Giuseppe Garibaldi es uno de los personajes más importantes de la segunda mitad del siglo XIX. Su genio militar y su liderazgo fueron vitales para que se consumara el proceso de unificación de Italia en un único reino. Sin embargo, este gran éxito tiende a eclipsar la importancia de las acciones que protagonizó Garibaldi, durante su juventud, en América del Sur: apoyando las causas independentistas de los estados brasileños de Río Grande del Sur y Santa Catarina, y, posteriormente, combatiendo en la denominada “Guerra Grande” de Uruguay (1838-1851). Los duros combates, por mar y tierra, en los que allí participó, contribuyeron en gran parte a forjarle como líder y guerrero. La experiencia política, y sobre todo militar, que Garibaldi adquirió en América del Sur, le serviría para conseguir finalmente, tras largas y arduas guerras, la independencia y unificación de Italia: un legado imperecedero. Marino, soldado, político, revolucionario, aventurero,… Garibaldi fue, sobre todo, un viajero eterno en busca de la libertad.
1 – Infancia y juventud:
Giuseppe Garibaldi nació en Niza el 4 de julio de 1807 (en aquellos tiempos Niza no era francesa, sino que pertenecía al Reino italiano de Piamonte), siendo el segundo hijo (tenía cinco hermanos) del matrimonio formado por Domenico Garibaldi (1766-1841) y Rosa María Nicoletta Raimondi (1776-1852). Desde muy joven, Giuseppe decidió seguir los pasos de su padre, un próspero marino mercante que comerciaba con aceite y vino, y para ello, en 1824, se enroló como marinero en el bergantín Constanza, en el que realizó su primer viaje, navegando por el Mar Negro, hasta el puerto de Odessa. A su regreso, ya fogueado en las artes de la navegación, su padre le dió un puesto en su mercante, el Santa Reparada. Sin embargo, la navegación de cabotaje, que realizaba la nave de su padre por las costas italianas, no era del gusto de Garibaldi y, tiempo después, se enroló en el bergantín Eneas, a bordo del cual realizó varios viajes por el Levante Mediterráneo, en los que no le faltarían emociones, ya que su nave fue apresada en varias ocasiones por los piratas berberiscos. Según sus memorias, en estos encuentros con piratas Garibaldi aprendería a no mostrar miedo ante el peligro.
En 1827, Garibaldi se enroló en el bergantín La Cortesse, aunque su estancia en la nave será corta, ya que al recalar en Constantinopla enfermó y hubo de guardar reposo. El tratamiento médico fue costoso y Garibaldi se encontró pronto sin dinero ni recursos. Solo gracias a la ayuda de algunos paisanos de Niza, residentes en Constantinopla, pudo subsistir hasta encontrar trabajo, como preceptor (educador de niños), en una casa pudiente. Un año después, en 1828, consiguió un puesto, como capitán, en el Notre Dame de Grâce, la primera nave que comandó. Posteriormente, entre 1832 y mediados de 1833, Garibaldi sirvió como primer oficial del bergantín mercante Clorinde.
Será a bordo de esta nave, cuando, en abril de 1833, y durante un viaje al puerto de Taganrog, Rusia, Garibaldi tenga la oportunidad de conocer casualmente a Giovanni Battista Cuneo, un exiliado político italiano que era miembro de una sociedad política independentista conocida como la “Joven Italia” (Giovine, o Giovane, Italia), fundada por Giuseppe Mazzini. Las ideas políticas de la sociedad, que propugnaba una Italia unificada, libre del dominio austriaco, y gobernada por una república liberal, calaron hondo en el joven Garibaldi, que decidió unirse a la causa. A partir de entonces, su vida cambiará para siempre.
En noviembre de 1833, Garibaldi se reúne con Mazzini y, este último le convence para que se alistase, como marino de primera clase, en la fragata Eurídice de la Marina Real Piamontesa, con el objetivo secreto de incitar a sus marineros a la insurrección y, si era posible, amotinarse y apoderarse de la nave, ganándola para la causa. Poco después, a principios de febrero de 1834, mientras aún planeaba su motín, tuvo noticias de que se preparaba un levantamiento revolucionario en Génova y se desplazó hasta allí para participar en él. Sin embargo, al llegar a la ciudad se encontró con que el levantamiento había sido descubierto, y reprimido por los soldados, ante de iniciarse. Ante esta situación (no podía regresar a la fragata porque le acusarían de deserción) y, temiendo ser apresado por las autoridades, Garibaldi decidió huir a Marsella (Francia). Esta fue una sabia decisión, ya que las autoridades piamontesas le consideraron uno de los cabecillas instigadores de la revuelta abortada en Génova, y por ello le juzgaron, “in absentia”, y le sentenciaron a la pena de muerte.
