Patos Salvajes: Mercenarios Occidentales en el Congo, 1964-1967

Los mercenarios occidentales tuvieron un papel muy destacado en los conflictos bélicos que sacudieron el Congo durante los años siguientes a su descolonización. Su fama y el romanticismo de sus vidas, reflejado en diversas novelas y películas como “Patos Salvajes”, esconden sin embargo una realidad muy distinta. La mayoría de estos hombres carecía de ideales o ética, y sólo les movía un interés: el dinero. En una joven África, sacudida por las guerras de descolonización y en la que los ejércitos de las nuevas naciones emergentes eran poco más o menos que hordas de milicianos mal armados, los mercenarios eran, curiosamente, los únicos militares profesionales, y, gracias a su veteranía, podían incluso alterar el curso de una guerra. Los mercenarios eran, en definitiva, héroes de alquiler.
El mercenario belga Jean “Black Jack” Schramme (1929-1988) sentado a la derecha

1 – La situación en el Congo: matanzas y caos. 

En 1885, tras la Conferencia de Berlín, en la que las principales potencias europeas se repartieron África, el Congo pasó a ser propiedad personal del rey Leopoldo II de Bélgica (1835-1909). La colonización belga fue similar a la del resto de potencias europeas, es decir: estuvo basada en la extracción de recursos naturales, como el caucho, y de minerales como el cobre, el oro, y el estaño. Recursos que se extrajeron mediante el uso forzado de mano de obra indígena. Una mano de obra que se obtenía mediante la captura de indígenas en las aldeas, y que dio lugar a un gran número de atrocidades. Todo esto, sumado a la introducción de enfermedades europeas, provocó un verdadero genocidio en el país, con la muerte de millones de nativos entre 1885 y 1908. Posteriormente, Bélgica trató de reconducir la situación, ante las críticas internacionales, e hizo del Congo una colonia modélica, en la que se impulsó el desarrollo económico, el urbanismo, y la educación, dando lugar así a la aparición de una auténtica clase media nativa formada al estilo europeo. Gracias a esto consiguió perdurar en el tiempo hasta que, a finales de los años 50, el Congo, al igual que la mayoría de naciones africanas, inició su camino hacia la independencia. Bélgica no deseaba un conflicto armado en su colonia y por tanto, tras negociar con los principales movimientos políticos congoleños, les otorgó la independencia a cambio de que se constituyese un gobierno de unidad nacional, que estuviese conformado por representantes de los principales partidos políticos (para tratar de evitar que se disputasen el poder) y, también, del compromiso, por parte de las nuevas autoridades, de respetar las propiedades de los ciudadanos europeos.

Tras este acuerdo, el Congo proclamó su independencia el 30 de junio de 1960. Sin embargo, casi de inmediato, comenzaron a aparecer graves conflictos entre las diversas tribus que habitaban el país. El ejército, encargado de velar por el orden público, se amotinó días después. Los soldados negros arrestaron a sus oficiales blancos y exigieron que fueran reemplazados por oficiales negros. La revuelta se fue incrementando, y los soldados amotinados tomaron las calles, atacando a la población blanca: saqueando y quemando sus propiedades y cometiendo atroces violaciones y asesinatos. Estas atrocidades causaron la indignación de la opinión pública en Bélgica y, el 8 de julio, el gobierno belga reaccionó enviando al Congo un contingente de soldados paracaidistas para proteger a los ciudadanos blancos y sus propiedades. El caos en el país se agravó días después, el 11 de julio, Moïse Kapend Tshombe (1919-1969), gobernador de la provincia de Katanga, decidió separarse del resto del país y proclamó la independencia de esta región. Katanga era la principal zona minera del país y, por tanto, su independencia significaba para el Congo perder la principal fuente de ingresos del país. El primer ministro del Congo, Patrice Lumumba (1925-1961), creyó que la independencia de Katanga era una maniobra política del gobierno belga, que pretendía asegurarse de que sus empresas mineras continuarán explotando los yacimientos del país. Tras reunirse con su presidente; Joseph Kasavubu (1917-1969), ambos acordaron pedir ayuda a la ONU para restablecer la integridad territorial de su país.

