Quinto Sertorio, fue uno de los mejores caudillos militares de la República Romana. Era un hombre inteligente, valiente, y decidido, que comenzó a destacar ya de joven, por su valerosa actuación durante las campañas del general Mario, contra la invasión de los Cimbrios y Teutones, y en la Guerra Social que Roma libro contra sus antiguos aliados itálicos. Años después, su fama se acrecentará por su férrea oposición a la dictadura de Sila en Roma. Una posición política que le granjeó ser perseguido y, finalmente, tener que exiliarse en Hispania, en donde, gracias a su carisma, se convirtió en líder de un gran número de pueblos hispanos sometidos por Roma, que lo acogieron como a un libertador. Gracias a estos apoyos, Sertorio pudo crear su propio ejército, y realizar una magistral campaña militar contra las tropas de Sila, y sus aliados, que le permitió, durante algún tiempo, controlar bajo su mando la Hispania Romana. Sin embargo, las rivalidades políticas, en su propio bando, acabaron provocando su muerte, y el fin de su sueño, de independizar a Hispania de Roma, para convertirla en su propio reino. Pese a todo, Sertorio pasó a la Historia como un gran líder, que con pocos recursos, pero mucha audacia, logró humillar a ejércitos mucho más numerosos, devolviendo a los hispanos el orgullo, y los deseos de recuperar su libertad.

Quinto Sertorio nació en el año 122 a.C, en la ciudad de Nursia, en la zona de Italia poblada por los Sabinos. Su linaje no era demasiado conocido, pero pertenecía a la clase noble de los ecuestres, la segunda clase social más importante, tras los patricios. Huérfano de padre, Sertorio fue criado por su madre, a la que veneraba profundamente. En su juventud, Sertorio empezó a destacar mucho como orador, cualidad que le abriría de par en par la puerta de la política. Pero, a Sertorio lo que realmente le gustaba era el ejército y se dedicó a ello en cuerpo y alma. Su primera oportunidad de destacar como militar fue durante las invasiones de los Cimbrios y Teutones.
En el año 113 a.C, los pueblos germánicos de los Cimbrios, y los Teutones, que habitaban la península de Jutlandia, iniciaron un amplio movimiento migratorio hacia el sur, en busca de nuevas tierras en las que asentarse. Tras invadir Germania, en el año 109 a.C. entraron en las Galias, con la intención de atravesarlas y llegar a Hispania, en donde probablemente tenían pensado reasentarse. Sin embargo, la defensa de los pasos de los Pirineos les hizo cambiar de dirección e invadir la provincia romana de la Galia Narbonense (el sur de la actual Francia), derrotando en el proceso al ejército romano de Marco Junio Silano, que trató, en vano, de detenerlos.
Ante esta peligrosa situación, en el año 105 a.C, los cónsules de Roma: Quinto Servilio Cepión, y Cneo Malio Máximo, decidieron reunir un gran ejército, de entre 10 y 12 legiones (unos 120.000 hombres), y marchar a la Galia Narbonense, para enfrentarse allí contra los Cimbrios y Teutones, y, además, para recuperar la importante ciudad de Tolosa (Toulouse) que, aprovechando el caos en que se hallaba la provincia, se había rebelado contra Roma. Entre las tropas del cónsul Cepión se encontraba el joven Sertorio.
Pese a contar con un poderoso ejército, los romanos adolecían de una importante falta de coordinación entre sus unidades, una circunstancia que además se vió agravada por la enemistad personal que existía entre ambos cónsules, y que supieron aprovechar los Cimbrios y Teutones, para infringirles una catastrófica derrota, en la conocida como Batalla de Arausio, a orillas del río Ródano. En dicha batalla, Sertorio, como equite que era, combatía en la caballería que cubría las alas de Cepión. Tras resultar herido, y perder a su caballo, Sertorio contempló la desbandada de sus compañeros que, derrotados, huían hacia el río en un auténtico “sálvese quien pueda”. Ante esta situación, y temiendo quedar en manos de sus enemigos, no tuvo más remedio que lanzarse al Ródano para cruzarlo a nado. Toda una hazaña, teniendo en cuenta la fuerte corriente del río, el peso de su coraza, y el hecho de que se encontraba herido. Por desgracia, para Roma, la mayoría de sus compañeros no tuvo tanta suerte, muriendo cerca de 80.000 soldados en la batalla.