Tras unos meses en Marsella, utilizando un nombre falso para evitar ser apresado, consiguió un puesto como segundo al mando de la fragata La Unión, con la que realizará varios viajes comerciales al Mar Negro. En este periodo, y según sus memorias, Garibaldi realizó una acción verdaderamente heroica, al arriesgar su vida para rescatar a un joven de 14 años que había caído al mar desde el puerto de Marsella y se estaba ahogando. Al utilizar un nombre falso, el joven rescatado nunca supo quiera en verdad su rescatador.
Ya en 1835, tras un breve periodo sirviendo en un bergantín tunecino, decide regresar a Marsella, en aquellos tiempos azotada por una epidemia de cólera, y pasa varios meses ayudando como enfermero en un hospital, hasta que, el 16 de diciembre, decide embarcarse en el bergantín Nautonnier con rumbo a Brasil, y a nuevas aventuras…
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2 – El comienzo de su lucha en América: Río Grande del Sur.
Tras desembarcar en Río de Janeiro, a comienzos de 1836, Garibaldi pasa los primeros meses conociendo el lugar y haciendo amigos entre otros exiliados italianos del movimiento de la Joven Italia, como fueron Luigi Rossetti (1800-18409 y el conde Tito Livio Zambeccari (1802-1862). Este último, trabajaba como secretario para Bento Gonçalves da Silva (1781-1846), presidente de la República independiente de Río Grande del Sur (o Río Grande do Sul), al que puso en contacto con Garibaldi. Pese a ser un recién llegado a Brasil y probablemente no conocer demasiado sobre su reciente historia y conflictos, Garibaldi ofreció su apoyo al presidente Gonçalves, el cual, confiando en la experiencia como marino de éste, decidió otorgarle una patente de corso contra las naves brasileñas.
Hay que destacar aparte, y como curiosidad, que en aquel tiempo, finales de 1836, tanto Zambeccari como Gonçalves habían sido encarcelados por las autoridades brasileñas en la Fortaleza de Santa Cruz, a la entrada del puerto de Río de Janeiro, lo cual, aparentemente, no fue impedimento para que pudieran conversar con Garibaldi. Un año después, ambos líderes rebeldes escaparían a nado de la prisión y regresarían a Río Grande para encabezar el movimiento independentista.
Antes de continuar con nuestro protagonista, hay que hacer un inciso para contextualizar el conflicto entre la república de Río Grande del Sur y el Imperio Brasileño. El territorio de Río Grande, al este del río Uruguay, había sido colonizado originalmente por los españoles, formando parte del virreinato del Río de la Plata. Sin embargo, Portugal también tenía pretensiones sobre el territorio, ya que ambicionaba extender los territorios de Brasil hasta el río Uruguay. Por ello, el territorio fue objeto, durante muchos años, de constantes disputas fronterizas entre España y Portugal. En 1801, al calor de la “Guerra de las Naranjas”, entre España y Portugal, los portugueses ocupan militarmente el territorio de Río Grande. Tras la firma de la paz, el territorio debería regresar a manos españolas, pero los portugueses no cumplieron lo pactado, y en represalia, España se quedó con las ciudades portuguesas de Olivenza y Villarreal (Badajoz).
En 1810, las Provincias del Río de la Plata se sublevan contra el gobierno español, comenzando el camino hacia la independencia. Los portugueses, con la excusa de ayudar a las autoridades españolas, aprovechan la ocasión para avanzar desde Río Grande y ocupar el resto del territorio de la nueva “Provincia Oriental” (el actual Uruguay), en 1811. El triunfo de los independentistas rioplatenses, y la mediación británica, obligan a Portugal a retirarse al año siguiente. Sin embargo, en 1816 se lanzan de nuevo a la conquista del territorio, estallando una cruenta guerra entre los portugueses y los independentistas uruguayos, comandados por José Gervasio Artigas. Tras varios años de guerra, Portugal se alza finalmente con la victoria y se anexiona el territorio. Un año después, en 1822, Pedro I, regente de Brasil, decide romper con su padre, el rey Juan VI de Portugal y proclamar la independencia del nuevo “Imperio de Brasil”, pasando los territorios de la Banda Oriental a ser dominados por este nuevo país. En 1825, el patriota uruguayo Juan Antonio Lavalleja comanda una nueva insurrección que, tras varios años de lucha, finalmente triunfará y, en 1828, la Provincia Oriental de Uruguay alcanza su independencia. Sin embargo, y como compensación, Brasil se quedará finalmente con el territorio de Río Grande del Sur. Una situación que no dejó satisfechos a sus pobladores hispanohablantes, que tenían más en común con sus hermanos rioplatenses que con los brasileños.
