El Desastre de Annual, 22 de julio de 1921

El conocido como “desastre de Annual» fue una de las derrotas militares más graves sufridas por el ejército español en su larga, y gloriosa, historia. La campaña de ocupación efectiva del territorio del Rif, una parte del Protectorado Español sobre el norte de Marruecos, provocó el levantamiento, en contra, de gran parte de las tribus bereberes que lo habitaban, dando lugar al estallido de la Guerra del Rif (1911-1927). Esta contienda, caracterizada principalmente por pequeños combates, y emboscadas, sufrió un dramático vuelco a mediados de julio de 1921, cuando las tropas de insurgentes de Abd el-Krim atacaron, en masa, las posiciones españolas en el Rif, entre ellas, el campamento militar de Annual, al oeste de Melilla. Tratando de escapar del cerco, al campamento, miles de soldados españoles fueron abatidos en una terrible carnicería, que se prolongó durante varias horas. Un auténtico desastre que se saldó con la muerte de unos 10.000 soldados españoles, y que además generó un grave malestar social, y político, en la España de Alfonso XIII.

Soldados españoles en Marruecos
Soldados españoles en Marruecos.

1 – El Contexto: la pacificación del Protectorado Español en Marruecos.

Entre finales del siglo XIX, y comienzos del XX, surge en Europa un movimiento imperialista que incita a las principales potencias de la época a invadir territorios subdesarrollados con objeto de apoderarse de sus materias primas y, además, crear mercados artificiales en los que vender, en exclusiva, sus productos manufacturados. Este colonialismo desmedido se plasmó en el reparto, de la mayor parte de África, entre las dos principales potencias europeas de la época; Francia e Inglaterra.

El reino de Marruecos acaba siendo parte de los territorios bajo influencia francesa. Un dominio que comenzará a disputarle, a comienzos del siglo XX, una nueva potencia sin colonias: Alemania. El conflicto de intereses entre ambos países, que estuvo a punto de desatar una guerra, se resolvió con la Conferencia de Algeciras de 1905, en el que se reconoce a Francia el derecho a mantener su influencia sobre Marruecos, y en la que se otorga a España el derecho a la protección del norte de dicho país. El territorio en disputa entre Francia y Alemania pasa así un tercer país neutral que, además, ya cuenta con dos históricos enclaves en la zona; Ceuta y Melilla. Finalmente, tras la firma del Tratado de Fez (30 de marzo de 1912), Marruecos pasó a convertirse en un territorio oficialmente “protegido” por Francia, y, en su parte norte, por España. De esta forma, nace el Protectorado Español en Marruecos, con capital en Tetúan, y dividido en tres Comandancias Generales: una en Ceuta, otra en Melilla y la tercera en Larache (1913).

El establecimiento del Protectorado servía para que el gobierno español viese asegurada internacionalmente su tradicional zona de influencia, y explotación económica, en el norte de Marruecos, pero, para hacerla efectiva, primero debía ocupar y pacificar el territorio a su cargo. Sin embargo, esa sería una tarea ardua, como ya se había visto en campañas militares anteriores. En 1909, lo que debería haber sido una breve campaña de pacificación del Rif, con objeto de frenar los ataques de los insurgentes cabileños contra las concesiones mineras españolas, y contra las infraestructuras que estaban construyendo entre las minas y Melilla, acabó convirtiéndose en una pesadilla tras la emboscada del Barranco del Lobo (27-07-1909), en la que murieron 153 soldados españoles, y más de 500 resultaron heridos. La campaña se extendió hasta finales de año, y acabaron interviniendo en ella miles de soldados españoles (hasta 42.000). Finalmente, se logró pacificar el territorio cercano a Melilla, y el Rif oriental, pero, a un precio en vidas demasiado alto: 358 muertos y 2.235 heridos, para lo que en principio era una campaña menor contra grupos guerrilleros.

Estos precedentes, y la complicada situación internacional, con la Primera Guerra Mundial en ciernes, desaconsejaban un nuevo conflicto a gran escala contra las cabilas rebeldes del Rif, por ello, entre 1913 y 1920, el gobierno español se limitó a consolidar sus posiciones establecidas hasta el río Kert, y a mejorar las infraestructuras en el entorno de Melilla para facilitar las explotaciones mineras, que, gracias a ello pudieron incrementarse notablemente. Por ejemplo, la Compañía Española de Minas del Rif (CEMR) poseía dos importantes minas de hierro, en Uiksan y Axara, que daban empleo a unos 2.500 trabajadores, y notables dividendos, gracias a que su producción se incrementó durante este periodo (1914-1920) de 100.000 a 250.000 toneladas al año. Por tanto, la paz con las cabilas rifeñas favoreció la explotación del territorio, aunque esta paz, obviamente no era gratis, ya que, para mantenerla, el gobierno debía “subvencionar” (comprar) a los principales caciques indígenas.