Tras esta gran victoria, los Cimbrios se dirigieron al norte de Hispania, mientras que sus aliados. los Teutones decidieron ocupar el norte de la Galia. Tras enterarse de la riqueza de las fértiles tierras italianas, los Cimbrios abandonaron Hispania y se unieron con los Teutones y con los Tigurinos, tribu gala, para invadir Italia en el 102 a.C. El general Cayo Mario, el gran reformador de las Legiones Romanas, fue nombrado cónsul y puesto al mando de los ejércitos encargados de detener la terrible amenaza germana.
En su invasión de Italia, los Cimbrios y Teutones cometieron el gran error de separarse y avanzar cada uno por su lado, permitiendo que en el año 101 a.C, Mario, consiga aniquilar a los Teutones en la Batalla de Aquae Sextiae, causándoles más de 100.000 bajas y, posteriormente, derrotar a los Cimbrios en la Batalla de Vercelae, en la que destacó otro gran general: Lucio Cornelio Sila, que estaba al mando de la caballería. Tras estas contundentes derrotas, los Cimbrios y Teutones fueron casi aniquilados, sufriendo cientos de miles de muertos, y acabando como esclavos los supervivientes. Por su parte, los romanos sufrieron pocas bajas, lo cual , dice mucho del genio estratégico de Mario. Sertorio, participó en esta campaña dentro del ejército de Mario, cubriéndose de gloria por su valor. Su hazaña más celebrada ocurrió cuando en una ocasión Mario le envió a espiar al enemigo. Sertorio, conocedor del idioma celta que hablaban los galos, y dando muestras de gran osadía, se infiltró en el campamento enemigo disfrazado de galo, aliado de los teutones, y pudo así contar sus efectivos, e informar a Mario de sus disposición y planes militares. Esta hazaña, le fue recompensada con un premio a su valor.
La fama adquirida durante las campañas contra Cimbrios y Teutones le permitirá ser nombrado Tribuno Militar y enviado a Hispania con el pretor Tito Didio. Sertorio destacará de nuevo en Hispania al reprimir exitosamente la rebelión de los celtíberos de la ciudad de Cazlona. Según Plutarco, los soldados romanos se habían excedido contra la población local y los guerreros de la ciudad decidieron vengarse, uniéndose con sus vecinos de Orisia para atacar de noche a los romanos. Tras abrir las puertas de la ciudad los celtíberos de Orisia entraron en Cazlona matando a los romanos casa por casa. Sertorio al darse cuenta de la situación escapó como pudo, y tras reunir a todos los soldados que habían conseguido escapar, cercó a los atacantes, cerrando las calles con sus hombres, y exterminó, en represalia, a todos los hombres que encontró, y que estaban en edad de portar armas.
Tras aniquilar a los atacantes, Sertorio, haciendo nuevamente gala de su osadía, vistió a sus hombres con las ropas de los atacantes muertos y se dirigió a Orisia. En la ciudad pensaron que regresaban sus hombres victoriosos y abrieron las puertas, lo cual fue aprovechado por Sertorio para entrar en la ciudad a sangre y fuego, matando a gran parte de sus habitantes, y vendiendo al resto como esclavos. Este nuevo éxito, en la pacificación de Hispania, le fue recompensado con la Corona Gramínea, una de las más altas condecoraciones romanas. El comportamiento de Sertorio en estas ocasiones nos puede parecer censurable hoy en día, pero, Sertorio no era un genocida, era un hombre de su tiempo, un tiempo donde las rebeliones se castigaban duramente. Un tiempo en el que, por desgracia, los vencidos, fueran de la nacionalidad que fuesen, casi siempre acababan muertos o esclavizados.