Curiosamente, el coronel Bento Gonçalves da Silva, que había labrado su carrera en el ejército brasileño participando activamente en estas guerras contra los rioplatenses, será quien capitalice el descontento de la población ante el centralismo y la onerosa política fiscal del gobierno brasileño, para promover la independencia de Río de Grande del Sur. La rebelión, conocida como “Revolución Farroupilha”, o “Guerra de los Farrapos”, comenzará el 20 de septiembre de 1835 y durará 10 años, hasta el 1 de marzo de 1845.

Volviendo con Giuseppe Garibaldi, hay que destacar que, tras recibir la patente de corso contra buques brasileños, comenzó a preparase para realizar dicha actividad: adquiriendo para ello un pequeño barco, de 30 toneladas, que bautizó como Mazzini, y reclutando una tripulación de 15 hombres, entre los que estaban algunos exiliados italianos como su gran amigo Rossetti. Una vez con todo dispuesto, Garibaldi zarpó en busca de sus primeras presas.
La fortuna sonreiría a los corsarios, ya que al poco tiempo de zarpar, lograron capturar una goleta cargada de café y otras valiosas mercancías, como un cofrecillo lleno de diamantes. La nave capturada se convertiría en el nuevo buque corsario de Garibaldi, que la bautizó Scarropilla en honor a los farrapos, o harapientos, (el nombre despectivo que los conservadores del gobierno brasileño daban a los rebeldes liberales de Río Grande del Sur). Tras esta primera victoria, Garibaldi se encaminó hacia el Río de la Plata, para vender el cargamento robado en Montevideo, y reaprovisionarse, adquiriendo provisiones tierra adentro, en una hacienda cercana a la punta de Jesús María, en donde dejaron su nave a resguardo. Poco después, cuando estaban a punto de zarpar y abandonar la zona de Jesús María, se encontraron con dos lanchas que acudían a su encuentro. Tomándolos por amigos que se querían unir a su causa, Garibaldi decidió aguardar su llegada. Sin embargo, las dos lanchas estaban repletas de hombres armados con fusiles, enviados por el gobernador de Montevideo con órdenes de apresar a los corsarios ítalo-brasileños. En el subsiguiente combate que se entabló, ambas partes sufrieron varias bajas, siendo herido el propio Garibaldi, al que una bala le atravesó el cuello, cayendo inconsciente. Finalmente, tras perder más de una decena de hombres, las lanchas hostiles emprendieron la retirada y los corsarios pudieron escapar.
Con Garibaldi gravemente herido, otro exiliado italiano, Luis Carniglia, tomó el mando de la goleta, internándose en el río Paraná, para seguir luego el río Ibicuy hasta llegar, veinte días después, a la localidad de Gualeguay, en la provincia de Entre Ríos, Argentina. En dicha localidad, Garibaldi fue atendido de sus heridas en la hacienda de Jacinto Andreas, siendo hospedado en régimen de semilibertad, ya que, el gobernador de la zona, Pascual Echagüe, no sabía qué hacer con él, y decidió consultar a las autoridades de Buenos Aires, que permanecieron indecisas durante los seis meses en que tardó en recuperarse de su herida. Tras recobrar la salud, Garibaldi se enteró de que un nuevo gobernador se encaminaba hacia allí, y, temiendo ser deportado a Brasil, decidió escaparse con ayuda de unos simpatizantes locales. Sin embargo, su intento de huida fracasó, y el nuevo gobernador, llamado Leonardo Millán, le encerró en prisión. El tal Leonardo Millán era una mala bestia y no dudo en torturar personalmente a Garibaldi para que delatara a las personas que le habían ayudado en su intento de fuga. Las torturas mellaron su salud, pero Garibaldi no se rindió y rehusó delatar a sus amigos. Tras dos meses en esta difícil situación, las autoridades le pusieron en libertad, bajo la condición de que abandonara para siempre la provincia. El antiguo gobernador, Echagüe, había intercedido por Garibaldi y logrado su libertad, un hecho por el que Garibaldi siempre le estaría agradecido.
Después de estos sucesos, Garibaldi abandonó la provincia de Entre Ríos y, gracias a la ayuda de un mercader italiano, que lo trasladó a bordo de su bergantín, retornó a Montevideo, donde le aguardaban Rossetti y otros amigos fieles. Durante su estancia en la ciudad, bajo falsa identidad para evitar ser apresado por el gobernador, Garibaldi hizo nuevos amigos entre los inmigrantes italianos exiliados allí, como fueron Juan Bautista Cúneo y Napoleón Castellini, los cuales, le ayudaron a adquirir unos caballos, con los que Garibaldi, y su fiel Rossetti, se desplazaron finalmente hasta la nueva república de Río Grande del Sur.

