Reinaldo de Châtillon fue un caballero francés que tuvo una destacada actuación en la época de la Segunda Cruzada (1147-1149) y, posteriormente, defendiendo las posesiones cristianas, en Tierra Santa, frente a las ofensivas de Saladino. Reinaldo, fue un hombre hecho a sí mismo, que logró ascender en el escalafón social gracias a su pericia con las armas, a su ambición, y a su falta de escrúpulos. Tras convertirse en señor de Transjordania, aprovechó la posición estratégica de la fortaleza de Kerak para realizar una atrevida campaña de ataques, y saqueos, contra los peregrinos que se dirigían a la Meca. Esta polémica actuación, enmarcada en un concepto de guerra total contra los musulmanes, le hizo cobrar gran fama en la época, siendo admirado como un auténtico héroe por sus contemporáneos cristianos y, al mismo tiempo, concentrar el odio de sus enemigos, que le apodaron «Arnat«. Hoy en día sus actos siguen generando controversia, pero hay que entender que Reinaldo tenía un objetivo estratégico claro: debilitar al sultán Saladino antes de que éste reuniese el poder suficiente con el que atacar Tierra Santa.
1 – Orígenes: el noble francés que se convirtió en cruzado.
Reinaldo de Châtillon (Renaud de Châtillon) nació sobre el año 1120. Sus padres eran Enrique I, señor de Châtillon-sur-Marne (Henry I) y Ermengarda de Montjay (un parentesco demostrado por la aparición del escudo de armas de Châtillon-sur-Marne grabado en el monumento funerario del rey Bela III de Hungría y su esposa Inés (Agnes), hija de Reinaldo). Reinaldo era el segundo hijo del matrimonio y, por tanto, sería su hermano mayor, Gaucher II de Châtillon (110-1148), quien heredaría el señorío familiar. Ante esta circunstancia, Reinaldo, como la mayoría de hijos segundones de la nobleza, debería labrarse su futuro en la carrera de las armas, o en ingresar en la iglesia. Optando por la primera opción, en 1147 decidió enrolarse en el ejército del rey Luis VII de Francia (1120-1180), que se dirigía hacia Tierra Santa para participar en la Segunda Cruzada (1147-1149).
Tras congregar sus fuerzas en Metz, en junio de 1147, el ejército cruzado francés se dirigió a Hungría, para seguir desde allí la ruta de los cruzados alemanes, comandados por el emperador Conrado III, hasta Constantinopla. Esta escala en Hungría fue aprovechada por el rey Luis VII , y sus cruzados, para estrechar lazos con la nobleza húngara lo que, probablemente, explique el futuro matrimonio entre la hija de Reinaldo y el rey Bela III.
Tras alcanzar Constantinopla, los cruzados franceses cruzaron el Bósforo y se dirigieron hacia la ciudad de Éfeso, en donde derrotaron a un pequeño contingente turco. Continuando su camino, y tras varias vicisitudes, los franceses llegaron, casi un año después de su partida, a la ciudad de Acre, en donde se reunieron con el resto de tropas cruzadas (los alemanes de Conrado III, y diversos señores de Francia y el Sacro Imperio), y con el rey Balduino III de Jerusalén, sus principales nobles, y los grandes maestres de las órdenes militares. En esta reunión, denominada Concilio de Acre (24 de junio de 1148), los cruzados europeos acordaron seguir los deseos del rey Balduino III y atacar Damasco, pensando que sería la mejor forma de frenar los avances turcos y, seguramente también, tentados por el gran botín que se podría obtener del saqueo de esa gran ciudad.
Sin embargo, pese a los esfuerzos de los 50.000 soldados cruzados reunidos para el ataque contra la ciudad siria, el Asedio de Damasco (24-28 de julio de 1148) acabó en una humillante derrota tras la llegada de un ejército turco comandado por Nur ad-Din, el gobernador de Siria, y señor del aún joven Saladino, que obligó a los cruzados a levantar el asedio y replegarse hasta Jerusalén. Tras este fiasco, las disensiones entre los comandantes cruzados pusieron prácticamente fin a la Cruzada, y, a comienzos de 1149, el rey de Francia decidió dejar Tierra Santa para regresar a sus dominios. Reinaldo de Chàtillon, por su parte, decidió no regresar a Francia, y se quedó en el Reino de Jerusalén, en busca de fortuna, poniéndose al servicio del rey Balduino III.