En el año 90 a.C Sertorio fue nombrado cuestor de la Galia Cisalpina, en esa época recién había estallado la Guerra Social, (91-88 a.C), entre Roma y sus aliados italianos que pedían tener derecho a la ciudadanía romana. Una vez más, Mario se pondrá al frente del ejército de Roma para derrotar a los italianos, destacando también Sila en la campaña. Esta vez, aparte de militarmente, Mario resolverá la campaña políticamente, publicando la Lex Iulia (Ley Julia), que concedía la ciudadanía a los aliados que permanecieran fieles a Roma y posteriormente, viendo que la contienda se extendía y desangraba Italia, publicando la Lex Plautia Papiria, en el 89 a.C, una ley que concedía la ciudadanía a los aliados que abandonaran las armas, finalizando así el conflicto, al conseguir su objetivo los aliados italianos, pese a su derrota militar, ya que Sila había conquistado gran parte de sus ciudades. Durante la contienda, a Sertorio le fue encargado por el Senado el reclutar un ejército en la Galia Cisalpina, lo cual hizo rápidamente, destacando por su buena organización. Su eficacia hizo que fuera promovido al cargo de Legado, participando valientemente en la contienda contra los ex aliados italianos. Durante una batalla, Sertorio perdió un ojo, pero según Plutarco, Sertorio lejos de acomplejarse se mostró orgulloso de su pérdida, ya que para él era una muestra de su valor en batalla, una condecoración que llevaría siempre.
Por sus hazañas bélicas la población romana lo ovacionó, lo que en la época, después del recibimiento en triunfo era el segundo recibimiento más importante de Roma. Sertorio, intentando hacer valer su destacada carrera militar pidió como recompensa un cargo en el tribunado de la plebe, pero no tuvo suerte, ya que la facción política conservadora, dirigida por Sila, se opuso a su nombramiento.
Tras finalizar la Guerra Social en el 88 a.C, Sila fue elegido cónsul y fue encargado por el Senado de dirigir la guerra contra el rey Mitrídates del Ponto, el cual había aprovechado la guerra interna de Roma en Italia para expansionarse a costa de sus vecinos. Mitrídates odiaba el poder de Roma y harto de que ésta hiciera de árbitro en los conflictos de Oriente, ordenó el asesinato de todos los romanos que habitaban Asia Menor, muriendo cerca de 80.000 personas en un atroz genocidio.
Mario, envidiando el poder y prestigio que podría alcanzar Sila en la campaña contra Mitrídates, influenció al Senado para que le quitara el mando a Sila y se lo diera a él. Sila no aceptó la intromisión de Mario y usó sus seis legiones para avanzar sobre Roma, iniciándose así la Guerra Civil entre los partidarios de Mario y de Sila. Por primera vez en la historia, un ejército romano entraba armado en Roma. Mario había reclutado una legión con esclavos, libertos y gladiadores, pero sabiendo que no eran rivales para los curtidos legionarios de Sila, se retiró de la ciudad en busca de más apoyos. Tras asegurarse Roma, Sila marchó a la guerra contra Mitrídates, dejando al cargo de la ciudad a los cónsules recién nombrados; Lucio Cornelio Cinna y Cneo Octavio.
Cinna traicionará a Sila, poniéndose del lado de los “populares” de Mario. Octavio, con el apoyo de los “optimates” o conservadores se enfrentó a Cinna, consiguiendo expulsarlo de la ciudad brevemente. Sertorio, partidario de los “populares”, tras serle negado el tribunado por los “optimates”, formó una legión con ex veteranos de la Guerra Social y avanzó hacia Roma junto a Cinna a finales del 87 a.C. A las legiones de Sertorio y Cinna se unieron las tropas de Mario, que volvía a la ciudad tras su huida a África.
Los tres ejércitos reunidos tomaron Roma fácilmente y tras la victoria, las tropas de gladiadores y libertos de Mario cometieron una espantosa masacre sobre los partidarios de Sila en Roma, matando a más de 100 nobles romanos e incluso al cónsul Cneo Octavio. Tras cinco días de matanzas, Sertorio se cansó de la situación y ordenó a sus tropas exterminar a los 4.000 “soldados” de Mario, el cual no hizo nada al respeto para impedirlo. Así pues, la intervención de Sertorio acabó con las masacres e impuso el orden en la ciudad. Sertorio estaba dentro del bando de Mario, pero era mas por su rencor hacia Sila que por ser fiel a Mario y por tanto siempre mantuvo una posición independiente, sin mancharse las manos eliminando contrincantes.
Unos meses después de su vuelta, en el 86 a.C, y justo cuando tenía el triunfo al alcance de la mano, Mario murió sorpresivamente, dejando a su hijo Mario el joven como sucesor en el consulado. Tras su muerte, Cinna obtuvo el otro consulado y consolidó su poder, pero cuando dirigía sus tropas hacia Grecia, fue asesinado en un motín. El liderazgo del bando de los populares pasó entonces a los hijos de Mario y la familia de los Escipiones. En el 83 a.C, Sertorio, que no aguantaba al hijo de Mario y viendo próxima la vuelta de Asia del victorioso Sila, decidió marchar a Hispania como pretor.