El 13 de julio, la ONU decidió enviar cascos azules al Congo. Esta decisión y, sobre todo, el respaldo de los Estados Unidos al gobierno congoleño (EE. UU. temía una posible intervención soviética en el país), obligaron a Bélgica a retirar a sus tropas del país. Sin embargo, Moïse Tshombe, el autoproclamado presidente de Katanga, impidió a los cascos azules entrar en su territorio, y continuó recibiendo apoyo militar del gobierno belga, aunque de una forma más sutil: los intereses mineros belgas pasaron a estar protegidos por mercenarios occidentales. Estos mercenarios eran un grupo de ex soldados, principalmente franceses y belgas, que estaban comandados por el coronel Roger Faulques (1924-2011). Su principal misión fue mantener a raya a las tropas de la ONU y defender Katanga de los ataques del ejército congoleño. Además, se dedicaron a adiestrar a los soldados de Tshombe para mejorar su efectividad en combate.

Dado que las tropas de la ONU no deseaban entrar en combate en Katanga, y que su ejército sólo era capaz de realizar tímidos avances en el territorio sublevado, el primer ministro Lumumba comenzó a plantearse seriamente pedir ayuda a la Unión Soviética. Finalmente, tras el estallido, en la provincia de Kasai, de una nueva revuelta independentista, Lumumba recurrió a la ayuda militar de la URSS. Esta decisión, significó el final para el propio Lumumba. El Congo era un país católico, y la llegada del comunismo chocó frontalmente con las creencias y tradiciones de la mayoría de la población. Los ataques de Lumumba contra la Iglesia, y las masacres cometidas por el ejército en la represión de la rebelión de Kasai, provocaron un gran malestar en el país. Ante el peligro de una sublevación popular, el presidente Kasavubu decidió disolver el gobierno y destituir a Lumumba. Por su parte, Lumumba decidió hacer lo propio con Kasavubu. El enfrentamiento entre Kasavubu y Lumumba quedó estancado, en una especie de punto muerto, hasta que Joseph Mobutu (1930-1997), un antiguo sargento del ejército colonial belga que había pasado a ser el Jefe del Estado Mayor del Ejército Congoleño, decidió dar un golpe de estado, incruento, y destituyó a Lumumba, poniéndolo bajo arresto. A continuación, el presidente Kasavubu expulsó del país a los asesores soviéticos, ganándose así el apoyo de los Estados Unidos y de sus aliados en Occidente. Lumumba, arrestado, y torturado por los hombres de Mobutu (será apaleado públicamente frente a los periodistas occidentales), fue entregado a Katanga, junto con varios de sus ministros. Una vez allí, el presidente Tshombe decidió librarse de él para siempre y ordenó su asesinato y el de sus hombres de confianza.

Tras estos meses de turbulencias políticas, a comienzos de 1961 la situación en el Congo se podía calificar de absoluto caos. Los partidarios de Lumumba, que habían abrazado abiertamente el marxismo, dominaban varias zonas del país, mientras que en Katanga la rebelión continuaba gracias a los mercenarios franceses, que fueron capaces de mantener a raya a las tropas de la ONU y, también, de detener las ofensivas sobre su territorio que realizaron los soldados de Lumumba, y el ejército congoleño. Finalmente, la ONU decidió negociar con Tshombe para que Katanga pudiera reintegrarse en el Congo como un estado federal. Sin embargo, la muerte del secretario general de la ONU, Dag Hammarskjöld, en un accidente de avión (supuestamente provocado), acontecido el 18 de septiembre de 1961, mientras se dirigía a Katanga, y la reticencia de Tshombe a negociar, ocasionó que la ONU decidiera finalmente poner fin a la rebelión de Katanga por la vía militar.

Tras dos años de combate, en 1963, Katanga fue ocupada y Moïse Tshombe partió hacia el exilio en la España franquista. Parecía que el Congo volvía a la normalidad pero, sin embargo, en 1964 estalló la “Rebelión de los Simbas”: una sublevación a gran escala, dirigida por antiguos partidarios de Lumumba, entre ellos Pierre Mulele (1929-1968) y Christophe Gbenye (1927-2015), que combinaba el comunismo, de corte maoísta, con las antiguas costumbres tribales y el odio al hombre blanco. Ante esta grave amenaza, el gobierno congoleño de Kasavubu tomó una arriesgada medida, promovió al exiliado Tshombe al cargo de primer ministro. Para acabar con la rebelión, Tshombe solicitó la ayuda militar de Bélgica y de EE. UU. , y decidió también recurrir al uso de un nuevo grupo de mercenarios: los Patos Salvajes.