Sin embargo, todo cambiará a comienzos de 1920, cuando asuma la Comandancia General de Melilla, el general Manuel Fernández Silvestre (1871-1921), un belicoso oficial, veterano de la Guerra de Cuba, que previamente había ejercido como Comandante General de Ceuta, dirigiendo la exitosa campaña de 1919 contra el líder tribal rebelde Ahmed al-Raisuli (1871-1925). Nada más llegar al cargo, Fernández Silvestre, acuerda con Dámaso Berenguer y Fusté (1873-1953), el Alto Comisario de España en Marruecos, emprender una campaña militar destinada a la ocupación completa del territorio del Protectorado. Es decir, rompe con la anterior política de apaciguamiento de las cabilas y se propone ocupar completamente el Rif. Pese a la oposición de otros mandos a sus pretensiones, Fernández Silvestre cuenta con su cercanía al rey Alfonso XIII (1886-1941), del que había llegado a ser ayudante de campo entre 1915 y 1919, y pone en marcha su plan de ocupación. La guerra contra las cabilas rifeñas se puso en marcha.

Mapa de las cabilas en el Protectorado Español
Mapa de las cabilas en el Protectorado Español

2 – El avance del general Silvestre: la delimitación del frente rifeño y el combate de Abarrán.

En opinión de Silvestre, para controlar el territorio del Rif no sometido, era vital la ocupación de la Bahía de Alhucemas, en donde se situaba el centro de operaciones de las principales cabilas opuestas a la ocupación española. Por ello, se propuso su ocupación mediante un avance terrestre progresivo, estableciendo fortines y campamentos, a medida que las tropas avanzaban, con objeto de proteger así las líneas de abastecimiento y comunicación con la Comandancia de Melilla. Entre mayo de 1920 y junio de 1921, las tropas de Silvestre realizaron un progreso constante, avanzando unos 130 kilómetros, y estableciendo el frente en el río Amekrán, sin encontrar apenas oposición ni sufrir bajas. Sin embargo, este espectacular avance era algo ficticio, ya que las cabilas que ocupaban el terreno: Beni Ulichec, Beni Said y Temsaman, habían optado por someterse sin combatir a cambio del pago de dinero y la entrega regular de víveres y suministros.

La ocupación de la Bahía de Alhucemas, y con ella la pacificación del Protectorado, parecía estar al alcance de la mano, solo faltaba ocupar el territorio de los Beni Urriaguel, sin embargo, en esta ocasión los rifeños no estarían dispuestos a someterse ni a venderse por dinero. Tras varios roces diplomáticos, el líder de los Beni Urriaguel, Abd el Krim (Muhammad Ibn ‘Abd el-Karim El-Khattabi, 1883-1963), un conocido activista frente al colonialismo extranjero, advirtió a los españoles de que si cruzaban el río Amekrán y entraban en su territorio sería la guerra. Obviamente, Silvestre no pensaba detenerse, estando tan cerca de Alhucemas, y, además, no creía que Abd el Krim, que, en teoría, contaba solo con unos 1.500 hombres de su harka, pudiera ser capaz de ponerle en dificultades. Así pues, tras pasar un mes de permiso en España, el general Silvestre regresó al frente rifeño, para preparar desde el campamento principal español, situado en Annual, el avance final sobre Alhucemas.

El líder insurgente, Abd el Krim

El 1 de junio de 1921, el comandante de caballería Jesús Villar Alvarado, al mando de un contingente de la Policía Indígena, reforzado con tropas de regulares, artillería e ingenieros, en total 1.461 hombres, cruza “la frontera”, es decir; el río Amekrán, y ocupa, sin oposición, la posición estratégica de Abarrán (Dar Uberrán), un monte de 525 metros de altitud, dentro ya del territorio de los Beni Urriaguel. Tras cumplir con su misión, el comandante Villar decide regresar al campamento de Annual, dejando en Abarrán un contingente encargado de proseguir las labores de fortificación de la posición, que estaba compuesto por: 100 soldados de la 2ª Compañía del Tabor I de Regulares de Melilla, bajo el mando del capitán Juan Salafranca Barrio (1889-1921), 100 soldados de la 5ª mía (compañía) de Policía Indígena, y una batería de artillería de montaña, compuesta por cuatro piezas de 75 mm, y 28 artilleros, al mando del teniente Diego Flomesta Moya (1890-1921). Además, contaban con el apoyo de una harka (o harca, contingente de tropa indígena) aliada: 250 hombres de la cabila de Temsaman.

Las tropas españolas sospechaban que los insurgentes indígenas reaccionarían ante la ocupación de Abarrán, sin embargo, no se esperaban que dicha reacción aconteciera de forma inmediata. Tan solo horas después de partir la columna de Villar de regreso a Annual, comenzaron a escucharse los primeros disparos. Ante esta circunstancia, Villar, cobardemente, decide no regresar al monte Abarrán, y, en vez de eso, apresurarse en llegar a Annual. Para mayor oprobio, Villar, había desobedecido las órdenes de Silvestre y, en vez de dejar en Abarrán dos compañías de ametralladoras con las que contaba, las había traído de regreso a Annual. Ni que decir tiene que esas ametralladoras podrían haber sido vitales para la defensa de la posición.

