La batalla por la conquista de Iwo Jima (Isla de Azufre) fue una de las confrontaciones más sangrientas de la Segunda Guerra Mundial. Durante 36 días, los soldados japoneses que defendían la isla combatieron hasta la muerte para tratar de frenar el avance de los marines estadounidenses. Esta tenaz resistencia ocasionó que la conquista de la isla se cobrase un alto precio en vidas; la mayoría de sus 20.000 defensores murieron en combate, al igual que unos 7.000 marines estadounidenses. Pese a todo, la Batalla de Iwo jima fue toda una victoria propagandística para la administración norteamericana, y ésto fue gracias, en gran medida, a la mítica foto que realizó Joe Rosenthal, con los marines alzando la bandera de los EE. UU. sobre la cima del monte Suribachi. Esa foto, ganadora del premio Pulitzer, infundió en la población norteamericana un enorme sentimiento de confianza en la victoria final sobre Japón, y ayudó en la recaudación de fondos para el esfuerzo bélico. Por otro lado, la batalla de Iwo Jima tuvo también funestas consecuencias, ya que el gran número de bajas sufridas influyó en la decisión final del presidente Truman de autorizar el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
1 – Origen de la Batalla.
La batalla de Iwo Jima se enmarca dentro de las operaciones militares que la flota, y el ejército, de los Estados Unidos realizaron contra las fuerzas japonesas, en el denominado como Frente del Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
A finales de 1944, la evolución de la guerra contra los aliados estaba siendo muy desfavorable para Japón. Lejos quedaban ya los gloriosos días de Pearl Harbor, y la conquista del Sudeste Asiático, y las tropas niponas sufrían derrotas en todos los frentes. Los EE. UU. habían liberado las islas Marshall, desembarcando en Nueva Guinea, y en las islas Filipinas, en donde, la antaño poderosa flota japonesa, había sido derrotada por completo en la batalla del Golfo de Leyte, el 26 de Octubre de 1944. Ante esta grave situación, el alto mando japonés solo confiaba ya en retrasar la derrota total, para poder obtener una paz negociada que fuese honorable, es decir; que no destruyese por completo el Imperio Japonés.
A esta pérdida de territorios conquistados, se sumó un problema aún mayor: el aumento de los bombardeos estratégicos sobre el propio Japón, tras la conquista norteamericana, en agosto de 1944, de las islas de Saipán, Tinian, y Guam, situadas en el archipiélago de las Marianas, a tan solo 2.500 km de Tokio. La conquista de dicha islas permitió a la 20° Fuerza Aérea de EE. UU. contar con cinco aeródromos desde los que sus enormes bombarderos B-29, apodados “fortalezas volantes”, podían atacar el territorio japonés. Además, la llegada al mando del general Curtis le May, en enero de 1945 cambió los imprecisos bombardeos masivos realizados de día, y a gran altura, por bombardeos nocturnos a baja altitud, más metódicos y eficaces.
El único obstáculo que encontraban los estadounidenses para bombardear a placer Japón era la isla japonesa de Iwo Jima. Esta isla, estaba situada en la trayectoria de vuelo de los bombarderos norteamericanos y contaba con dos aeródromos (y un tercero en construcción), y una potente estación de radar que permitía alertar con bastante antelación a Tokio de los ataques aéreos. Esta alerta temprana generaba que los bombarderos se encontrasen con una nube de cazas enemigos esperándolos, y con las baterías antiaéreas lanzando una intensa lluvia de proyectiles hacia ellos, sufriendo en consecuencia cuantiosas bajas, en aviones y personal.
Para los norteamericanos, la solución a sus problemas era obvia, debían conquistar Iwo Jima para evitar costosas pérdidas a sus escuadrillas de bombarderos y, además, para usar a su favor los aeródromos de la isla, muy cercanos a Japón. Estos aeródromos les permitirían enviar cazas de escolta Mustang P-51 en las misiones de bombardeo, reduciendo así las pérdidas que sufrían los B-29 a manos de los cazas japoneses. El 9 de octubre de 1944, el Alto Mando del Pacífico autorizó finalmente la operación para conquistar Iwo Jima.