3 – El corsario de Río Grande del Sur.
Al llegar a Piratinin (actualmente Piratini), la capital provisional de Río Grande, a comienzos de 1838, Garibaldi se encontró con que el presidente Gonçalves estaba ausente, realizando una campaña militar en la zona del canal de San Gonzalo (São Gonçalo), contra una columna de ejército “imperial” brasileño comandada por Sylva Tanaris, y por tanto fue recibido oficialmente por Almeida, el Ministro de Hacienda. Garibaldi inmediatamente pidió permiso al ministro para unirse a la columna del ejército “republicano” riograndense de Gonçalves, sin embargo, a medio camino hubo de retornar, ya que la prematura retirada de Tanaris permitió a Gonçalves regresar con sus tropas a Piratinin.
Tras reunirse finalmente con el presidente, Garibaldi recibió el mando de dos balandros (sloops) : el Río Pardo y La Republicana, que aún estaban siendo fabricados, bajo la supervisión de un capitán norteamericano llamado John Griggs, y con los que debería operar como corsario, apresando barcos enemigos en la zona del río Camacuá (Camacuä), paralelo al canal de San Gonzalo, y en su desembocadura: en la extensa Laguna de los Patos (que a su vez desemboca en el Atlántico). Gracias al poco calado de los balandros, los corsarios de Garibaldi pudieron operar impunemente durante meses, capturando varios mercantes y asaltando haciendas cercanas (cuyos dueños, pro imperiales, habían huido de la zona), sin que los barcos imperiales, de mayor tamaño y calado, pudieran apresarlos.
Durante esta época, Garibaldi trabó relación con la familia del presidente Gonçalves, que poseía una hacienda en Arroyo Grande, a orillas del Camacuá. En la hacienda vivían las hermanas del presidente: Ana, Antonia y María, sus hijos, primos y, además, algún exiliado notorio, como el doctor Pablo Ferreira. Estando allí, el joven Garibaldi se enamoró de la bella Manuela de Paula Ferreira (Manoela Amália Ferreira), según sus memorias “sobrina” de Bento Gonçalves, aunque en realidad era prima segunda. Sin embargo, la familia de la mujer (nacida en 1820 y por tanto 15 años mayor que Garibaldi) no aprobó su relación y la separaron de Garibaldi, aduciendo que estaba prometida con su primo, Joaquín Gonçalves, hijo del presidente.
Sabedores de que Garibaldi y sus hombres solían rondar las haciendas de la zona, para aprovisionarse de alimentos, las autoridades brasileñas enviaron a su busca y captura un contingente de 150 mercenarios austriacos y alemanes, comandados por el capitán Francisco Pedro Buarque de Abreu (1811-1891), apodado Moringue o Fuina (marta). Por su parte, Garibaldi contaba con 70 corsarios, de distintas razas y procedencia, pero todos fogueados en el combate. Al enterarse de la llegada de los mercenarios enemigos, Garibaldi destinó a 20 de sus hombres a patrullar la zona, mientras que él y los otros 50, creyendo que no corrían peligro, ya que, en teoría, los mercenarios eran europeos y desconocían el terreno, se quedaron reposando, y abasteciéndose de suministros, en la hacienda de la Barra, perteneciente Antonia Gonçalves. Cuál no sería su sorpresa cuando, días después, de entre la niebla, salió la caballería enemiga cargando lanza en ristre y al galope.
Por suerte para Garibaldi, los enemigos no les sorprendieron en campo abierto, lo que habría supuesto su final, sino en una hacienda, y por tanto pudieron refugiarse en los edificios. Tras atrincherarse en el interior de las viviendas y estancias, Garibaldi y sus corsarios libraron un largo combate, de 7 horas, en el que ningún bando estaba dispuesto a ceder. Finalmente, tras resultar herido el coronel “Moringue”, el enemigo se retiró, dejando 15 muertos sobre el campo de batalla. Los corsarios, por su parte sufrieron 5 muertos y 5 heridos, de los cuales morirían posteriormente tres, al no contar los corsarios con asistencia médica.
Tras estos sucesos, Garibaldi y sus hombres vivieron un pequeño periodo de tranquilidad, que aprovecharon para construir, con ayuda de los habitantes locales, dos nuevos balandros con los que ampliar su flotilla. Meses después, una vez construidos los nuevos barcos, la flotilla corsaria de Garibaldi recibió órdenes de apoyar al ejército republicano, comandado por el general David Canabarro (David José Martins, 1796-1867), en su ataque contra la ciudad portuaria de Laguna, en el vecino estado de Santa Catarina.