2 – El nacimiento del comando: “Patos Salvajes”.

Como hemos visto, Moïse Tshombe había recurrido al uso de mercenarios occidentales durante la Rebelión de Katanga y el éxito de estos hombres hizo que una vez más recurriera a ellos. Para ello, Tshombe se puso en contacto con Mike Hoare (apodado Mad Mike), uno de los mercenarios que había combatido en Katanga, y le encargó que crease una nueva fuerza de mercenarios que sirviese de punta de lanza en los ataques del ejército congoleño contra los rebeldes simbas (leones, en el idioma Swahili). Hoare era un irlandés que había servido como oficial del ejército británico en la Segunda Guerra Mundial, y que llegó a ascender al rango de mayor durante la Campaña de Birmania. Tras la guerra, Hoare emigró a Sudáfrica y, a raíz del estallido de los diversos conflictos de descolonización que sacudieron el continente africano, decidió poner su experiencia militar al servicio del mejor postor.

Mike Hoare, 1919-2020

Para organizar a su nueva tropa de mercenarios, Hoare contactó con otros veteranos de la Segunda Guerra Mundial, en su mayoría británicos y alemanes, cuya misión sería actuar como oficiales, encargados de entrenar y dirigir en el combate a los hombres reclutados como mercenarios. La tropa de mercenarios estaría compuesta en su mayoría por jóvenes blancos procedentes de Sudáfrica, Rhodesia, y África Sudoccidental (Namibia) que, en su mayoría, carecían de experiencia militar previa y que se vieron atraídos por diversas ofertas de trabajo publicadas en periódicos locales. El contrato como «mercenario» tenía una duración de 6 meses y estaba remunerado con 160 libras esterlinas al mes, un sueldo muy atractivo para la época (si uno lograba sobrevivir para cobrarlo).

El nombre oficial de los mercenarios de Hoare sería 5º Comando, pero serían más conocidos como Wild Geese (Patos Salvajes), un nombre romántico, elegido por Hoare para honrar a los Wild Geese originales: los mercenarios irlandeses del siglo XVII. Además, para remarcar su estatus de tropa de elite, Hoare instauró el empleo entre sus hombres de una boina de color verde oscuro, al estilo de las tropas de élite de la mayoría de países occidentales. Dado su pasado, era lógico que Hoare se inspirase en el ejército británico para formar su comando de mercenarios, no sólo en su uniforme, emblemas, y armamento, sino también en su adiestramiento y en su rígida disciplina. Sin embargo, en este último aspecto, el nivel de disciplina de los mercenarios nunca llegó a los estándares de un ejército regular y, con el tiempo, le causaría a Hoare más de un problema.

Tras un intenso periodo de instrucción de un mes en la base de Kamina, en Katanga, en julio de 1964 el primer grupo de 38 jóvenes partió hacia el combate. Obviamente, el grupo no estaba perfectamente preparado, pero las necesidades de la contienda les obligó a entrar en acción antes de tiempo. De estos 38 hombres, 9 decidieron abandonar e irse antes de entrar en acción. Los 29 restantes, comandados por Siegfried Müller, un antiguo soldado alemán que había ganado la Cruz de Hierro en el Frente del Este, partieron al asalto de Albertville, una localidad de gran valor estratégico que estaba en poder de los Simbas. Dado el reducido número de hombres que componían el comando, el asalto era casi una locura y acabó bastante mal. Dos mercenarios resultaron muertos y el resto se tuvo que replegar. Los simbas celebraron la victoria como si fuera una cacería, tomándose varias fotografías con los cadáveres de los hombres muertos a sus pies, ensartados en lanzas tribales. Obviamente, estas fotografías no sentaron nada bien al resto de mercenarios, y algunos de ellos cometerían varios desmanes en represalia.

El grupo de Muller había fracasado, pero otra subunidad del 5º Comando, denominada 51º Comando, y dirigida por el teniente Gary Wilson, consiguió tomar Albertville poco después. Esta victoria sirvió para reforzar la moral del grupo de mercenarios, y sentó las bases de las exitosas tácticas que usarían a partir de entonces. Dado su escaso número, los mercenarios no podían afrontar el desgaste de las batallas convencionales, ni combatir como la infantería regular. Por ello, para tener éxito debían golpear al enemigo de forma rápida y contundente, impidiéndole reaccionar y causándole el mayor daño posible, con objeto de minar su moral, y obligarlo a retirarse. Obviamente, estos ataques relámpago no podían hacerse a pie, así que los mercenarios comenzaron a emplear profusamente vehículos todoterreno armados con ametralladoras, entre ellos el mítico Jeep, y blindados ligeros como el Ferret, y el Dingo.