Si para EE. UU. era importante conquistar Iwo Jima, para los japoneses era casi cuestión de vida o muerte defenderla. Japón necesitaba Iwo Jima para poder defenderse de los terribles bombardeos aliados que diariamente devastaban Japón. El uso de bombas incendiarias de napalm en un país que construía todo con materiales livianos, como la madera y el papel, provocó la destrucción de un total 268.358 casas y la muerte de 700.000 personas en 66 ciudades bombardeadas.
Estratégicamente, Japón era consciente de que había perdido la guerra tras las últimas derrotas sufridas, y la destrucción de su marina de guerra, su flota mercante, y de buena parte de su capacidad industrial. Su única salida era poner fin a la guerra, pero sus gobernantes no estaban dispuestos a firmar una rendición incondicional, y, erróneamente, estaban convencidos de que, mediante el empleo de una resistencia fanática, podrían alargar la duración de la guerra, y ocasionar graves pérdidas humanas, económicas, y materiales, a sus enemigos, forzando así a los EE. UU. a cambiar de posición, y sentarse en la mesa de negociaciones para firmar la paz. Por este motivo, desde finales de 1944, las tropas japoneses se inmolarían en cada batalla, combatiendo fanaticamente para causar el máximo número de bajas a los norteamericanos sin importarles el precio.
2 – La planificación de la Operación Detachment.
El 3 de octubre de 1944, el almirante Chester William Nimitz (1885-1966), Comandante en Jefe de las Fuerzas del Pacífico, recibió la orden de conquistar y ocupar la isla de Iwo Jima. Para llevar a cabo esta misión, denominada en clave Operación Detachment, Nimitz eligió a su mano derecha, el almirante Raymond A. Spruance (1886-1969), comandante de la V Flota de EE. UU., para planificar y dirigir la operación. Otro experimentado marino, el almirante Richmond Kelly Turner (1885-1961) fue el elegido para comandar la Fuerza Expedicionaria Conjunta, es decir: la flota de desembarco, mientras que el polémico Teniente General del Cuerpo de Marines; Holland McTyeire Smith (1882-1967), apodado “Howling Mad” (loco aullador), sería el encargado de dirigir y coordinar las operaciones terrestres en la isla.
En un escalafón inferior, el verdadero peso de dirigir la ocupación de la isla recaería sobre los hombros del veterano general Harry Schmidt (1886-1968), al mando del V Cuerpo Anfibio, y que contaba para esta difícil misión con tres divisiones de marines: la 3ª División, al mando del mayor-general Graves B. Erskine (1897-1973), la 4ª División, al mando del mayor-general Clifton B. Cates (1893-1970) y la 5ª División, comandada por el teniente-general Keller E. Rockey (1888-1970). En total, un fuerza de combate de 70.000 marines, de los que la mayoría eran veteranos que ya habían combatido previamente en asaltos anfibios a islas. Además, este contingente de marines, el mayo reunido hasta entonces, tendría a su favor el importante apoyo de la 5ª Flota de EE. UU., lo que incluía varios portaaviones y los temibles acorazados: Arkansas, Texas, Nevada, Idaho, y Tennessee, que, aunque ya estaban obsoletos, por su lentitud, tenían un enorme poder de fuego.
Tras elegir las tropas que se encargarían de llevar a cabo la misión, los mandos estadounidenses diseñaron el plan de ataque contra la isla. Un plan que, a priori, era bastante sencillo: tras emprender un bombardeo masivo de la isla, los marines debían desembarcar y ocupar rápidamente las playas. Tras consolidar la cabeza de playa, deberían atacar el monte Suribachi, un volcán inerte, de 170 metros de altura, que era la altura dominante de la isla. Una vez logrados estos objetivos iniciales, los marines tendrían que avanzar hacia el interior de la isla para tomar los aeródromos, y los últimos puestos de resistencia enemigos, culminando así la operación de conquista de la isla.
3 – La defensa de Iwo Jima.