Por precaución, Garibaldi decidió emplear sólo sus dos nuevas naves, bautizadas como: Seival y Farroupilha, en el ataque a Laguna, dejando las otras dos: Río Pardo y La Republicana, en su base del río Camacuá. Estas precauciones resultaron ser acertadas, ya que, a mediados de abril de 1839, cuando los dos barcos se aproximaban a la zona de operaciones, sufrieron el azote de una fuerte tempestad. La Farroupilha no pudo superar la tormenta y se hundió, muriendo ahogados 16 tripulantes, entre ellos dos de los mejores amigos de Garibaldi: Luis Carniglia y Eduardo Mutru (un gran amigo de la infancia, que lo acompañaba siempre en sus aventuras). Por su parte, el Seival, comandado por el norteamericano Griggs, tuvo mejor suerte, y, tras luchar contra la tempestad, consiguió llegar a salvo a su destino.
Gracias al apoyo de la población local, mayoritariamente a favor de los republicanos independentistas, los náufragos fueron auxiliados, y, además, se les proporcionaron caballos, gracias a los cuales pudieron alcanzar al general Canabarro y su ejército, que marchaba raudo sobre la ciudad de Laguna. Pocos días después, el 22 de julio de 1839, el ejército de Río Grande comenzó el ataque contra Laguna. Mientras las tropas de Canabarro atacaban por tierra, obligando a retirarse a la guarnición imperial tras un breve combate, el Seival, con los hombres de Griggs y Garibaldi, atacó el puerto por sorpresa, obligando a rendirse a tres pequeños barcos de guerra enemigos anclados allí. Uno de los cuales; la goleta Itaparika, de siete cañones, fue puesto al mando de Garibaldi. Pocos días después de esta rotunda victoria, el 29 de julio, la Cámara Municipal de Laguna, presidida por Vicente Francisco de Oliveira, proclamó el Estado Catarinense Libre e Independiente, más conocido como “República Juliana” (se la llamó así por ser proclamada en el mes de julio).
Allí en Laguna, Garibaldi conocerá a su primera mujer: Ana María de Jesús Ribeiro da Silva (1821-1849), más conocida como Anita Garibaldi, con la que se casará tres años después, en 1842. De este matrimonio nacerán cuatro hijos: Domenico Menotti (1840-1903), Rosita (1843-1845, fallecida con dos años), Teresa (1845-1903), y Ricciotti (1847-1924).
Continuando con nuestra historia, hay que destacar que tras tomar Laguna, las autoridades de Río Grande decidieron reunir allí, su pequeña flota, con objeto de continuar las operaciones militares contra el Imperio Brasileño. A Garibaldi se le concedió el mando de tres naves: el balandro Río Pardo, su nave insignia, la goleta La Cassapara, dirigida por Griggs, y el balandro Serval, que paso a estar comandado por un italiano llamado Lorenzo. Con su flotilla, Garibaldi se dedicó de nuevo al corso, apresando varios mercantes enemigos en las aguas cercanas. Sin embargo, cuando se disponían a regresar a Laguna con sus presas, fueron sorprendidos por un barco de guerra enemigo: la corbeta Andorinha, y se vieron obligados a refugiarse en la bahía de Imbituba. Sin embargo, el barco enemigo no estaba solo, en realidad era parte una pequeña escuadra de tres naves, la, ya mencionada, Andorinha, la Bela Americana, y la Patagônia, que habían sido enviadas a la zona con objeto de proteger a los mercantes, dar caza a los corsarios y apoyar los esfuerzos de una columna del ejército imperial brasileño que se encaminaba hacia Laguna, para intentar reconquistarla. Sabiéndose superiores en potencia de fuego a las naves rebeldes, los capitanes imperiales decidieron no dejar escapar la oportunidad y se dispusieron a atacar a los corsarios en su refugio.