Mientras tanto, en Monte Abarrán, las tropas españolas se ven asediadas por unos 3.000 indígenas insurrectos, entre los que no solo están los Beni Urriaguel, sino, que, además, se les ha unido el supuesto contingente amigo de la harka de Temsaman. Pese a su inferioridad numérica, el contingente español, dirigido valientemente por el capitán Salafranca, consigue rechazar los primeros asaltos enemigos y mantener la posición. Sin embargo, con el paso de las horas, los soldados nativos, de la policía indígena, caen presa del pánico y deciden desertar para salvar la vida, pasándose al enemigo y abriendo fuego a traición contra los oficiales españoles, la mayoría de los cuales caen muertos o gravemente heridos. Ante la muerte de los mandos españoles, la defensa se desmorona. El teniente de artillería Diego Flomesta, trata de reorganizar la defensa y resistir, hasta que cae herido. Sin posibilidad de continuar la lucha, ordena a sus hombres destruir los cañones para evitar que caigan en manos enemigas, logrando inutilizar tres piezas antes de caer abatidos. Gracias a esto, tras conquistar Abarrán, los insurgentes solo logran capturar una pieza artillera útil. Por su parte, el valiente teniente, Diego Flomesta, fue hecho prisionero, muriendo en cautividad a finales de ese mismo mes, a causa de los malos tratos recibidos, por negarse a enseñar a sus enemigos el funcionamiento del cañón capturado. Por su heroísmo en el combate, el teniente Diego Flomesta y el capitán Salafranca recibieron a título póstumo la Cruz Laureada de San Fernando.

Esa misma noche, entre el 1 y el 2 de junio, ebrios de victoria, los insurgentes deciden atacar la posición española en Sidi Dris. Sin embargo, en esta ocasión se topan con una defensa bien organizada, a cargo de Julio Benítez Benítez (1878-1921), comandante del 2º Batallón del Regimiento Ceriñola Nº 42, y del alférez de navío Pedro Pérez de Guzmán y Urzáiz (1901-1979), que había desembarcado en su ayuda, junto a un pelotón de ametralladoras (2 piezas y 15 hombres), desde el cañonero Laya, y que se encargó de dirigir el fuego de artillería. Gracias a las ametralladoras, los cañones de la posición, y los del Laya, la posición pudo resistir, y finalmente, tras un día entero de combates, y sufrir más de 100 bajas, los insurgentes rifeños se vieron forzados a emprenden la retirada el 3 de junio. Los 274 defensores españoles solo sufrieron 10 heridos.

Sin embargo, esta valiente defensa, no ocultaba los graves problemas suscitados por la derrota previa en el monte Abarrán. Pese a que, militarmente, podría ser catalogada como un simple revés, estratégicamente tuvo graves consecuencias. En el lado español, el general Silvestre había comenzado a dar muestras de gran nerviosismo ante la derrota y, precavidamente, decidió reunirse, el 4 de junio, con el Alto Comisario de España en Marruecos, el general Dámaso Berenguer, a bordo del buque Princesa de Asturias, en aguas de la Bahía de Alhucemas, para informarle de que “el golpe había sido muy duro y que desistía de dar un paso más sin antes haber fortalecido la línea”. Es decir, Silvestre detenía el avance para reforzar sus posiciones defensivas, sus líneas de suministros y sus vías de comunicaciones. Y, por otro lado, exigía al alto comisionado la asignación de tropas de refuerzo y mayores suministros de armamento y municiones, para poder reemprender la ofensiva. Tras una agria discusión, a voces, entre ambos mandos (antaño amigos, al ser ambos procedentes de Cuba), Silvestre y Berenguer, éste último decide asignarle de refuerzo dos batallones de infantería y una batería de artillería, pero, el problema era que su supuesta llegada sería en septiembre, tres meses después de los solicitado. Por su parte, el Alto Comisario, Berenguer, informó por telegrama al Ministro de la Guerra, Luis de Marichalar (1873-1945), de que “no ve por el momento, en la situación, nada alarmante”, abundando, por carta en esa misma idea de que “puede considerarse situación casi restablecida y que actualmente nada ofrece que pueda considerar la menor alarma ni inquietud”. Nada más lejos de la realidad, como pronto veremos.

Haciendo un pequeño inciso, creo conveniente destacar que la derrota del monte Abarrán, pese a no ser trascendente en sí misma, puso en manifiesto tres gravísimos problemas del ejército “colonial” español: la dudosa calidad de algunos altos mandos, como el comandante Villar, la aún más dudosa lealtad de las tropas nativas a sueldo de España, y la falta de entendimiento entre los generales que están en el frente, como Silvestre, y los altos mandos de retaguardia como Berenguer, siempre preocupados por el presupuesto, y tacaños con la asignación de refuerzos, o de incluso el equipo más básico, ya que, como caso aparte a destacar, la mayoría de soldados no tenían botas, y empleaban las famosas alpargatas, que con buen tiempo eran útiles, pero en caso de lluvia acababan deshaciéndose en el barro….