A medida que los estadounidenses avanzaban por el Pacífico, los mandos japoneses comenzaron a percatarse de la importancia de Iwo Jima y comenzaron a fortificar la isla en marzo de 1944. Unos meses después, el 8 de junio de 1944, el primer ministro japonés, Hideki Tojo (1884-1948), encargó la defensa de la isla al teniente general Tadamichi Kuribayashi (1891-1945), un veterano oficial de caballería, de 54 años, que era descendiente de una antigua familia samurai. Esta elección, en teoría, respondía a dos motivos: por un lado, Kuribayashi era un oficial de estado mayor, experto en la organización, y en el aprovechamiento óptimo de recursos y, por otro lado, conocía bien a sus enemigos, ya que, entre 1928 y 1930, había servido como agregado militar en la embajada japonesa en EE. UU. y, posteriormente, entre 1930 y 1933, en la embajada japonesa en Canadá.
Sin embargo, la elección de Kuribayashi no se debía puramente a motivos militares, sino que respondía también al deseo de Tojo de librarse de un oficial que, en privado, era considerado como un derrotista por sus críticas a las decisiones del Alto Mando japonés. Al comienzo de la guerra, en 1941, ya había dicho a sus familiares que: «América es el último país en el mundo contra el que Japón debería luchar«, y, con el paso de los años, y ante la inminente derrota, había abogado por buscar una paz negociada con los EE. UU., algo que chocaba frontalmente con la posición ideológica de Tojo y sus ultranacionalistas .
Tadamichi Kuribayashi partió hacia Iwo Jima sabiendo que la defensa de la isla, ante las enormes fuerzas militares de EE. UU., era una tarea imposible y que moriría allí, junto a sus soldados. Por ello, pocos meses después de su llegada a Iwo jima, decidió escribir una carta de despedida a su mujer; Yoshii Kuribayashi (1904-2003), en la que la instaba a aceptar el destino que había recaído sobre la familia y a mantenerse fuerte junto a sus hijos. Pese a todo, la actitud de Kuribayashi no era nada derrotista, aceptó su destino, y decidió usar todos los medios disponibles para organizar una férrea defensa de la isla con la que tratar de causar el máximo número de bajas a los asaltantes (sabiendo los efectos que esto podría tener en la prensa norteamericana) y, con ello, hacerles desistir de invadir en el futuro tierras japonesas.
Tras evacuar a los 1.000 civiles que vivían en Iwo Jima, Kuribayashi empezó a preparar las defensas de la isla, ordenando la construcción de cientos de fortines, casamatas de hormigón, y búnkeres subterráneos que aprovechaban la extensa red de cuevas naturales de la isla. Estas fortificaciones fueron armadas, según sus dimensiones, con piezas de artillería, morteros, o ametralladoras, y estaban camuflados a la perfección para que apenas fueran visibles para los invasores. Además de esto, todas las posiciones defensivas estaban enlazadas por una extensa red de túneles destinada a facilitar el desplazamiento entre ellas de tropas de refresco y municiones.
Kuribayashi, había desechado la estrategia defensiva de su predecesor al mando de la guarnición de la Isla; Hideyoshi Obata (1890-1944), que había estado basada en la defensa a ultranza de las playas, para establecer una defensa en profundidad, en el interior de la isla, mediante la creación de fuertes posiciones defensivas superpuestas, es decir: que pudiesen cubrirse unas a otras con su fuego, y bloquear con ellas las principales rutas de avance de sus enemigos. Además, se aseguró de emplear el abundante hormigón que había en la isla para aumentar la resistencia de sus búnkeres ante el devastador fuego de artillería enemigo. Por último, Kuribayashi adoctrinó a sus hombres para que, en la medida de lo posible, evitasen hacer cargas banzai: las cargas suicidas, al arma blanca, que acostumbraban a hacer los soldados japoneses cuando se veían rodeados, o superados por el enemigo, y que, pese a causar un notable efecto psicológico en el enemigo, en la práctica les granjeaba cientos de bajas inútiles. Kuribayashi prefería gastar balas a gastar vidas, aunque también instruyó a sus soldados para que no se dejasen coger con vida, y para que, hasta su último aliento, tratasen de matar a algún soldado enemigo.