El 4 de noviembre de 1839, comenzó la que pasará a la historia como Batalla Naval de Imbituba. Las naves imperiales se internaron en la bahía, abriendo fuego contra los barcos corsarios, que, por suerte para ellos, contaban con el respaldo de una pequeña batería de artillería en tierra. Mientras el Andorinha se dedicaba a contrarrestar el fuego de artillería que recibían desde tierra, la Bela Americana, y la Patagônia, concentraron su fuego sobre las naves corsarias de Garibaldi. El combate fue brutal, recibiendo ambos bandos numerosos impactos y sufriendo, en consecuencia, cuantiosas bajas. El Río Pardo de Garibaldi se estaba llevando la peor parte, siendo acribillado a cañonazos por el enemigo. Sin embargo, pese a llenarse la cubierta de marinos muertos y heridos, la moral de los corsarios no flaqueaba, en especial, teniendo como ejemplo a una valiente mujer: Anita Garibaldi, que sable en mano, les arengaba a resistir. Este heroísmo, de la mujer de Garibaldi (al que trataba de acompañar siempre), casi le cuesta la vida, al estar a punto de ser alcanzada por una bala de cañón. Pese a todo, el combate continuó indeciso hasta que cayó muerto el comandante de la escuadra enemiga, João Custódio d’Houdin, que viajaba a bordo del Bela Americana. Sin comandante, los enemigos optaron por retirarse del combate. De esta forma, los corsarios de Garibaldi obtuvieron una sonora victoria, ampliamente celebrada por los rebeldes de Río Grande, sin saber, que su suerte estaba a punto de cambiar.
A su regreso a Laguna, Garibaldi observó que la situación se había deteriorado mucho, el despotismo del general Canabarro, sumado a los saqueos y pillajes de los soldados riograndenses, había soliviantado a la población local, que comenzó a ponerse del lado del gobierno brasileño, sobre todo tras conocer que se aproximaba una gran columna, de cerca de 3.000 soldados imperiales, comandada por el general Francisco José de Sousa Soares de Andrea (1781-1858), que había sido nombrado por el emperador como nuevo presidente de la provincia de Santa Catarina y venía a recuperar “su territorio”. Ante estas circunstancias, la cercana población de Imaruí decidió levantarse en armas contra la República Juliana y sus aliados de Río Grande. Ante este desafío, el general Canabarro ordenó a Garibaldi reducir a cenizas la localidad.
Los habitantes de Imaruí conocieron que Garibaldi se encaminaba hacia allí para suprimir su levantamiento y se aprestaron a construir defensas de cara al mar, creyendo que serían atacados por esa dirección. Sin embargo, Garibaldi desembarcó sus tropas a tres millas de distancia, sin ser visto, y asaltó la ciudad desde el lado de tierra, sorprendiendo a sus defensores, que huyeron en desbandada. Tras la conquista, las tropas de Garibaldi comenzaron a saquear la localidad, encontrando un almacén de vinos y licores del que dieron buena cuenta, tras lo cual, borrachos como cubas, comenzaron a cometer todo tipo de tropelías, sin que sus oficiales pudieran poner orden. Tras este vergonzoso suceso, y una vez recuperado el control sobre sus hombres, Garibaldi les ordenó regresar a Laguna.
Una vez de vuelta, Garibaldi recibió la orden de emplear sus naves en evacuar a una columna republicana en retirada, comandada por el coronel Joaquim Teixeira Nunes (1801-1844), uno de los mejores jefes republicanos y comandante del célebre 1º Cuerpo de Lanceros Negros (compuesto por esclavos liberados). Las cosas no pintaban bien para los rebeldes, pues al avance por tierra del enemigo se sumó la llegada de una flota de apoyo, comandada por el capitán Frederico Mariath, y compuesta por 22 barcos. Estas naves transportaban además fuerzas de infantería, con el objetivo de atacar Laguna desembarcando desde el mar. Una maniobra que buscaba dividir a los defensores e impedir que pudieran concentrar su fuego en la columna que atacaría la ciudad por tierra (básicamente, los imperiales copiaban el mismo plan con el que el ejército de Río Grande había conquistado previamente la ciudad, pero, eso sí, empleando más medios).
Pese a conocer los planes enemigos, los republicanos no tuvieron tiempo de prepararse debidamente, y fueron sorprendidos por el rápido avance de los imperiales. El 15 de noviembre de 1839, los barcos enemigos del capitán Mariath entraron en la bahía, dando comienzo a la batalla de reconquista de Laguna. Para detenerlos, los republicanos contaban con los tres barcos de Garibaldi (que solo contaban con la mitad de su tripulación a bordo), más la goleta Itaparica, que había permanecido en el puerto de Laguna, y el apoyo de una pequeña batería de artillería en tierra.