Mientras tanto, en el lado insurgente, la victoria les sirvió para ganar prestigio, lo que permitió a Abd el Krim aumentar el número de efectivos entre sus harkas insurgentes, pasando de unos 3.000 a unos 8.000 hombres en armas. Contando además con la iniciativa, Abd el Krim no estaba dispuesto a permitir que los españoles consolidasen sus posiciones y enviasen refuerzos. La próxima batalla sería decisiva.

3 – El monte Igueriben.

El 3 de junio de 1921, el general Silvestre comienza las operaciones para fortalecer su línea defensiva: ocupa, al norte, la posición de Talilit, entre Annual y Sidi Dris, y crea las posiciones Intermedia A, B, y C para complementar la protección de la retaguardia y reforzar su posición sobre el paso del Barranco de Izzumar, por el que discurre la principal vía de comunicación: el camino entre Sidi Dris, Annual, y Ben Tieb.
Cuatro días después, el 7 de junio, continuando con sus operaciones para reforzar sus defensas, las tropas españolas ocupan el monte Igueriben, una altura estratégica ubicada, a unos 5 Km, al sur del campamento principal en Annual. Esta posición cubría el expuesto flanco sur del campamento, pero, al ser una posición más adelantada respecto al resto, era susceptible de ser aislada y rodeada. Por ello, a partir de entonces, se convertiría en un objetivo prioritario para los insurgentes rifeños. Como se demostraría tan solo una semana después, el 14 de junio, cuando las tropas de Abd el Krim se lanzan al asalto del monte Igueriben. La posición, un conjunto de blocaos, formados con sacos terreros, y protegidos por alambradas, esta defendida por un contingente formado por dos compañías del Regimiento de Infantería Ceriñola nº 42, una batería de artillería de montaña de 75mm, una sección de ametralladoras y un pelotón de Policía. En total unos 350 hombres, al mando del comandante Julio Benítez (se trata del mismo oficial, comandante del 2º batallón del Regimiento Ceriñola Nº 42, nombrado previamente, por su valiente defensa de Sidi Dris entre el 2 y 3 de junio). Tras 10 horas de combate brutal, y sufrir varias bajas, los insurgentes rifeños finalmente se dan por vencidos ante la férrea defensa y optan por cesar el asalto y replegarse. Los españoles solo sufrieron un herido grave.

Mapa Posiciones Españolas
Mapa Posiciones Españolas

Dos días después, el 16 de junio, la harka de Abd el Krim ocupa una posición estratégica denominada Loma de los Árboles, desde la que amenaza los convoyes de suministros de agua (“aguadas”) que se encaminan hacia la posición de Buymeyán, al norte de Annual. Las mías 8ª, 9ª y 12ª de la Policía Indígena salen de Dar Buymeyán para intentar tomar la loma, pero todos sus intentos son rechazados. Finalmente, tiene que acudir en su ayuda un destacamento procedente del campamento de Annual y compuesto por seis escuadrones de caballería, y dos tabores de fusileros del Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla Nº2, al mando del teniente coronel Miguel Núñez de Prado (1882-1936), apoyado por una escuadra de ametralladoras, del Regimiento Ceriñola, y una batería de artillería de montaña. Este destacamento consiguió restablecer la situación y rechazar al enemigo, aunque, inexplicablemente, el alto mando no ocupó la Loma de los Árboles, que volvió a caer en manos enemigas al poco tiempo. Por otro lado, el combate causó a los rebeldes rifeños la pérdida de 30 muertos y 170 heridos, mientras que los españoles sufrieron la pérdida de 18 muertos, y 56 heridos, entre los efectivos de la Policía Indígena, y de un muerto, y tres heridos, entre los Regulares.


Tras estos dos serios avisos, el resto de junio finalizó sin novedad, y, por ello, Silvestre comienza a pensar que ya ha pasado lo peor y que los insurgentes han perdido empuje. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, los ataques de junio han sido simples sondeos para probar las defensas españolas. El siguiente mes será un verdadero infierno para las tropas españolas.

El 17 de julio de 1921, la harka de Abd el-Krim, compuesta ya para entonces por tropas de las cabilas de los Beni Urriaguel, Beni Ammart, Beni Tuzin, Bocoya (Bokoia), Targuist y Temsaman, se lanza a un ataque masivo sobre la posición del Monte Igueriben. Tras un intenso tiroteo y un ataque frontal fallido, los rifeños optan por cercar la posición, tratando de aislarla. Para evitarlo, se envió desde Annual un destacamento del Regimiento Ceriñola, que consiguió hacerles retroceder. Sin embargo, pese a esto, los rifeños no cejaron en su ataque al monte. A esto, se unió el hostigamiento, desde la Loma de los Árboles, del convoy de agua y suministros que a las 14:00 salió de Annual para aprovisionar a los defensores de Igueriben. En ese momento, el no haber ocupado la loma previamente les salió caro: las cubas de aguas, transportadas por 10 mulos, fueron agujereadas por los constantes disparos enemigos y llegaron vacías a la posición española y, además, los animales, que se quedaron entre la alambrada y el parapeto de la posición, fueron abatidos progresivamente por los disparos enemigos. Por tanto, en los siguientes días, los hombres del comandante Benítez tendrían que defender la posición sin disponer de agua, viéndose obligados a chupar patatas y beber el líquido de las latas de conserva, e incluso agua de colonia y orines filtrados, para poder hidratarse. A esto se sumó el tener que soportar el hedor de los cadáveres de los mulos, a los que, obviamente, por la dureza del suelo y los constantes disparos enemigos, era imposible enterrar.