Para llevar a cabo sus planes de defensa de la isla, Kuribayashi contaba inicialmente con la 2ª Brigada Mixta Independiente, unos 5.000 hombres al mando del Mayor General Kotau Osuga, y pertenecientes a la veterana 109ª División de Infantería (la primera brigada de la división estaba desplegada en el archipiélago Ogasawara, al norte de Iwo Jima, y no participó en la batalla), y por el 17º Regimiento Mixto de Infantería, al mando del mayor Tamachi Fujiwara. Estas tropas fueron reforzadas, posteriormente, con 2.700 soldados del 145° Regimiento de Infantería, comandado por el coronel Masuo Ikeda, y por el 26° Regimiento de Tanques al mando del teniente coronel (y célebre jinete olímpico de origen noble) Takeichi Nishi (1902-1945), aunque sus tanques fueron considerados inútiles para el combate, por la complicada orografía de la isla, y fueron emplearon como posiciones de artillería fijas. Además, la guarnición de la isla contaba también con 1.233 hombres del 204º Batallón de Construcción Naval, por una brigada de artillería, y varios batallones de ametralladoras, morteros, y artillería antiaérea. Por último, la isla fue reforzada por el contingente naval del contralmirante Rinosuke (o Toshinosuke) Ichimaru (1891-1945), que incluía a la 27ª Flotilla Aérea. En total, las fuerzas japonesas desplegadas en Iwo jima constaban de 21.060 hombres, una cifra bastante superior a las estimaciones de la inteligencia estadounidense. Y, aunque eran soldados de diferente origen, calidad, y grado de entrenamiento, todos estaban unidos por la determinación de defender la isla hasta la muerte.
4 – El desembarco en Iwo Jima.
El 16 de febrero de 1945 comenzó el ataque a Iwo Jima con un bombardeo naval destinado a «ablandar» las defensas de la isla. Sin embargo, el plan norteamericano no comenzó según lo previsto. Holland Smith, había pedido a la flota que bombardease intensamente la isla durante 10 días, pero solo le concedieron 3 días. Aún así, el bombardeo fue terrorífico, los 8 acorazados y 15 cruceros ,con los que contaba la flota norteamericana, lanzaron decenas de obuses contra la isla, a los que se sumaron constantes bombardeos aéreos.
El 19 de febrero de 1945, tras un último y terrible bombardeo, y después de que los buzos de la marina limpiasen la playa de minas y obstáculos marinos, los marines desembarcaron en cuatro playas de la costa este de Iwo Jima, denominadas en clave: “playa azul”, “playa amarilla”, “playa roja” y “playa verde”. Los marines estaban asombrados de no haber recibido ningún ataque enemigo durante el desembarco y pensaban que el furioso bombardeo naval habría matado a la mayoría de sus enemigos. Pero, todo era parte del plan de Kuribayashi, que no disparó a las lanchas de desembarco, para no delatar la posición de sus búnkeres, y esperó hasta que un gran número de marines se congregó en las playas para desatar un mortífero fuego cruzado desde los cientos de posiciones ocultas por toda la isla. Amontonados, y atascados con sus vehículos, en las estrechas playas de densa ceniza volcánica, los marines recibieron un auténtico diluvio de fuego de artillería, morteros, y ametralladoras que les causó un buen número de bajas y al que no pudieron hacer frente, ya que no lograban avistar los emplazamientos enemigos.
Ante esta situación, quedarse en las playas era un suicidio, así que los marines trataron de abrirse paso, y avanzar hacia el interior de la isla. En el extremo sur de la isla, la zona de desembarco denominada como playa verde, el 28° Regimiento de Marines, comandado por el coronel Harry Liversedge, inició el avance hacia el monte Suribachi.
El monte era la altura dominante de la isla, y por ello tenía un gran valor estratégico. Sin embargo, su posición geográfica, aislado en el extremo sur de la isla, hacía casi inviable la posibilidad de trasladar allí refuerzos, en caso de un ataque enemigo. Ante esta situación, el general Kuribayashi optó por fortificarlo al máximo, aprovechando sus cuevas naturales para emplazar numerosas piezas de artillería y morteros, y por destinar una importante guarnición de 2.000 hombres, al mando del coronel Kanehiko Atsuchi, para la defensa del mismo.
Dadas las imponentes defensas del monte Suribachi, los marines decidieron no asaltarlo directamente, y en vez de eso, realizaron un movimiento para alcanzar la otra costa del istmo y, de esta manera, aislarlo del resto de la isla. A las 10:35 horas, tras duros combates contra el 312º batallón de infantería del capitán Osada, en los que tuvieron que destruir múltiples búnkeres y fortines, seis hombres del 1° batallón del 28° Regimiento de Marines lograron alcanzar la costa oeste. Tras recibir refuerzos, los marines consolidaron sus posiciones y el monte Suribachi quedó efectivamente aislado.