Pese a su inferioridad numérica, los republicanos se batieron fieramente, arengados nuevamente por Anita Garibaldi, que combatía en primera línea de fuego, dando ejemplo a los hombres. Aunque, en esta ocasión la valentía no les sirvió para imponerse en el combate, y, poco a poco, el constante aumento de bajas, hizo imposible continuar la lucha. Tras la muerte de John Giggs, despedazado por una bala de cañón, y del capitán de la Itaparica; Juan Enríquez de la Raguna, Garibaldi, quedó como único oficial superviviente. Con dos terceras partes de tripulantes muertos, y sin imposibilidad de recibir refuerzos, ordenó a los supervivientes desembarcar y unirse a la lucha en tierra. Además, para evitar que sus naves cayeran en manos del enemigo, ordenó incendiarlas. Tras desembarcar, y observar que la batalla estaba perdida, a Garibaldi no le quedó más remedio que acompañar al ejército republicano en su retirada hacía Lages, Santa Catarina, desde donde pensaban continuar hasta Río Grande. La reconquista imperial de Laguna supuso el fin para la efímera República Juliana.
4 – La muerte de un sueño de libertad.
Tras su victoria en Laguna, las tropas imperiales no perdieron el tiempo y, tras recibir, desde São Paulo, una columna de refuerzo, con unos 1.500 hombres, comandada por el brigadier Francisco Xavier da Cunha, comenzaron la persecución del ejército republicano en retirada. En octubre de 1839, los imperiales conquistaron Lages, pese a los esfuerzos republicanos por detenerles. Sin detenerse, la columna del brigadier, compuesta por unos 2.000 hombres, continúo la persecución, dirigiéndose hacia la República de Río Grande, decididos a invadirla y poner fin a la rebelión.
Con objeto de detener el avance imperial, que avanzaba hacia la frontera entre Santa Catarina y Río Grande, en el río Pelotas, los republicanos destacarán una pequeña fuerza, compuesta por 330 hombres de la columna del coronel Teixeira Nunes y 150 hombres comandados por Garibaldi.
El 14 de diciembre de 1839, mientras la columna imperial, denominada oficialmente División de la Sierra, se dispone a cruzar el paso de Santa Vitória es sorprendida por un súbito ataque de caballería del destacamento republicano. En el furioso y caótico combate cuerpo a cuerpo, que duró alrededor de una hora, el brigadier da Cunha resultó herido en una pierna y ordenó la retirada. Sin embargo, cuando las fuerzas imperiales trataban de destrabarse del combate y cruzar el río Pelotas, el brigadier cayó al agua y pereció ahogado.
La imprevista victoria republicana en esta batalla (480 hombres derrotaron a 2.000), y la subsiguiente reconquista de Lages, sirvió para subir momentáneamente la moral de la tropa, muy deteriorada después de la larga retirada desde Laguna, sin embargo, el gobierno brasileño no se dió por vencido, y, herido en su orgullo, ordenó al coronel Antônio de Melo Albuquerque (1803-1869), apodado “Melo Manso”, que reconquistase Lages con sus tropas, un paso indispensable para realizar un posterior avance sobre Río Grande.

Con objeto de defender Lages, y que los imperiales no pudieran cruzar la frontera hacía Río Grande, el coronel Teixeira decidió detener al enemigo en las proximidades de la villa de Curitibanos, bloqueando el cruce del río Marombas. Garibaldi, sería el encargado de vigilar el paso con sus hombres, y avisar de la llegada del enemigo. Su mujer, Anita, que siempre lo acompañaba, se quedó en esta ocasión en la retaguardia, a cargo de los carros de suministros.
Por su parte, el coronel Melo, que conocía las tácticas guerrilleras de los republicanos, decidió avanzar con precaución, enviando por delante un grupo exploradores, al mando del capitán Hipólito, para evitar ser emboscado. Estos exploradores se toparon con los hombres de Garibaldi a media noche, entablándose un confuso tiroteo entre ambos grupos. La escaramuza no duró mucho, y no tendría más importancia si no fuera porque, gracias a ella, el coronel Melo pudo conocer la ubicación aproximada de las tropas republicanas y disponer su plan de batalla en consecuencia. La oportunidad de que les pudieran tender una emboscada se esfumaba, y, en un combate regular los números estaban de su lado.
Al amanecer, el coronel Melo envió una avanzadilla, al mando del sargento João Gonçalves Padilha, con la misión de cruzar el río y entablar combate con el enemigo, para luego fingir retirarse y atraer al enemigo hacía unas posiciones preparadas en la otra orilla, con fusileros escondidos entre la maleza. El plan de Melo funcionó a la perfección, los republicanos, quizás demasiado confiados tras su reciente victoria en el Paso de Santa Vitória, derrotaron a la avanzadilla enemiga, que huyó en desbandada y se lanzaron a su persecución, siendo emboscados cuando cruzaban el río por los fusileros imperiales escondidos entre la maleza de la orilla oriental. Viendo que había caído en una trampa, Teixeira Nunes ordenó a sus tropas replegarse hasta un cerro cercano, poblado de árboles, en el que establecieron una buena línea defensiva, consiguiendo rechazar varias cargas de caballería enemiga, y resistir hasta el anochecer. Con la llegada de la noche, y al abrigo de la oscuridad, los republicanos se retiraron sigilosamente hacía Lages. Cinco días después, llegaron allí los supervivientes del destacamento: 73 hombres, entre ellos Teixeira y Garibaldi. Pero, pese al pequeño triunfo que era haber conseguido escapar del enemigo, y evitar así ser aniquilados, la batalla había sido un desastre para los republicanos, que habían sufrido 427 muertos (los heridos fueron ejecutados por los imperiales). Mientras que, por su parte, las fuerzas de Melo sufrieron un centenar de muertos.