Sila derrotó a Mario el joven y sus aliados, entrando en Roma en el 82 a.C y tras asegurarse su dominio absoluto del poder, inició una terrible represión sobre el bando de los “populares”, ejecutando a 3000 prisioneros e iniciando las “proscripciones” o persecuciones a muerte e incautación de bienes de todos sus enemigos: 80 senadores, 1600 equites y 4.700 ciudadanos murieron durante el régimen de Sila. Las fortunas incautadas permitieron enriquecerse a los partidarios de Sila, entre ellos los posteriormente famosos Craso y Pompeyo Magno. Entre los enemigos proscritos de Sila se encontraba Sertorio, el cual intentaba conseguir afianzar su posición en Hispania, intentando atraerse a los opositores a Sila.
Sila despojó a Sertorio de su cargo y nombró a Lucio Valerio Flaco como gobernador de Hispania Citerior. Ese mismo año del 82 a.C, el general Cayo Annio dirigió un ejército hacia Hispania para expulsar a Sertorio, y permitir tomar posesión de su cargo a Valerio Flaco. Sertorio, desde su llegada a Hispania, había intentado ganarse a la población local, obligando a los soldados romanos a vivir en sus propios barracones en vez de en casas de la población civil como estaban acostumbrados. Además, para defenderse había fortificado los estratégicos pasos de los pirineos, los cuales puso a cargo de su lugarteniente Livio Salinator, que comandaba 6.000 hombres. El general Cayo Annio, tras vislumbrar las fortificaciones de Sertorio, decidió no atacarlas y prefirió usar la sutileza, sobornando a un soldado para que asesinara a Salinator. Muerto el lugarteniente de Sertorio, el resto de tropas s e rindió y abrieron los pasos para que el ejército de Annio entrara en la Península tranquilamente. Sertorio solo contaba con 3000 hombres restantes y por tanto decidió no plantar batalla y escapar a Cartago Nova, para embarcarse de allí a Mauritania, a la cual llegó tras toda una odisea de viaje marítimo en el que le pasó de todo y en el que tuvo contacto con los piratas cilicios, con los que se alió para saquear las islas baleares según Plutarco.
Tras su llegada a Mauritania en el 81 a.C, Sertorio se enfrentó al rey Ascalis, amigo de Roma, el cual estaba en lucha contra los rebeldes de su país. Sertorio consiguió derrotar a Ascalis con el apoyo de los rebeldes mauritanos, lo cual provocó la ira de Sila, que mandó al general Paciano para reponer a Ascalis en su trono y de paso acabar con Sertorio. Sertorio se enfrentó a Paciano con el apoyo de sus aliados mauritanos y lo derrotó, muriendo el propio Paciano en la batalla. Los soldados vencidos de Paciano, viendo que su situación era precaria, al estar en tierra extranjera y sin un líder, decidieron unirse al bando de Sertorio. Con estas tropas de refuerzo, Sertorio tomó la ciudad de Tingis, el saqueo de la cual le permitió contar con nuevos recursos con los que poder aumentar su ejército.
Tras sus victorias en África y tras recibir un supuesto pedido de apoyo de los Lusitanos, pueblo hispano que estaba en rebeldía contra Roma, Sertorio regresó a Hispania en el 80 a.C, desembarcando exitosamente en Baelo. Tras su llegada, Sertorio se ganó el apoyo total de los lusitanos, los cuales le eligieron caudillo, no sólo por su carisma y cualidades militares sino porque Sertorio les asombró con su mascota, una cervatilla de color blanco que tenía perfectamente amaestrada y que según Sertorio le había sido enviada por la diosa Diana. Sertorio convenció con a los supersticiosos Lusitanos de que la cierva le hablaba en sueños y le transmitía mensajes de apoyo de la Diosa. Así pues, 4000 infantes y 600 caballeros Lusitanos se unieron a su ejército de 2.600 soldados romanos y 700 auxiliares mauritanos, una de las infanterías ligeras más eficaces de la época (cálculos de tropas según cifras de Plutarco). Nada más llegar a Hispania, Sertorio había derrotado al propretor Cotta en una batalla naval cerca del puerto de Melaria. Tras esto, derrotó a las orillas del río Betis al prefecto Lucio Aufidio y se internó en Lusitania a finales del 80 a.C.