Esa misma noche, del 17 de julio, los rifeños intentaron un asalto por sorpresa contra la posición, empleando bombas de mano, capturadas a los españoles, siendo rechazados con el mismo método, es decir, lanzándoles granadas hasta que se vieron obligados a replegarse. Sin apenas descanso, al amanecer del 18, el ataque se reanudó, intensificando su virulencia hasta tal punto que solo pudo ser rechazado tras solicitar, mediante señales, que la artillería de Annual batiera su zona de alambradas. Una arriesgada decisión del comandante Benítez que permitió a los defensores contar con algo más de tiempo. Tras repeler un nuevo ataque nocturno, el comandante Benítez solicitó ayuda urgente al campamento de Annual a las 4:00 de la madrugada del 19 de julio. Para entonces, la guarnición había sufrido 40 bajas, y los supervivientes, agobiados por el calor abrasador y la falta de agua estaban al borde del colapso. Sin embargo, pese a todo, resistían.

Ante la petición de auxilio urgente, se organizaron en Annual apresuradamente tres columnas de socorro, conformadas con tropas de Regulares de Melilla, que trataron de alcanzar la posición y llevar agua a sus valientes defensores, pero, el incesante fuego de las harkas enemigas les obligó a replegarse, tras sufrir 88 bajas (11 muertos, 74 heridos). Al atardecer de ese mismo día 19 se hizo un nuevo intento, pero los soldados regulares, fatigados y desmoralizados por el intento fallido previo, flaquearon ante el enemigo y acabaron reculando y regresando al campamento base.

El día 20 llegaron refuerzos de Policía Indígena a Annual, lo que permitió que, el 21 de julio, se realizase un nuevo intento de relevar a los defensores de Igueriben, en esta ocasión empleando 3.000 hombres en dos columnas. Una columna, formada con los mencionados policías indígenas y comandada por el comandante Morales, atacó la Loma de los Árboles, con objeto de expulsar al contingente enemigo que hostigaba las columnas de suministros. Mientras, al mismo tiempo una segunda columna, de Regulares, comandada por el coronel Manella, trató de reconquistar la loma noreste de Igueriben y alcanzar la cumbre para enlazar con la guarnición. De nuevo, la superioridad numérica enemiga y la lluvia de disparos que realizaban desde sus posiciones, encubiertas en las lomas de los montes, condenó ambos esfuerzos al fracaso y, además causó numerosas bajas, sobre todo entre la Policía Indígena, que, como en ocasiones anteriores, sus integrantes estuvieron a punto de huir en desbandada (parece que no tenían muchas ganas de combatir contra sus paisanos).

Este nuevo fracaso hizo estallar al comandante Benítez que, en un mensaje al campamento, mediante heliograma, les acusa directamente: «parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros.» Este mensaje hace enfurecer a Silvestre, y responde a Benítez que tiene autorización para parlamentar su rendición con el enemigo. Ante esto, la respuesta de Benítez no pudo ser más premonitoria: «los oficiales de Igueriben mueren, pero no se rinden.» Finalmente, tras esta discusión, el general Silvestre ordenó a la guarnición abandonar la posición y tratar de atravesar las líneas enemigas y alcanzar Annual por sus propios medios.

Tras inutilizar el material, incendiar las tiendas y los víveres, el comandante Benítez envió un último mensaje al campamento de Annual, solicitando abriesen fuego de artillería sobre su posición, y, junto al resto de los oficiales encabezó la salida, cargando contra el enemigo para permitir al resto de sus hombres escapar. Una carga suicida en la que la mayoría de los valientes defensores de Igueriben cayeron muertos o heridos (y prisioneros). Tan solo el sargento Dávila y 10 soldados del regimiento Ceriñola consiguieron alcanzar Annual. Solo 11 supervivientes de un destacamento de 354 hombres.

Por su heroica defensa de Igueriben, el comandante Benítez recibió, a título póstumo, la más preciada condecoración; la Laureada de San Fernando. Del resto de oficiales, solo hubo un superviviente, el teniente Luis Casado Escudero (1897-1936), que cayó herido y permaneció 18 meses en cautividad. Pese a su heroísmo, sus heridas y sufrimiento, el Estado no le concedió nunca ninguna medalla ni pensión. Además, para más inri, por sus ideas republicanas fue fusilado por los nacionales, en Melilla, el 23 de julio de 1936, pocos días después del comienzo de la Guerra Civil.