Por desgracia para Garibaldi, su mujer, Anita, fue capturada, junto con los bagajes que protegía, por los soldados imperiales. Curiosamente, entre sus captores estaba el sargento Padilha, mencionado previamente, y que, por casualidad, había sido en tiempos su pretendiente. Preocupada por la suerte que pudiera haber corrido su amado Garibaldi, Anita solicitó ir al campo de batalla para buscarle entre los cadáveres de los soldados republicanos. Ante esta circunstancia, el coronel Melo decidió concederle el permiso a la joven, aunque, debería ir escoltada por un grupo de soldados y el sargento Padilha. Tras ver que su esposo no estaba entre los muertos, y que los soldados de su escolta estaban bebiendo como cubas, Anita emprendió la fuga. Parece ser que el sargento Padilha, que aún la amaba, fue quien la ayudó a escapar, incitando a sus hombres a beber para celebrar la victoria, y emborrachándose él mismo hasta caer inconsciente, para no levantar sospechas. De esta curiosa manera, varios días después, Anita pudo regresar a las filas republicanas y reencontrarse con Garibaldi.
Poco después de derrotar a las tropas de Teixeira Nunes y a Garibaldi, los imperiales conquistaron Lages y avanzaron sobre la frontera de Río Grande. A este revés, se sumó, un mes después, la pérdida, ante las tropas del general Andrea, de la importante ciudad de Caçapava, la capital provisional de los rebeldes, un combate en el que destacó la valiente actuación de un viejo rival de Garibaldi: el coronel Moringue. Entusiasmado con las últimas victorias, el emperador Pedro II decidió premiar al general Francisco José de Sousa Soares de Andrea (el mismo que reconquistó Laguna) con el título de Barón de Caçapava.
Ante este continuo deterioro de la situación, el presidente Gonçalves decidió contraatacar, empleando para ello el grueso de sus fuerzas, unos 1.200 hombres, entre los que se encontraban los hombres de Canabarro, y el propio Garibaldi. La ofensiva republicana se saldó con dos victorias pírricas en los combates de Tacuarí, y del puerto de San José del Norte. Tras estos fracasos, la capacidad de liderazgo de Gonçalves comenzó a ser puesta en duda y varios de sus seguidores desertaron o cambiaron de bando. Además, el ejército republicano había quedado diezmado tras los últimos combates, falto de moral y de suministros, su capacidad de oponerse a las fuerzas imperiales, cada vez más numerosas, era mínima.
La sombra de la derrota se cernía sobre Río Grande, y Garibaldi, molesto por las disensiones políticas y el derrotismo reinante, decidió cambiar de aires. Por ello, a finales de año, pidió permiso al presidente Gonçalves para licenciarse, y tras adquirir un rebaño de vacas y bueyes, se encaminó hacia Montevideo, Uruguay, acompañado de Anita, y de su hijo “Netto” (Menotti), nacido el 16 de septiembre de 1840, en busca de nuevos sueños.
Por su parte, la República de Río Grande durará unos años más, hasta el 1 de marzo de 1845, en que se pone fin al conflicto mediante el Tratado de Poncho Verde, que garantizaba una amplia amnistía para los jefes rebeldes. El territorio se reincorporará al Imperio Brasileño, y, gracias a su posición estratégica, en la frontera con los estados del Río de la Plata, será empleado posteriormente como base de operaciones para la intervención militar de Brasil en Uruguay (1852) y en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), contra Paraguay.
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Fuentes y Bibliografía:
–Memorias de Garibaldi, por G.Garibaldi y publicadas por Alexandro Dumas, 1860. Edición online de la Universidad de Nuevo León.
–História do Rio Grande do Sul, por Fidélis Dalcin Barbosa, y publicado por EST ediciones. 1983.
–Dicionário das batalhas brasileiras, por Hernâni Donato, y publicado por IBRASA, 1986.
© 2017 – Autor: Marco Antonio Martín García
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