A la hora de asaltar una posición enemiga, los mercenarios atacaban por sorpresa, sin apoyo artillero o bombardeos previos que delataran sus intenciones. Entraban en las localidades a toda velocidad, sin bajarse de sus vehículos, y ametrallando a todo lo que se movía. Los milicianos simbas carecían de disciplina, y de un entrenamiento militar adecuado, así que, normalmente, solían emprender la huida ante estos vertiginosos ataques. Sin embargo, en ocasiones los mercenarios se topaban con grupos de simbas fanáticos, hombres que bajo los efectos de diversas drogas eran capaces de combatir hasta el final, llegando al extremo de cargar en masa, lanza en mano, contra las ametralladoras de los mercenarios, sin importarles las bajas. Ante estos furibundos ataques, los mercenarios, normalmente agrupados en unidades de tan solo 30 hombres, podían llegar a ser sobrepasados y en ocasiones acabaron siendo masacrados salvajemente.

A medida que fueron llegando voluntarios, la tropa de mercenarios creció en número, llegando a tener un total de cerca de 300 soldados, agrupados, como hemos visto, en subunidades de unos 30 hombres al mando de un oficial veterano y denominadas: comandos (la numeración de estas subunidades se iniciaba a partir del número 50 para indicar su posición, es decir, el 52º Comando era en realidad el 2ª grupo del 5º comando y así sucesivamente). El mayor número de efectivos permitió a Hoare realizar ataques más arriesgados y continuar con la estrategia que había puesto en marcha con el pasado asalto a Albertville: olvidarse del campo y tomar, una a una, cada localidad en manos enemigas, hasta que la rebelión fuera sofocada.

El 5 de noviembre, el 56º Comando, al mando del teniente Jeremy Spencer, se lanzó a la captura de la ciudad de Kindu. Tras internarse en la localidad con sus vehículos disparando a discreción, los mercenarios consiguieron arrinconar a los milicianos simbas contra el río y acabar con ellos, llegando a hundir una barcaza con 50 rebeldes a bordo. En el intenso combate, murió el autoproclamado general rebelde Olenga. El carismático teniente Spencer, murió también nueve días después, durante un contraataque enemigo. La pérdida de este oficial fue un duro golpe para los mercenarios pero la guerra no esperaba y, una vez asegurada Kindu, reagruparon sus fuerzas y se dispusieron a dar un golpe mayor: la captura de Stanleyville, la capital enemiga.

Rebeldes Simba tras la captura de Stanleyville en 1964

El atardecer 23 de noviembre, el 5º Comando, es decir, la unidad de mercenarios al completo, se dirigió hacia el norte, para encabezar el ataque contra Stanleyville. La misión de los mercenarios era abrir brecha en las defensas de la ciudad, para que pudiera entrar en la misma una potente columna de soldados regulares congoleños, denominada en clave “Lima Uno”. Los simbas de Stanleyville, dirigidos en persona por Pierre Mulele, tenían en su poder a un buen número de rehenes occidentales, en su mayoría belgas, y habían amenazado con sacarles el corazón, y despellejarlos, si el gobierno congoleño no satisfacía sus demandas, por ello, en el asalto a la capital rebelde, la velocidad era el factor más importante. Los mercenarios, condujeron sus vehículos durante toda la noche, sufriendo en el trayecto varias emboscadas enemigas, que les causaron un buen número de muertos y heridos. Este duro peaje, era fruto de la necesidad de desplazarse a máxima velocidad, sin reconocer previamente el terreno y sin tomar precauciones. Los mercenarios alcanzaron Stanleyville con las primeras luces del amanecer, encontrándose con la agridulce sorpresa de que la ciudad ya había sido liberada por paracaidistas belgas.