Mientras el 28° Regimiento de Marines avanzaba hacia el monte Suribachi, a su derecha, el 27° Regimiento del coronel Thomas Wornham trataba de salir de la playa roja mientras la artillería japonesa causaba estragos entre sus filas. En el centro de la costa, la zona designada como playa amarilla, el 23° Regimiento de Marines, del coronel Walter Wensinger, tuvo mejor suerte y logró avanzar hacia el interior a sangre y fuego, limpiando los numerosos búnkeres, y nidos de ametralladoras, defendidos heroicamente por el 10° batallón antitanque del mayor Matsushita y por el 309° batallón de infantería del capitán Awatsu. En este combate, el sargento Darren Cole ganó póstumamente la Medalla de Honor por acabar con cinco posiciones de ametralladoras enemigas, armado tan solo con su pistola y un fajo de granadas, antes de morir por la explosión de una granada enemiga. Fue el primero de los 27 marines que ganarían la prestigiosa Medalla de Honor por su valentía e intrepidez con riesgo de la propia vida, más allá de la llamada del deber.
En la playa azul, el flanco derecho de la línea de desembarco, el 25° Regimiento de Marines del coronel John Lanigan, apoyado por un puñado de tanques Sherman, avanzó a su vez desde la playa hacia las terrazas del interior mientras recibían constante fuego enemigo desde una cantera ubicada sobre acantilados, a su derecha. A las 14:00 horas, el 3° batallón del 25° Regimiento, al mando de Joe Chambers (apodado Jumpin’ Joe o “Joe el Saltarín”), comenzó a escalar la cantera, con objeto de tomarla y proteger así el flanco derecho de la operación. Tras vencer una fanática resistencia, los marines del 3º batallón lograron su objetivo, pero, de sus 900 hombres sólo quedaban 150 en pie.
Tras estas operaciones iniciales, los marines aprovecharon el resto del día para consolidar sus posiciones. El 28° Regimiento dedicó el resto de la tarde a consolidar sus posiciones en torno al monte Suribachi eliminado, con el apoyo de algunos tanques Sherman, y de escuadras de asalto, armadas con bazookas, y lanzallamas, varios búnkeres y nidos de ametralladoras, con lo que pudieron limpiar efectivamente su área de operaciones y consolidar el aislamiento del monte. Los otros regimientos consolidaron a su vez el frente y, además, un contingente de marines logró tomar el perímetro sur del Aeródromo Número 1, pese a la férrea defensa del mismo por parte de varios cientos de soldados japoneses. En este caso, al verse superados, más de cien defensores japoneses decidieron cargar en masa contra los marines, y fueron aniquilados por las ametralladoras enemigas. Un acto valiente, pero fútil.
Al acabar el día, los marines podían estar satisfechos con los objetivos logrados, aunque el precio en bajas había sido muy alto. Haciendo balance, el teniente general Holland Smith exclamó: “No sé quién es el general japonés, pero se está mostrando como un bastardo inteligente”.
5 – El asalto al monte Suribachi.
Al día siguiente el 28° Regimiento se encontró con la difícil tarea de conquistar el cercado monte Suribachi, mientras que los otros regimientos de marines dedicarían la jornada a asegurar el Aeródromo N° 1 y a conquistar el Aeródromo N° 2. Con objeto de apoyar el asalto del 28° Regimiento los destructores de la flota abrieron fuego directo contra el monte Suribachi, tratando de localizar, y destruir, sus búnkers y fortines. Además, al mismo tiempo, la Fuerza Aérea realizó continuos bombardeos con napalm sobre las laderas del monte, con objeto de obligar a sus defensores a buscar refugio, o morir abrasados. Sin embargo, y pese a contar con ese mortífero fuego de apoyo, los marines no lograron avanzar más que unos pocos metros durante ese día. La defensa japonesa había demostrado ser muy eficaz, y el mortífero fuego de sus ametralladoras, y morteros, realizado desde múltiples posiciones camufladas, había frenado en seco a los atacantes. Ante esta situación, los mandos estadounidenses decidieron enviar varios tanques para apoyar a su infantería, atascada en las faldas del monte, pero en fue en vano.
