En ambas batallas, los romanos volvieron a demostrar su superioridad táctica en campo abierto y causaron enormes bajas a los germanos. Tras recuperar dos de las aquilas perdidas, Germánico, se retiró del territorio enemigo, su intención había sido simplemente pacificar a los belicosos germanos y hacer una demostración de fuerza, pero en ningún caso tratar de conquistar Germania Magna ni ocupar el territorio. Habían aprendido bien la lección. Por su parte, Arminio logró escapar con vida de ambas batallas, pero perdió su prestigio de antaño y muchas tribus le retiraron su apoyo. Finalmente, el caudillo que ayudó a preservar la independencia germana fue asesinado a traición, en el año 20 d.C, por su suegro Segestes y otros miembros de su familia política. Tenía 37 años.
Más trágico si cabe fue el final de la familia de Varo, su esposa e hijo fueron asesinados por orden de Sejano, el poderoso comandante de la Guardia Pretoriana de Tiberio, entre el 26 y 27 d.C., finalizando así su linaje.
Para terminar, hay que destacar que la tercera aquila pérdida fue recuperada por Aulo Gabinio Secundus en una campaña contra los caucos, en el 41 d.C., quedando así restaurado el honor de Roma, aunque nunca más sus legiones volverían a llevar los numerales XVII, XVIII, y XIX. Varios años después, entre el más 50 y el 54 d.C., tras más de 40 años pasados desde la Batalla de Teutoburgo, fueron hallados varios supervivientes romanos del ejército de Varo durante una campaña del gobernador Publius Pomponius Secundus contra la tribu de los catos.
Fuentes y Bibliografía:
MacNally, Michael.: Teutoburg Forest. 9AD. 2011. Editorial Osprey. Oxford 2011.
ISBN 978-1-84603-581-4
Powell, Lyndsay.: Roman Soldier vs Germanic Soldier. Editorial Osprey. Oxford 2014.
ISBN: 978 1 4728 0350 4
Tácito.: Annales, I, 60-62.
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© 2020 – Autor: Marco Antonio Martín García
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