La operación había sido un éxito, aunque, antes de huir de la zona, los simbas tuvieron tiempo de asesinar a 29 rehenes. Por su parte, los mercenarios, cansados y furiosos por la dura marcha nocturna, se dedicaron a “liberar” varias entidades bancarias de la ciudad y a cometer otros actos de pillaje al más puro estilo medieval. Mike Hoare intentó poner algo de disciplina en sus muchachos, pero no tuvo demasiado éxito. Por ejemplo, a uno de sus hombres, que había sido futbolista profesional y que violó y mató a una joven de la ciudad, como castigo le cortó los pulgares del pie, para que nunca más pudiera jugar al fútbol. Obviamente, si la chica hubiera sido blanca, el castigo habría sido mucho más severo, pero en aquella época, el racismo tenía mucha fuerza aun en África.

En enero de 1965, finalizó el contrato de 6 meses firmado por los mercenarios y la mayoría regresó a sus hogares. Hoare, se dirigió a Johannesburgo para reclutar un nuevo grupo de 150 voluntarios y proseguir la campaña contra los simbas. Durante los siguientes meses, los mercenarios se dedicaron a dos tareas: acabar con los últimos reductos rebeldes, situados en el noreste del país, y rescatar rehenes blancos, en su mayoría religiosos, que estaban secuestrados en diversas aldeas. Por su parte, los simbas también se habían reforzado con la entrada de armamento soviético y chino a través de Sudán y con la llegada de asesores militares chinos. Sin embargo, sus tácticas seguían estando anticuadas y fueron incapaces de defenderse de los asaltos combinados de los mercenarios, y del ejército regular congoleño. En marzo cayó la localidad de Watsa y, con ello, los simbas perdieron su principal fuente de financiación: las minas de oro de Kilo-Moto.

A mediados de año, solo quedaba un último reducto rebelde: la región de Fizi-Baraka, ubicada al sur de la provincia de Kivu. Esta región montañosa era casi inexpugnable, ya que solo tenía un acceso por carretera: el escarpe de Lulimba. Y precisamente, este será el nuevo objetivo encargado a los comandos de Hoare. El 27 de septiembre de 1965, una fuerza de 100 hombres, al mando del teniente Wicks, se lanzó al asalto de la posición enemiga. En realidad, la maniobra era una finta para distraer a los rebeldes y obligarlos a concentrar sus efectivos en Lulimba mientras el ejército congoleño atacaba la importante localidad de Baraka, a orillas del lago Tanganika. Tras durísimos combates que les causaron enormes pérdidas, los soldados congoleños consiguieron tomar la ciudad. Tras ello, el frente se desmoronó y los soldados regulares se desplazaron para continuar su maniobra envolvente hacia Lulimba y aplastar definitivamente al enemigo. A mediados de octubre, cayeron los últimos reductos rebeldes y la rebelión de los simbas llegó a su fin. Con ella, desaparecía la necesidad de contar con mercenarios.

Un mes después de la victoria, el 25 de noviembre de 1965, el general Mobutu daba un golpe de estado y se convertía en el nuevo dictador del Congo. Entre sus primeras medidas, Mobutu decidió despedir a los jefes de los mercenarios: Mike Hoare y Alastair Wicks, a los que acusaba de ser aún leales al anterior gobierno. El 5º Comando pasaría a ser comandado por John Peters, otro antiguo suboficial del ejército británico. Sin embargo, las tareas que encargó Mobutu a los mercenarios dejaron de tener que ver con el combate. Mobutu uso a la tropa de mercenarios como fuerza represora, encargada de hacerle el trabajo sucio y acabar con cualquier posible opositor o detractor del nuevo régimen. En julio de 1966, los mercenarios acabaron con la vida de 3.000 soldados katangueños que estaban prisioneros desde su fallida rebelión. Tras acabar el trabajo sucio, el 5º comando dejó de ser necesario y su contrato no fue prolongado. En enero de 1967, los mercenarios abandonaron el país.

En 1968, Pierre Mulele, que había partido al exilio tras la derrota, vuelve al Congo atraído por una falsa promesa de amnistía y es torturado, mutilado y finalmente asesinado por órdenes de Mobutu. Con su muerte, desaparece el principal líder de los simbas, pero los antiguos seguidores de Lumumba, reconvertidos en guerrilleros revolucionarios, no se extinguirán y, comandados por Laurent-Désiré Kabila, continuarán sus acciones, a menor escala, en la provincia de Kivu.

Por su parte, Mobutu se convirtió en un sangriento dictador que gobernó en el Congo (rebautizándolo como “Zaire”), hasta 1997, año en el que Kabila, el líder guerrillero, consiguió tomar el poder, gracias al apoyo del ejército de Ruanda. Kabila gobernará el Congo hasta 2001, año en que fue asesinado y reemplazado por su hijo, Joseph Kabila, que gobernó el país hasta 2018. Actualmente (en 2021), el presidente es Félix Tshisekedi.