Con la llegada de la noche, la batalla cesó, aunque un grupo de defensores japoneses decidió, por su cuenta, realizar una carga banzai contra las posiciones enemigas. Sin embargo, los veteranos marines conocían bien las tácticas enemigas y estaban preparados para recibir este tipo de ataques. Además, el destructor estadounidense Henry A. Wiley avistó con sus focos a los japoneses, mientras éstos se preparaban para cargar, y fueron aniquilados en poco tiempo. Finalmente, ésta carga suicida, que contravenía las órdenes de Kuribayashi, solo sirvió para granjear cientos de inútiles bajas a los defensores y para debilitar la defensa del monte Suribachi. Todo un despropósito, que, además, era ya recurrente. A lo largo de la guerra se convirtió en algo habitual que los soldados japoneses, faltos de conceptos tácticos modernos, y sobreestimulados por oficiales fanáticos, y ansiosos por encontrar una muerte honorable, decidieran cargar en masa, a la bayoneta o blandiendo katanas, contra sus enemigos, y que fueran aniquilados por ello. Un concepto medieval de la guerra que no tenía ya cabida en el siglo XX, y que solo sirvió para acelerar la derrota de los japoneses.
El día 21, tras nuevos bombardeos intensivos de la flota y la aviación, se reanudaron los asaltos contra el Suribachi, mientras en los otros frentes los marines trataban de avanzar en la zona de los aeródromos con el apoyo del recién desembarcado 21° Regimiento de Marines. El día 22, tras los continuos ataques norteamericanos, solo le quedaban al coronel Atsuchi unos 800 defensores en el monte Suribachi. Metro a metro, apoyados por su enorme potencia de fuego, y empleando lanzallamas, granadas, y cargas de demolición, los marines habían logrado silenciar un buen número de fortines enemigos y trepar las faldas del monte volcánico hasta acercarse a su cima. Por otro lado, en el centro de la isla, el 145° Regimiento, del coronel Ikeda, seguía oponiendo una heroica y tenaz resistencia a los regimientos de marines que pretendían ocupar el Aeródromo Nº 2.
Finalmente, el 23 de febrero de 1945, el Monte Suribachi cayó ante los reiterados asaltos del 28° Regimiento de Marines. El teniente coronel Chandler Johnson tras verificar que la resistencia se había reducido, mandó ocupar la cima del monte al teniente Hal Schrier y los cuarenta hombres del 3° pelotón, quienes, tras vencer a los últimos remanentes aislados de la defensa japonesa, alzaron a las 10:20 horas la bandera norteamericana sobre la cima del monte Suribachi, siendo inmortalizado el momento por un fotógrafo del ejército. A las 12:00 horas, Joe Rosenthal, tomó otra foto de los marines alzando una bandera de EE. UU. más grande que la original sobre la cima del monte Suribachi. Esa foto, pese a no ser la original, fue ganadora del premio Pulitzer y dio la vuelta al mundo, infundiendo en la población norteamericana un enorme sentimiento de “victoria final”.
Unos 300 defensores del Suribachi consiguieron sobrevivir, al lograr infiltrarse entre las líneas enemigas, la noche anterior a la caída de las últimas defensas, en la cima monte, y alcanzar las posiciones japonesas del norte. Toda una hazaña, aunque, tras su llegada, el general Kuribayashi los reprendió duramente por permitir la toma del monte Suribachi en tan pocos días.
Tras la toma del monte Suribachi, a los marines les quedaba aún la ardua tarea de tomar las posiciones enemigas en el norte de la isla, las cuales estaban en alturas estratégicas, desde las que sometían a intenso fuego a los marines situados en las planicies de los aeródromos. El 25 de febrero comenzó la ofensiva final contra las posiciones del norte de la isla. En primer lugar, tres batallones de marines, de la 3° División, con el apoyo de 26 tanques Sherman se lanzaron a la captura de la Hill Peter (colina Peter), una posición fortificada que domina los accesos al Aeródromo Nº 2, pero, la defensa fue tan fuerte que los marines fueron rechazados tras avanzar tan solo 200 metros y perder 9 tanques Sherman, y 400 hombres. Mientras la 3° División presionaba en el centro de la isla, avanzando hacia Hill Peter, la 5° División se dedicó a proteger el flanco izquierdo, avanzando hacia la colina 362A. Por su parte, la 4° División de Marines avanzó, por el flanco derecho, para asaltar las formidables posiciones defensivas japonesas en torno a la colina 382; un conjunto de bunkers, y fortines emplazados en cuevas, que estaban tenazmente defendidos por la 2ª Brigada Mixta, del mayor general Senda, y por el 26° Regimiento de tanques de Takeichi Nishi, y que pasarían a ser denominadas por los marines como que pasarían “Meatgrinder” (picadora de carne). Un apodo tétrico que surgió tras la carnicería que se desató en el primer asalto, que realizaron 3.800 marines de la 4ª División, contra estos fortines y nidos de ametralladoras, y que se saldó con 500 bajas tras avanzar tan solo 90 metros.