Comandante Julio Benítez

La pérdida de Igueriben fue un golpe muy duro para la moral de los soldados españoles acantonados en Annual, especialmente por ir ligada a una creciente desconfianza hacia las tropas indígenas de Regulares y Policía. A esto, hay que sumar los graves problemas tácticos que generó, ya que, rota la línea de frente, el campamento quedaba expuesto y pasaba a estar amenazado directamente por el enemigo. Ante estos graves problemas, el general Silvestre no sabía muy bien que hacer, sus constantes peticiones de refuerzos no eran respondidas por el Alto Comisario y una buena idea, cómo era que la flota realizara una tentativa de desembarco en la Bahía de Alhucemas para atraer allí a las tropas enemigas que amenazaban Annual, tampoco fue atendida. El Alto Comisario se limitó a decirle al general Silvestre que disponía de medios suficientes para defenderse, y que fortaleciese la línea avanzada con nuevos fortines y blocaos. En caso de agravarse la situación solicitaría al gobierno que enviase refuerzos, pero debería tratar de resolver la situación “sin imponer a la Nación mayores sacrificios”.

4 – La caída de Annual.

Campamento de Annual
Campamento de Annual

El mimo día que cayó Igueriben, el 21 de julio, las comunicaciones telefónicas fueron cortadas por los insurgentes, quedando incomunicadas las diferentes posiciones defensivas españolas. Era el primer paso de Abd el Krim para aislar Annual. Poco después, sus tropas se concentraron en masa en torno al campamento y comenzaron a realizar un movimiento envolvente con objeto de rodear la posición y convertirla en un nuevo Igueriben. Ante esto, el general Fernández Silvestre, se reunió esa misma noche, a las 00:30, convocó a sus oficiales a una reunión urgente, comunicándoles que estaban rodeados por fuerzas enemigas y no había posibilidad de recibir ayuda. Según Silvestre, solo tenían dos opciones: resistir en el campamento o replegarse hasta Ben Tieb y establecer una nueva línea defensiva.

El principal partidario de la opción de quedarse y resistir hasta el final fue el coronel Morales, (recordemos, jefe de la Policía Indígena), ya que no confiaba en poder alcanzar Ben Tieb, ni confiaba en que sus propios hombres se mantuviesen leales. Sin embargo, tras ser informado de que apenas quedaban municiones y agua, Morales acabó apoyando, al igual que el resto de los oficiales, el plan de retirada. Este plan probablemente hubiera sido lógico en cualquier otra circunstancia, pero, con el enemigo rodeando la posición era demasiado tarde para aplicarlo. Quizás, dándose cuenta de que había ordenado una auténtica locura, el general Silvestre convocó a sus oficiales a una nueva reunión a primera hora de la mañana, en la que dio contraorden: no se retirarían, sino que resistirían hasta la llegada de refuerzos. Sin embargo, dando muestras de cierta inestabilidad mental, tras ser informado de que tres columnas enemigas, de unos 2.000 hombres cada una, avanzaban sobre el campamento, el general Silvestre ordenó la inmediata retirada a Ben Tieb, a unos 20Km de distancia, y el abandono del campamento de Annual.

Tras comunicar, por radio, la decisión tomada al Alto Comisario Berenguer, Silvestre procedió a comunicarse con el resto de sus efectivos en la zona: ordenó al cañonero Laya, que protegiera Sidi Dris, a donde debía replegarse la guarnición establecida en Tallit. La guarnición de Dar Buymeyán, debería regresar a Annual y unirse a las columnas en retirada, mientras que, el Regimiento de Caballería (Cazadores) Alcántara Nº14, se adelantaría en dirección Izumar, para despejar el camino y proteger la retirada. Una vez trasmitidas sus órdenes, el general Silvestre se despidió de su hijo, Manuel Fernández Duarte, un joven alférez de caballería destinado en Annual, y ordenó a uno de sus dos oficiales adjuntos, el teniente coronel don Tulio López Ruiz, que lo pusiera a salvo en Melilla usando para ello el vehículo personal del general (ambos sobrevivirían a Annual, pero morirían años después, combatiendo en el bando nacional durante la Guerra Civil). Tras esto, el general Silvestre parece ser que toma la decisión de morir en Annual para no afrontar la vergüenza de la derrota. Para ello se sitúa en una de las entradas al campamento que más se encontraba expuesta al fuego enemigo, y allí, pistola en mano, se enfrenta a los rifeños hasta, supuestamente, acabar siendo abatido (nunca se confirmó como murió ni que ocurrió con su cadáver).

Manuel Fernández Silvestre
Manuel Fernández Silvestre

A las 11:00 horas del 22 de julio las tropas españolas de Annual, estimadas en unos 5.000 hombres (3.000 españoles y 2.000 indígenas), iniciaron la retirada, agrupados en dos columnas. Al darse cuenta de lo que ocurría, los rifeños, cuyas fuerzas se estimaban entre 6.000 y 10.000 efectivos, se lanzaron al ataque, avanzando sobre Annual organizados en cinco columnas de infantería (lo que indica que habían recibido algún tipo de instrucción militar). El pánico prendió entre los soldados españoles, que comenzaron una huida desenfrenada. La situación se volvió dantesca, hombres atropellándose, corriendo, tirando las armas y equipo, descargando mulos para subirse en ellos y escapar, heridos abandonados…Un caos absoluto en el que los oficiales, pistola en mano, trataron, sin éxito, de poner orden. La situación se agravó cuando las tropas “amigas”, de Policía Indígena, encargadas en un principio de cubrir la retirada, protegiendo los caminos, decidieron desertar, abandonado sus puestos, e incluso, algunos de ellos, llegando a pasarse al enemigo y abrir fuego contra la masa de soldados fugitivos.