¿Y qué pasó con Mike Hoare? El veterano mercenario siguió dedicándose a su oficio, siendo protagonista de un intento de golpe de estado en las Islas Seychelles, por lo cual fue condenado a 10 años de prisión. Hoy en día todavía sigue vivo, a sus 95 años (actualizado, falleció el 2 de febrero de 2020 mientras dormía en un asilo de Durban Sudáfrica).

3 – Balance:

Durante todos los años en que estuvo involucrada en las incesantes batallas libradas en el Congo, la fuerza mercenaria había demostrado la importancia que podía ejercer una fuerza moderna, bien entrenada y organizada, frente a tropas mucho más numerosas, pero desorganizadas y con comportamientos más tribales que militares. El 5º Comando de mercenarios fue la punta de lanza que acabó con la Rebelión de los Simbas. Cientos de hombres se impusieron a miles de enemigos gracias a sus tácticas, a su velocidad y a su potencia de fuego. Sin ellos, la guerra hubiera durado muchos más años.

Por otro lado, hay que destacar la influencia que tuvieron los mercenarios en los países vecinos. El romanticismo de la vida de mercenarios atrajo a muchos jóvenes blancos de Sudáfrica, jóvenes que, además de un buen sueldo, buscaban la aventura y la camaradería que les ofrecía esta forma de vida y que, ideológicamente, se veían amenazados por los cambios que estaba trayendo a África la descolonización. Para ellos, su trabajo era una especie de pequeña venganza, una forma de reivindicar que el hombre blanco todavía tenía un papel predominante en África. Por su parte, sus jefes y oficiales, los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, eran mucho más pragmáticos, para ellos era solo un trabajo con el que poder mejorar su futura pensión de jubilación. Jugarse la vida una vez más, no por su país, sino por ellos mismos.

En el lado oscuro, hay que destacar los crímenes de guerra cometidos por los mercenarios. Ningún ejército se libra de esa lacra, pero por desgracia en fuerzas mercenarias estos crímenes se produce más a menudo. Los crímenes a título individual, como las violaciones o el asesinato de civiles fueron castigados solo levemente por los oficiales al mando, mientras que en crímenes de mayor envergadura, se pueden atribuir a las órdenes recibidas por sus empleadores. Los mercenarios fueron simplemente el cuchillo, el arma ejecutora, los verdaderos criminales fueron los políticos que ordenaron estos crímenes.

En definitiva, para concluir se puede decir que el grupo de mercenarios estaba perfectamente definido por su sobrenombre: Patos Salvajes.

Fuentes:
«Las guerras de la Postguerra«, varios autores, Editorial Planeta-Agostini.
«Revista Cuerpos de Elite, nº1«, Editorial Planeta-Agostini.

© 2014 (Actualizado 2021)
Autor: Marco Antonio Martín García
Todos los derechos reservados.
Prohibido su uso comercial y la reproducción parcial o total de este texto sin consentimiento previo del autor.
https://senderosdelahistoria.wordpress.com

11 comentarios

  1. Muy interesante el artículo, pero creo que decir, al principio del mismo, que «La colonización belga fue bastante benigna»… En fín, hasta donde yo me he documentado el rey Leopoldo II de Bélgica debe estar ardiendo a fuego lento en el infierno, y su gobierno en el Congo fue un expolio indiscriminado, con genocidio de la población civil incluido. Con la enorme hipocresía de ser felicitado en la Europa de su tiempo por sus «contribuciones» al bienestar de la gente del Congo. La documentación del tema que se trata en sí en el articulo, sin quejas, buen trabajo. Pero es que lo del principio me hizo daño en los ojos. Un saludo.

    Me gusta

    • Buenas, cuando me refiero a lo de «colonización bastante benigna», me refiero en comparación a las colonizaciones de otras potencias europeas en la zona y al hecho de que la descolonización se produjera, al principio, sin violencia. Los belgas, construyeron numerosas escuelas y hospitales, e intentaron dar una formación educativa básica a la mayor parte de la población nativa. Aunque, obviamente, dado el racismo de la época, solo los blancos podían alcanzar puestos en la administración o el ejercito, existía una fuerte segregación racial y la población nativa era explotada en las prosperas minas del país. Por tanto, no quiero dejar duda de que personalmente estoy en contra del mismo hecho de la colonización, que me parece una forma de esclavizar pueblos para expoliares económicamente y que a menudo a producido atroces genocidios.