La hispania dominada por los romanos se dividía en la época en dos provincias, Hispania Citerior, (zona noreste de la Península Ibérica) con la capital en Tarraco e Hispania Ulterior (zona sur y oeste). La provincia Citerior estaba más romanizada, ya que estaba más cercana a Roma, y por ello Sertorio prefirió empezar a ganarse apoyos en la Hispania Ulterior, donde había un mayor sentimiento anti romano. Posteriormente y merced a sus triunfos su base de operaciones se situará en la Citerior, eligiendo como capital la ciudad de Calagurris.
Sila, viendo que Sertorio podía arrebatarle una de las provincias más ricas envió, en el 79 a.C, a la península como nuevo procónsul de la Hispania Ulterior a Quinto Cecilio Metelo Pío, que contaba con dos legiones para enfrentarse a Sertorio. Pese a que Metelo era un comandante prestigioso, ya tenía demasiada edad para enfrentarse a la activa guerra de guerrillas de Sertorio, quien con muchos menos hombres le puso en graves aprietos. Metelo era un militar convencional y no sabia contrarrestar las tácticas de Sertorio, experto en atacar con sus infantes ligeros y desaparecer rápidamente.
Viendo las dificultades de Metelo, Marco Domicio Calvino, el gobernador de Hispania Citerior, acudió en su ayuda con un ejército en el 78 a.C, pero Sertorio había previsto esta maniobra y envió a su lugarteniente, Lucio Hirtuleyo a detenerlo. Hirtuleyo derrotó al gobernador de la Citerior e incluso avanzó más hacia el este y derrotó en Ilerda a las tropas del gobernador de la Galia Narbonense, Lucio Manlio, que había entrado en la Península para auxiliar al gobernador Calvino.
Todos estos éxitos se deben a que Sertorio se había convertido en un experto de la guerra irregular, a la que sacaba máximo provecho. Sertorio estaba siempre en movimiento, atacando las rutas de abastecimientos enemigos y hostigando sus campamentos, para después ocultar sus tropas en terrenos escarpados y de difícil acceso. Este modo de vida requería de grandes sacrificios, los hombres tenían que hacer largas marchas con escasos víveres y dormir a la intemperie, pero el carisma de Sertorio y su buen trato hacia que todos sus hombres aguantaran gustosos las penalidades.
Metelo, intentó provocar a Sertorio a combatir en campo abierto, pero viendo que no lo conseguía, cambió de táctica y decidió cortarle los apoyos y abastecimientos, sitiando para ello la ciudad de Lacóbriga. Metelo cortó el abastecimiento de agua, poniendo en graves aprietos a los defensores de la ciudad, pero Sertorio acudió en ayuda de la ciudad con 2000 odres de agua. Tras eso, Sertorio cortó los abastecimientos de Metelo, obligándole a levantar el sitio y replegarse por falta de víveres.
Estos triunfos hicieron que Sertorio se ganara el cariño de la población, lo cual aprovechó este para reclutar más hombres para su ejército. Sertorio enseñó a sus jóvenes reclutas hispanos a combatir al estilo romano, de forma ordenada y disciplinada. Además, les proveyó de un buen equipo militar, buenos cascos, escudos e incluso túnicas de alta calidad. Todo ello sin escatimar gastos.
Para gobernar sus territorios eficazmente, Sertorio creó un Senado con representantes de sus aliados y aparte fundó una academia en la ciudad de Hosca, a la cual acudieron los hijos de los principales jefes de tribus aliadas. La academia instruía a los jóvenes hispanos como si fueran romanos, con maestros romanos y griegos, algo que enorgullecía sobremanera a sus padres. Pero Sertorio aparte de educar nuevos cuadros para sus recién creadas instituciones, se aseguraba la lealtad de sus aliados, ya que tenía a sus hijos en su poder.