Pese a las bajas sufridas, los bravos marines no cesaron en su ofensiva y, día tras día, apoyados por continuos bombardeos navales, continuaron lanzándose al asalto de las fuertes posiciones defensivas japonesas. Sólo mediante el uso intensivo de tanques lanzallamas, bazookas, y cargas de demolición, lograron destruir progresivamente los fortines enemigos, y tomar las colinas que frenaban su avance hacia el norte de la isla.
En estos durísimos combates, en torno a la colina 382, cabe destacar la acción del soldado Douglas Jacobson, que, con tan solo 19 años, ganó la Medalla de Honor por destruir con su bazooka 16 posiciones defensivas enemigas en menos de media hora, matando a 75 soldados japoneses. Toda una hazaña, que es buena muestra del valor derrochado por ambos bandos en la batalla.
Pese a la tenaz resistencia enemiga, el avance norteamericano era lento pero inexorable. Mientras la 3ª División de Marines presionaba el centro de las posiciones enemigas, las otras dos divisiones implicadas, 4ª y 5ª avanzaron por los flancos, cercando progresivamente a los japoneses. Desesperados por el avance norteamericano, 1.500 defensores del Meatgrinder, al mando del mayor general Senda, y del capitán de navío Inouye (un samurai de la nobleza), decidieron atacar, la noche del 8 de marzo, las posiciones norteamericanas, con la intención de partirlas en dos, e izar la bandera japonesa de nuevo en el Suribachi. La terrible carga banzai al arma blanca que desataron los japoneses fue descubierta a tiempo por los marines y rechazada, finalmente, gracias al apoyo de la artillería. Por la mañana, se descubrió que la desobediencia de estos oficiales a la orden de Kuribayashi había costado la pérdida de 800 defensores por tan solo 150 marines caídos.
Esta desastrosa carga fue un duro golpe para Kuribayashi, que de golpe perdió un gran número de hombres, esenciales para sus planes de defensa. Sin embargo, y pese a las bajas sufridas, y a estar hambrientos, y faltos de municiones, los japoneses no se rindieron. Kuribayashi, al mando de 1.500 hombres, decidió establecer su última posición defensiva en un enclave de cuevas al extremo norte de la isla, en la Punta Kitano, que los marines apodaron Death Valley (Valle de la Muerte).
Por otro lado, un contingente de soldados japoneses, al mando del barón Nishi, quedó aislado por el avance enemigo, en una bolsa en la colina 362C, al oeste de la isla, y, pese a su precaria situación, no se rindieron y continuaron combatiendo hasta que los incesantes bombardeos enemigos, y los ataques de los marines de la 5ª División, acabaron con todos ellos. Más al sur, otro contingente de unos 300 soldados japoneses, al mando del mayor general Senda, resistió durante varios días en torno a la aldea de Higashi, rehusando rendirse, pese a no tener ninguna posibilidad y combatiendo hasta que el último de ellos cayó muerto.
Finalmente, el 25 de marzo de 1945, un mes después de iniciada la ofensiva, los marines conquistaron los últimos reductos japoneses, en Death Valley, en uno de los mayores baños de sangre de toda la batalla. Kuribayashi, viendo que su último reducto estaba perdido, y negándose a la deshonra de una rendición, encabezó sable en mano una última carga banzai contra los marines. Herido de gravedad en el combate, Kuribayashi fue llevado por varios de sus hombres a una cueva, en la que procedió a realizarse el “Harakiri”, el suicidio ritual que realizaban los samuráis derrotados en combate para lavar su honor. Supuestamente, allí mismo fue enterrado, ya que nunca se encontró su cuerpo. El final de la batalla había costado otras 1.724 bajas a los marines, un buen testimonio de la tenacidad de los japoneses y su determinación a combatir hasta el final.