      Un cordial saludo.
      El autor.

      Me gusta

  2. Muchas gracias por tu vuelta. Es un placer leer cada artículo de tu blog en los ratos libres. Yo también tenía entendido que el rey Leopoldo II de Bélgica cometió un genocidio en el Congo de magnitudes «desproporcionadas», por decirlo de alguna manera. Pero toda esta parte de la historia del país que nos has contado la desconocía totalmente.

    Un saludo desde Salamanca

    Me gusta

  3. Hola, muy buenas, me alegro de que le guste el blog y mis artículos. Respecto al tema de la colonización belga, he de confesar que no he visto nada en los libros consultados sobre el tema de masacres y atrocidades, es mas, como digo en el anterior comentario, la mayoría de libros concluyen que la colonización belga, en la época «pre-independencia», no era demasiado dañina y estaba bastante centrada en la educación de los nativos (aparte de la explotación minera).
    Puede ser, que al ser los libros consultados de los años 70 y 80, los autores lo desconocieran o puede ser que las matanzas de nativos se produjeran a finales del siglo XIX o principios del XX y que la situación hubiera cambiado en los años 60, que es el momento histórico al que me refiero.
    No obstante, sea como sea, prometo consultar mas sobre el tema y, en breve, actualizar este articulo con la información que encuentre. Y nuevamente, quisiera determinar que estoy totalmente en contra de la colonización, la explotación económica, el racismo y la violación de los derechos humanos, y por tanto no quisiera que mi articulo se malinterpretara.

    Un cordial saludo y gracias por su aportación.
    El autor.

    Me gusta

    • Bueno, yo opino que cualquier persona que se juega la vida y se enfrenta a las adversidades para mejorar su estatus socio-económico es un verdadero héroe. A veces la gente que lucha por dinero es mas integra que la que lucha por falsos ideales o mentiras pseudo-religiosas. Pero bueno, es mi opinión y es tan valida como la de cualquiera y si no estas de acuerdo puedes decirlo con formas quizás menos ofensivas.

      Me gusta

  4. Me ha sorprendido que escriba que el Rey Leopoldo ¿fue benigno? con 10 millones de asesinados siendo este uno de los mayores genocidas de la Tierra, creo Marco que aquí esta equivocado, revise la historia.

    Todo esto empezó en 1885 cuando el rey Leopoldo II de Bélgica ávido de nuevos territorios para su pequeño país compró a título personal una parte del Congo tan grande como Europa, gracias a los buenos oficios del explorador inglés Henry Morton Stanley. Leopoldo bautizó a este nuevo territorio como État Indepépendant du Congo en uno de los mayores eufemismos de la historia.

    Me gusta

    • Se me olvido La práctica genocida de Leopoldo II en el Congo Se calcula que durante los años de dominio de Leopoldo sobre el Congo fueron exterminados unos diez millones de nativos, la mayoría de ellos esclavizados, mutilados, asesinados o amenazados con la muerte para que trabajaran en la obtención de caucho.12 El historiador Adam Hochschild avanza la misma cifra basándose en investigaciones llevadas a cabo por el antropólogo Jan Vansina a partir de fuentes locales de la época, y estima que de 1885 a 1908 la población congoleña quedó reducida a la mitad por culpa de los asesinatos, el hambre, el agotamiento, las enfermedades y el desplome de la natalidad.13 El historiador congoleño Ndaywel e Nziem eleva la cifra a 13 millones de muertos,9 mientras que los historiadores Roger Louis y Jean Stengers consideran que esas cifras no tienen fundamento al no existir datos de población para aquellos años.14
      https://es.wikipedia.org/wiki/Leopoldo_II_de_B%C3%A9lgica

      Me gusta

  5. Había perdido el hilo; añado; Doce años después el 2º REP (400 legionarios) saltamos sobre Kolwezi, lo que no dices es que el General De Goulle “prestó” mil ex legionarios a Moise Tshombe (bajo su mando directo) la excusa la protección de las empresas belgas, francesas, americanas en las principales explotaciones, de uranio, cobre y zinc, estos mercenarios fueron conocidos como “los patos salvajes”.
    Un saludo

    Me gusta

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.