2 – Reynaldo en Tierra Santa: ascenso al poder.
El Reino de Jerusalén, en el que se asentó Reinaldo, era el más importante de los territorios de Outremer (Ultramar): los estados feudales creados en Próximo Oriente, tras la Primera Cruzada (1096-1099), con el objetivo de preservar los “Santos Lugares de la Cristiandad”. En un principio, dichos estados habían estado conformados por el mencionado Reino de Jerusalén, por el Condado de Edesa, por el Condado de Trípoli, y por el Principado de Antioquía. Sin embargo, el Condado de Edesa cayó en 1144, tras ser conquistada su capital por Zengi (1085-1146), el gobernador turco de Mosul. La pérdida de Edesa propició la convocatoria de la Segunda Cruzada, pero, como hemos visto en el capítulo anterior, la expedición fracasó estrepitosamente. En este contexto, de creciente debilidad militar de los estados cruzados, una importante parte de la nobleza local era partidaria de tratar de lograr una coexistencia pacífica con sus vecinos musulmanes, mientras que las Órdenes Militares de los Templarios, y los Hospitalarios, y muchos de los cruzados europeos recién llegados, abogaban por la guerra preventiva, es decir atacar a los musulmanes antes de que lograsen reunir suficientes fuerzas con las que conquistar los reinos cristianos. Reinaldo de Châtillon se situó firmemente en este segundo grupo y sus acciones acabarían siendo determinantes para el futuro de los reinos.
Cuando Reinaldo de Châtillon llegó a Tierra Santa era un pequeño noble, con fama de aventurero e indisciplinado, que no tenía riqueza ni seguidores, pero que había alcanzado cierta fama por su atrevimiento, y por el valor demostrado en las batallas. Quizás por ello se ganó la confianza del rey Balduino III, al que acompañó al principado de Antioquía, en 1151, en una misión para fortalecer las defensas del mismo. En dicha misión, trabó amistad con la princesa Constancia de Antioquía (1128–1163), que había enviudado recientemente, tras la muerte de su marido Raimundo de Poitiers, primo del rey Balduino III, en la Batalla de Inab (1149). Dos años después, en 1153, Reinaldo formó parte de las tropas de Balduino III que lograron conquistar al estratégico puerto egipcio de Ascalón. Sin embargo, su mayor victoria fue casarse a comienzos de ese mismo año, 1153, con la princesa Constanza, convirtiéndose de esa manera en príncipe de Antioquía, lo que le otorgó importantes recursos económicos, y militares.
El matrimonio de la rica princesa Constanza con el que era considerado un simple caballero mercenario y, por tanto, de inferior categoría, causó todo un revuelo en la época. Además, el patriarca de la iglesia de Antioquía, Aimery de Limoges, se opuso vehementemente al matrimonio, convirtiéndose así en enemigo de Reinaldo. Por otro lado, el emperador de Bizancio, Manuel I Comneno (1118-1180), decidió aprovechar la ocasión para solicitar a Reinaldo su apoyo militar frente a la insurrección que habían iniciado sus súbditos armenios en Cilicia. A cambio, se comprometía a reconocer la legitimidad de Reinaldo, como príncipe de Antioquía, y a financiar sus gastos militares.
Reinaldo, aceptó la oferta del emperador bizantino y movilizó sus tropas para la campaña en Armenia. En 1155, las tropas de Reinaldo lograron derrotar a los rebeldes armenios en la Batalla de Alejandreta (actualmente İskenderun). Fruto de su victoria, y probablemente como recompensa por algún tipo de apoyo recibido, Reynaldo otorgó a la Orden de los Templarios el control sobre el estratégico paso conocido como “Puertas Sirias”: un paso de montaña que permitía cruzar los montes Nur, desde Cilicia, y llegar hasta el interior de Siria. Esta decisión de Reynaldo no debió gustar al emperador Manuel I, que reaccionó negándose a pagar los subsidios comprometidos.