6 – Consecuencias.
La batalla de Iwo Jima fue una dura prueba para el Cuerpo de Marines de los EE. UU. pero, con su victoria, demostraron al Mundo ser una auténtica fuerza de élite. Soldados que eran capaces de combatir valientemente, en las circunstancias más adversas, y de sacrificarse en defensa de los ideales de democracia, y libertad, de su país. Finalmente, la conquista de la isla se saldó para los EE. UU. con el coste de sufrir 24.480 bajas: 4.197 muertos, 19.189 heridos (de los que morirían 1.401, a causa de sus heridas) y 418 desaparecidos (que habría que sumar a los muertos, ya que, obviamente, no abandonaron la isla, ni fueron hechos prisioneros). Por su parte, el Imperio Japonés perdió a todos los defensores de la isla, sufriendo 20.703 muertos y 126 prisioneros (casi todos trabajadores coreanos al servicio del ejército japonés).
Tras su conquista, la isla de Iwo Jima se convirtió rápidamente en una base aérea estratégica para los bombarderos de EE. UU., que, a partir de entonces, podrían operar contra Japón, contando con escolta de cazas P-51 Mustang, reduciéndose así su vulnerabilidad frente a los cazas enemigos. Las muertes de los marines en la isla de Azufre sirvieron para salvar muchas vidas entre los esforzados pilotos de los B-29 que, cada día, surcaban los cielos de Japón llevando fuego y muerte a sus enemigos.
Por otro lado, la estrategia de defensa japonesa, de causar el máximo número de bajas posibles a EE. UU. para forzar una paz con condiciones, fue repetida posteriormente en la Batalla de Okinawa, en la que los norteamericanos sufrieron más de 50.000 bajas. Pero, para desgracia de los japoneses, los EE. UU. no estaban dispuestos a una paz con condiciones, y, tras la muerte del presidente Roosevelt, el 12 de abril de 1945, su sucesor, Harry S. Truman (1884-1972), decidió el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima, y Nagasaki, para acabar de un solo golpe la contienda y ahorrar vidas de jóvenes norteamericanos. Las sangrientas batallas de Iwo Jima y Okinawa significaron el ocaso del Imperio del Sol Naciente y lejos de llevar a la paz que querían los japoneses, desembocaron en el horror del holocausto nuclear sobre los civiles de ambas ciudades japonesas.
Para la posteridad, la Batalla de Iwo Jima quedó como un gran ejemplo de valor, y defensa de la patria, por parte de ambos bandos. Un crisol de héroes, entre los que destaca Kuribayashi por su férrea determinación de cumplir con su deber hasta el final, sabiendo que no tenía ninguna posibilidad de vencer ni de sobrevivir. En definitiva, Iwo Jima fue un derroche de vidas de valientes jóvenes norteamericanos y japoneses, pero también fue un ejemplo de la mentalidad de la época, una mentalidad basada en valores como el honor, el compañerismo, el sacrificio, y la defensa de los ideales nacionales.
Imágenes: Todas las imágenes empleadas son de licencia libre, de Wikimedia Commons.
Fuentes:
Wright, D.: Iwo Jima 1945. The Marines raise the flag on Mount Suribachi. Editorial Osprey. Oxford 2001. ISBN 1 84176 178 8
© 2007 (actualizado en 2022) – Autor: Marco Antonio Martín García
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Los japoneses pudieron haber sido patriotas, pero eran testarudos al no querer reconocer que ellos iniciaron la guerra invadiendo las islas del pacífico y bombardeando Pearl Harbor. Lo mismo que los nazis. Les pedían patriotismo a la gentes de su país, que mueran de manera fanática y estúpida por los actos criminales y de maldad que cometían sus líderes.
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podrías enunciar mas información sobre la compañia de zapadores de la 2da. brigada mixta y las fortificaciones japonesas en la isla , ya que complementaria tu excelente articulo.
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[…] La Batalla de Iwo Jima, 1945 […]
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