El camino a Izumar, un estrecho paso dominado por alturas plagadas de enemigos disparando, se convirtió en un reguero de cadáveres de soldados españoles, material abandonado, vehículos averiados, y animales muertos. Los que cayeron heridos, sin poder moverse, fueron abandonados a su suerte, y posteriormente fueron pasados a cuchillo por varios lugareños que acudieron a la zona para saquear a los muertos, en busca de dinero y botín.

Tras esta huida salvaje, los primeros supervivientes alcanzaron Ben Tieb sobre las 13:00 horas. Allí, les aguardaban los soldados del Regimiento de Caballería Alcántara y, gracias a su actuación se pudo detener la persecución enemiga. Sin embargo, la situación estaba lejos de mejorar, y por ello, y pese al agotamiento, los soldados españoles continuaron camino hacia una posición más segura; el campamento de Dar Drius, al que llegaron por la tarde, sobre las 17:00 horas. En Dar Drius, la situación caótica comienza a mejorar, con la llegada, a las 17:30 horas y desde Melilla, del general Felipe Navarro y Ceballos-Escalera (1862-1936), el cual, consiguió reagrupar a las tropas, restableciendo un mínimo de disciplina y coherencia. En el camino quedaron muertos 2.400 hombres. A los que habría que sumar otros 600 caídos en las posiciones de Talilit, Buymeyán, Posición Intermedia B, Mehayast, Axdir Asus, Yemaa de Nador y Morabo de Sidi Mohamed. Blocaos de sacos terreros y alambradas, defendidos por pequeñas guarniciones, que fueron atacados en masa, y conquistados, por el enemigo ese mismo día. Las únicas guarniciones que resistieron fueron las de Sidi Dris, Afrau, Posición Intermedia A, Yebel Uddia y Tuguntz. Estos valientes, aislados y asediados por el enemigo, combatirían durante los días siguientes, pero, sin esperanza de auxilio alguno, sus posiciones irían cayendo sucesivamente, añadiendo a la lista de bajas otros 575 hombres. Solo se salvaron de la aniquilación las guarniciones de Izumar y de la Posición Intermedia C, cuyos soldados abandonaron sus puestos y se retiraron, sin autorización para ello, al ver la desbandada de Annual.

La pérdida de la mayoría de las posiciones defensivas y la escasa moral de las tropas, hicieron que el general Navarro descartase mantener la posición de Dar Drius, pese a contar con buenas instalaciones defensivas, y optar por replegarse al día siguiente, 23 de julio, hasta la posición de El Batel, y desde allí hasta Monte Arruit, a donde llegaron los supervivientes de Annual el 29 de julio. Por el camino, quedaron los valientes jinetes del Regimiento de Caballería Alcántara, cuyas reiteradas cargas contra el enemigo permitieron a la columna de infantería de Navarro cruzar el río Igan y alcanzar El batel, escapando a la aniquilación. De 691 efectivos que empleó en la acción el Regimiento Alcántara, 541 murieron, 7 fueron heridos, y 67 acabaron prisioneros. Su valiente jefe, el teniente coronel Fernando Primo de Rivera (1879-1921), moriría días después, el 6 de agosto, alcanzado por la artillería enemiga mientras supervisaba las defensas de Monte Arruit.

El 9 de agosto, completando la tragedia, cayó Monte Arruit, tras días de desesperada defensa. Su guarnición, decidió finalmente rendirse, a cambio de que se les garantizase el retorno a Melilla. Sin embargo, los rifeños no hicieron honor al acuerdo y, cobardemente, masacraron a la mayoría de los 3.000 soldados españoles que se habían rendido. Solo el general Navarro y otros 60 hombres sobrevivieron a la cruel matanza.

Un cruel epílogo para una tragedia que, según el expediente Picasso, costó al Ejército Español la terrible cifra de 13.363 muertos (10.973 españoles y 2.390 indígenas), una cifra controvertida, que según otros estudios más recientes habría que reducir a entre 8.100 y 9.454 españoles muertos de un total de 20.140 hombres con los que contaba la comandancia de Melilla. Es decir, en la campaña de Annual se perdió la mitad del ejército español en Melilla. A estas cifras habría que sumar el medio millar de prisioneros españoles que cayeron en manos de los rifeños. Hombres a los que esperaría un largo calvario de hasta poder ser liberados a cambio de dinero en enero de 1923. Los malos tratos sufridos hicieron que solo 373 pudieran ser rescatados con vida.