Ante el impago de los bizantinos, Reinaldo decidió cobrarse por su cuenta las deudas. En la primavera de 1156, Reinaldo se alió con el príncipe Thoros II de Armenia para realizar una campaña militar contra la isla de Chipre, perteneciente al Imperio Bizantino. Esta decisión fue duramente criticada por el patriarca Aimery de Limoges, que se negó a participar en la financiación de la campaña. Hastiado de la actitud obstruccionista del patriarca, Reinaldo decidió darle una lección y ordenó que fuera desnudado, embadurnado en miel, y atado en un poste al sol, quedando así a merced de los insectos. Ante esta situación, al patriarca no le quedó más remedio que tragarse su orgullo y aceptar pagar los subsidios requeridos por Reinaldo. Tras ser liberado, y pagar una cuantiosa suma, huyó a Jerusalén, en dónde vivió exiliado hasta la muerte de Reinaldo.
Tras reunir sus fuerzas, Reinaldo, y sus aliados armenios, atacaron Chipre y derrotaron fácilmente a los bizantinos. Al calor de la victoria, sus tropas se descontrolaron y se dedicaron a saquear la isla a conciencia, cometiendo innumerables robos, violaciones, y asesinatos, de las que no se libraron ni siquiera las monjas y monjes ortodoxos. Además, con objeto de maximizar aún más sus ganancias, los hombres de Reinaldo vendieron a muchos chipriotas como esclavos.
Esta acción, provocó la ira del emperador de Bizancio, Manuel I Comneno, que, a finales de 1158, decidió invadir con su ejército el reino armenio de Cilicia, obligando al príncipe Thoros II a escapar a las montañas. Temiendo que el ejército bizantino también invadiera Antioquía, Reinaldo decidió anticiparse y se dirigió a la ciudad de Mamistra (Mopsuestia), en Cilicia, para encontrarse con el emperador bizantino y solicitar su perdón. Una vez allí, Reinaldo se vio obligado a caminar descalzo, y vestido de penitente, por las calles de la ciudad, hasta llegar a la tienda del emperador, en donde se postró ante sus pies, para solicitar su perdón. Gracias a su capacidad de soportar esta humillación pública, Reinaldo se salvó de la invasión bizantina, aunque sólo fue perdonado a cambio de comprometerse a aceptar un patriarca ortodoxo en Antioquía, y de aportar tropas a Bizancio cuando le fuese solicitado. Es decir, el emperador impuso su autoridad sobre el Principado de Antioquía, que hasta entonces había gozado de cierta independencia, pero que, por el Tratado de Devol (1108), a la sazón era un estado vasallo del Imperio Bizantino. Además, y con objeto de demostrar su poder, Manuel I Comneno decidió visitar Antioquía, entrando a caballo en la ciudad, el 12 de abril de 1159, mientras Reinaldo le sujetaba las riendas.
Tras este amargo episodio, Reinaldo decidió al año siguiente, 1160, comandar una incursión militar al valle del río Éufrates con objeto de robar ganado a los pastores musulmanes. Sin embargo, a su regreso a Antioquía, el 23 de noviembre de 1160, fue sorprendido por un contingente militar de Nur al-Din, el gobernador de Alepo, Siria, que derrotó a sus tropas y lo capturó. Debido a esta circunstancia, Reinaldo pasó los siguientes 16 años de su vida en una insalubre prisión de Alepo. Sin duda, ésta fue una época muy dura para Reinaldo, pero consiguió sobrevivir.
Estando en prisión, Reinaldo se hizo amigo del noble francés Joscelino III de Courtenay (1134-1200), el hijo del conde de Edesa, que fue apresado en 1164. Joscelino III, era tío del futuro rey de Jerusalén, Balduino IV (1161-1185), y su amistad permitió que Reinaldo finalmente fuese liberado, en 1176, junto al propio Joscelino III de Courtenay, y a otros nobles cristianos prisioneros. Por otro lado, cabe mencionar que su liberación no fue gratuita, Reinaldo tuvo que pagar al nuevo gobernador de Alepo, el eunuco Gümüshtekin, la ingente suma de 120.000 dinares de oro. Un buen indicio, de la gran riqueza que había llegado a atesorar.
3 – El poderoso señor de Kerak.