Además de reforzar su alianza con los hispanos, sus triunfos atrajeron a Hispania a varios romanos opositores a Sila, entre ellos a Marco Perpena Ventón, que acudió con un ejército. Perpena intentó hacer la guerra por su cuenta, pero acabó uniendo su ejército al de Sertorio por la presión de sus propios hombres. Con todos los refuerzos llegados, Sertorio reunió un ejército de 20.000 infantes y 1.500 jinetes. Roma, decidió acabar de una vez por todas con Sertorio y creó un potente ejército, al mando del cual se puso a Cneo Pompeyo Magno, un joven y brillante general.
Pompeyo cruzó los pirineos en el 76 a.C con un ejército de 50.000 infantes y 1000 jinetes, pero fue derrotado por Sertorio a orillas del río Sucro (posiblemente el actual Júcar) y si no hubiera sido por la oportuna llegada de Metelo, Sertorio habría aniquilado al ejército del joven Pompeyo. Tras superar éste revés, Pompeyo y Metelo entablaron de nuevo batalla contra Sertorio, el cual tuvo que retirarse, pero una herida sufrida por Metelo y la falta de víveres obligaron a Pompeyo a dejar de perseguir a Sertorio y buscar refugio entre sus aliados hispanos; los vascones, cuando entraba ya el año 75 a.C. Los vascones siempre habían sido un pueblo proromano y su alianza con Pompeyo era lógica, pues pensaban que una vez que los romanos derrotasen a los aliados hispanos de Sertorio, los vascones podrían ampliar sus territorios a costa de ellos. Mientras pasaba el invierno en tierras de los vascones, Pompeyo fundó la ciudad de Pompaelo, la actual Pamplona. Mientras, Metelo, que se había refugiado en la Galia para pasar el invierno con su ejército, prometió dar una recompensa de 100 talentos de plata y veinte yugadas de tierra a quien matara a Sertorio.
Ese mismo año de 75 a.C, Sertorio, viendo la desproporción numérica a la que se enfrentaba y sufriendo carencia de medios, sobre todo botines y dinero con que contentar a sus soldados, se decidió a sellar un pacto de mutuo apoyo con el rey Mitridates del Ponto, el mayor enemigo de Roma, el cual estaba preparando una nueva guerra en Asia Menor. Sertorio envió a Asia una pequeña parte de sus tropas al mando de Marco Mario, uno de los senadores que habían huido de la dictadura de Sila. A cambio de estas experimentadas tropas, Mitrídates se comprometió a pagar a Sertorio la increíble cantidad de 3.000 talentos, dinero con el que Sertorio podría abastecer durante mucho tiempo a sus soldados. Mitrídates aprovechó que los ejércitos romanos estaban en Hispania para iniciar a fines del 75 a.c su nueva ofensiva contra Roma, invadiendo Armenia, reino aliado de los romanos, como primer paso. Pese a la ofensiva de Mitrídates, Roma no distrajo fuerzas del frente de Hispania y Sertorio se tuvo que prepara para enfrentar una nueva ofensiva el año próximo.
En el año 74 a.C y, tras prepararse bien, Pompeyo y Metelo iniciaron de nuevo la ofensiva contra Sertorio, buscando destruir sus bases de abastecimiento. Pompeyo y Metelo se dedicaron a destruir los campos de cultivo y almacenes de las ciudades aliadas a Sertorio, asediando finalmente Calagurris, la capital de Sertorio. Sin embargo, Sertorio defendió personalmente la ciudad y obligó de nuevo a retirarse a ambos generales romanos.
Tras un nuevo invierno, en el 73 a.C, Pompeyo, esta vez en solitario, inició de nuevo la campaña contra Sertorio. Pompeyo tomó las ciudades de la “Celtiberia” (centro este de Hispania) que apoyaban a Sertorio, asimismo tomó las importantes ciudades “sertorianas” de Tarraco y Dianium, en el Levante Español. Sertorio, viendo como Pompeyo le comía terreno y viendo como sus aliados empezaban a plantearse la conveniencia de la alianza que mantenían con él, decidió hacerse fuerte en el valle del río Iber (Ebro), entorno las ciudades más fieles: Ilerda, Osca, y sobre todo en su capital, Calagurris. Pompeyo había conseguido por fin ganar la ventaja estratégica con esta última ofensiva, dejando a Sertorio en una precaria posición, ya que cada vez tenía menos aliados que abastecieran a su ejército.