Los rifeños aprovecharon su espectacular victoria contra el colonialismo europeo para proclamar la República del Rif, dirigida, como no podía ser de otra forma, por su héroe; Abd el Krim, que será nombrado emir. Solo la oportuna llegada de un cuerpo específicamente creado para combatir en la guerra colonial; el Tercio de Extranjeros (Legión Española), pudo impedir que las tropas rifeñas conquistaran la propia Melilla. Finalmente, el Desembarco de Alhucemas, el 8 de septiembre de 1925 daría un giro total a la Guerra del Rif y permitiría a las tropas españolas alzarse con la victoria. En mayo de 1926, Abd el-Krim, derrotado, y temiendo la venganza de los españoles por Annual, se rindió a los franceses y fue deportado a la isla de Reunión (escapó de prisión en 1947 y pudo ver, al final de sus días, su sueño cumplido: la descolonización del norte de África).

Restos del Regimiento Alcantara

5 – Conclusiones:

El desastre de Annual causó una enorme conmoción en la opinión pública. El presidente Manuel Allendesalazar (1856-1923) se vio obligado a dimitir, siendo sucedido por el veterano Antonio Maura (1853-1925), al frente del Consejo de Ministros. Aunque el malestar social perdurará y acabará propiciando el golpe militar de Miguel Primo de Rivera, como respuesta, en septiembre de 1923.

La investigación militar del desastre fue dirigida por el general Juan Picasso González (1857-1925), tío del famoso pintor. Sin embargo, sus conclusiones recogidas en el conocido como “Expediente Picasso”, se limitaron a echarle la culpa al muerto (el general Silvestre). Pese a todo, el desastre de Annual puso de manifiesto el alto grado de ineficiencia y corrupción que existía en el seno de un ejército con exceso de generales y falto de soldados y suboficiales profesionales. Un ejército plegado a los intereses propagandísticos de unos políticos cegados por su propio ego y por su pleitesía a un monarca timorato, como era Alfonso XIII.

Desde entonces, se han escrito cientos de obras sobre Annual, en las que, básicamente, los militares culpan a los políticos por no darles los medios adecuados para una campaña tan exigente, y, además, tener que contar con reclutas inexpertos, y mal equipados, y tropas indígenas de dudosa lealtad, y los civiles culpan a los militares por su ineptitud. En mi opinión, ambas teorías son ciertas. Annual es un desastre militar mayúsculo, causado principalmente por la ineptitud táctica de los altos mandos, que, dejándose llevar por un exceso de confianza, no tuvieron en ningún momento en cuenta la capacidad militar de un enemigo correoso, astuto, que conocía el terreno a la perfección y que no tenía nada que perder. El sistema defensivo del general Silvestre se desmoronó como un castillo de naipes por un error de concepción: los blocaos, normalmente establecidos en alturas de difícil acceso, no ofrecían protección suficiente a unas guarniciones exiguas, a menudo faltas de municiones y suministros. La construcción de una posición defensiva en un medio desértico hostil al ser humano requiere de algo fundamental, un fácil acceso al agua, o, en caso de no ser posible, de la construcción en la posición defensiva de un depósito de agua adecuado y bien protegido del fuego enemigo. Algo tan obvio, y con lo que no contaban varias de las posiciones españolas, dependiendo así de un abastecimiento regular de agua realizado precariamente mediante convoyes de mulos, un objetivo fácil para el acertado fuego de los insurgentes rifeños.

Por último, y para no extenderme demasiado, destacar la inoperancia táctica de las columnas que fracasaron en auxiliar Igueriben. Un ejército moderno y capaz debería haber podido auxiliar a sus bravos defensores, coordinando el fuego de artillería y los asaltos de infantería por diversos puntos al mismo tiempo. Pero, el ejército español, tantas veces sobrado de arrojo, estaba falto de ideas y sus auxiliares indígenas no estaban muy dispuestos a combatir contra su propia gente, y a las primeras de cambio desertaban, o, lo que es peor, disparaban contra sus oficiales y contra las tropas españolas.

El gran culpable del desastre de Annual fue el general Silvestre, por dar una orden de retirada con el enemigo a las puertas, lo que produjo un caos inimaginable. Pero los máximos responsables fueron los políticos que mandaron allí a Silvestre, con medios escasos y un montón de reclutas mal entrenados que no sabían muy bien que hacer allí y que eran incapaces de tomar decisiones si sus oficiales eran abatidos. La terrible matanza de Monte Arruit demostró la ineficacia del sistema y, solo la progresiva profesionalización del ejército, con iniciativas como la creación del Tercio de Extranjeros permitirán a la larga ganar la guerra.

Fernández Silvestre pagó sus errores con su vida, mientras que Dámaso Berenguer acabaría sus días tranquilo, en el Madrid de 1953, tras haber alcanzado brevemente la cima con su presidencia del gobierno en la “dictablanda” que reemplazó a la dictadura de Primo de Rivera. Así era España.

Fuentes:

  • Expediente Picasso, por Juan Picasso González. Ediciones Morata, 1931.
  • Historia Secreta de Annual, una obra de Juan Pando. Ediciones Temas de Hoy, 1999.
  • El “Desastre de Annual”. Cambio de política en el norte de África. Jesús María Ruiz Vidondo. Grupo de Estudios Estratégicos GEES . 2011.

© 2018 – Autor: Marco Antonio Martín García
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