Pero el principal problema de Sertorio no era Pompeyo, sino su propio aliado Marco Perpena, el cual trataba a los hispanos injustamente, provocando el descontento de éstos y varias deserciones. Perpena buscaba obtener el mando supremo y no cesaba de levantar a sus soldados romanos en contra de Sertorio, al que acusaba de cobarde por sus métodos guerrilleros, y en contra de su política filantrópica con los hispanos, a los que Perpena consideraba como “bárbaros inferiores”. Las continuas deserciones y motines, provocados por las maniobras de Perpena, fueron minando a lo largo del año el ejército de Sertorio. Finalmente, Sertorio, viéndose acorralado y presa de furia por las deserciones de sus aliados hispanos, decidió castigarlos de la peor forma; asesinando a gran parte de los jóvenes estudiantes de la academia de Hosca, muchos de los cuales eran hijos de jefes hispanos. Los jóvenes supervivientes fueron vendidos como esclavos. Este horrible crimen es explicable por el sentimiento de frustración de Sertorio, el cual había dado todo por sus aliados, mejorando su calidad de vida y dándoles el bien más preciado, la libertad, pues Sertorio siempre fue democrático, aceptando las decisiones que el Senado Hispano que había creado tomaba. El abandono de sus aliados cuando la fortuna le daba la espalda fue el colmo para Sertorio, y de ahí que ordenara ese horrible crimen.
La conjura de Perpena daba sus frutos y éste se decidió a acabar de una vez por todas con Sertorio. En el año 72 a.C y tras conjurarse con varios de los comandantes de Sertorio, Perpena aprovechó una cena del estado mayor para lanzarse junto a los otros comandantes sobre Sertorio. Entre todos le agarraron y le cosieron a puñaladas, sin que Sertorio pudiera siquiera defenderse.
Tras la muerte de Sertorio, los hispanos que aún quedaban abandonaron el campamento y pactaron su rendición con Pompeyo. Perpena, contento de que los “bárbaros” que tanto odiaba se fueran, quedó al mando de los soldados romanos del difunto Sertorio.
Tras consumar su ambición y convertirse en el jefe supremo, Marco Perpena, demostrando que era un completo inepto, decidió abandonar la guerra de guerrillas y enfrentarse con Pompeyo en campo abierto. Obviamente, Pompeyo lo derrotó completamente y acabó capturandolo. Perpena, para salvar su vida, ofreció a Pompeyo revelarle los nombres de los aliados secretos que Sertorio tenía en el Senado, pero Pompeyo, temiendo que Sila decretase nuevas “proscripciones”, decidió asesinar en el acto a Perpena. Tras la muerte de Perpena solo las ciudades de Uxama, Clunia y Calagurris resistieron a Pompeyo, el cual, tras largos asedios, las tomó finalmente y puso fin a la guerra. Tras su victoria, Pompeyo tuvo que regresar a Roma apresuradamente para ayudar a Craso sofocar la revuelta de esclavos del gladiador Espartaco. Finalmente, en el año 70 a.C, celebraría su triunfo en Roma.
De Sertorio solo quedó el recuerdo de su grandeza y su defensa de los valores republicanos de Roma. Sertorio era un firme creyente en la institución del Senado, al cual siempre quiso devolver el poder, en caso de haber podido vencer a la dictadura de Sila. Para los hispanos, Sertorio fue un amigo que les permitió volver a regir sus destinos con cierta autonomía, en muchos aspectos, fue él quien les enseñó el lado positivo de la romanización. Sin embargo, y pese a ser un gran líder, la fortuna no lo acompañó, algo siempre necesario para tener alguna posibilidad éxito frente a un enemigo tan poderoso como era Roma. Como bien apuntó Plutarco:
“Sertorio; el cual se hallará haber sido más contenido que Filipo en el trato con mujeres, más fiel que Antígono con sus amigos, más humano que Aníbal con los contrarios, y, no habiendo sido inferior a ninguno en la prudencia, fue muy inferior a todos en la fortuna, la que siempre le fue más adversa que sus más poderosos enemigos, y, sin embargo, desterrado y extranjero, nombrado caudillo de unos bárbaros, fue digno competidor de la pericia de Metelo, de la osadía de Pompeyo, de la fortuna de Sila y de todo el poder de los Romanos.”
Imagen: Fotomontaje propio elaborado en base al busto en miniatura de Sertorio comercializado por El Viejo Dragón.
© 2008 – Autor: Marco Antonio Martín García
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