Tras recuperar su libertad, Reinaldo descubrió cómo los 16 años transcurridos habían reconfigurado su mundo. En su ausencia, su esposa, Constanza, había tratado de mantenerse en el poder en Antioquía, pero fue víctima de una conspiración por parte de su primogénito Bohemundo III (1144-1201) que, con ayuda del patriarca Aimery de Limoges, y del príncipe Thoros II, hizo valer sus derechos sucesorios y, en febrero de 1163, la arrebató el poder, y la expulsó de la ciudad. Poco después, la princesa murió en el exilio. Debido a esta circunstancia, Reinaldo perdió no solo a su esposa, sino a su principal fuente de poder y riqueza; el principado de Antioquía. Su larga estancia en prisión había puesto fin a sus aspiraciones, y es muy probable que, por ello, albergase un profundo resentimiento hacia sus captores. Por otro lado, Reinaldo conocía ahora mucho mejor el idioma, religión, y costumbres, de sus enemigos, y sabía cómo hacerles más daño.
Dado que ya no podía regresar al Principado de Antioquía, Reinaldo acompañó a Joscelino III de Courtenay a la corte de Jerusalén, en donde trabó amistad con la hermana de este, Inés de Courtenay (1136-1184), que ejercía la regencia, mientras su hijo, Balduino IV, alcanzaba la mayoría de edad. La presencia de Reinaldo en la corte pasó en poco tiempo a ser muy destacada, llegando a dirigir una embajada a Bizancio, en representación del rey Balduino. Esta cercanía al poder, le permitió conocer a una dama viuda; Estefanía de Milly (1145-1197), heredera del señorío de Transjordania, que ese mismo año, 1176, se convertiría en su nueva esposa. Gracias a este matrimonio, Reinaldo de Châtillon se convirtió en señor de Transjordania, pasando a controlar dos de las principales fortalezas de los Estados Cruzados en Jordania: Kerak, y Montreal. A esto, se sumó que el rey Balduino IV le concedió, en recompensa a sus servicios, el señorío sobre la ciudad de Hebrón. A partir de entonces, Reinaldo dedicó sus esfuerzos a fortalecer militarmente su señorío, con la intención de aprovechar la circunstancia de que, desde sus fortalezas, tenía al alcance las principales rutas comerciales entre Egipto y Siria, dos de los territorios musulmanes más ricos, que recientemente habían sido reunificados bajo el mando del sultán Saladino (Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb).
A diferencia de los principales nobles del Reino de Jerusalén, enfrascados en luchas de poder por la sucesión de Balduino IV (enfermo de lepra), Reinaldo era muy consciente del peligro que suponía la ascensión de Saladino (1137-1193) para los reinos cristianos. El sultán no solo era un hombre inteligente, y carismático, sino un gran estratega que, además, contaba con un amplio número de tropas, y recursos. Frente a esta amenaza, los cristianos sólo podían contar con la superioridad de su caballería, sus avanzadas tácticas, y la escasa ayuda proveniente de Europa. Por ello, Reinaldo creía que su mejor opción era la guerra preventiva: atacar a Saladino antes de que éste consolidase su imperio y aplastase a los reinos cristianos.
Las primeras acciones de Reinaldo se centraron en desarrollar una especie de servicio de información, y espionaje, empleando los servicios de varias tribus de beduinos para conocer los movimientos de tropas del sultán, y el tránsito de caravanas comerciales entre Egipto y Siria. Con la información obtenida, comenzó a realizar incursiones contra las caravanas de mercaderes, con objeto de obtener riquezas, y, sobre todo, de desprestigiar a Saladino, mostrándolo como incapaz de defender a sus súbditos.
Un año después, en 1177, los temores de Reinaldo parecieron confirmarse cuando Saladino decidió atacar, con un ejército de más de 25.000 hombres, el Reino de Jerusalén desde Egipto, aprovechando que buena parte de las tropas de los Estados Cruzados, junto con los Templarios, y los Hospitalarios, se había unido a una expedición militar, dirigida por el conde Raimundo III de Trípoli, contra la fortaleza de Hama, en Siria. Ante esta amenaza, el rey Balduino IV reunió apresuradamente un nuevo ejército con los efectivos que le quedaban: unos 7.000 hombres, entre los que se encontraban 375 caballeros, y 80 templarios, acompañados por su gran maestre; Eudes de Saint-Amand. Además, y dado que el rey era aún muy joven, el mando efectivo del ejército recayó en Reinaldo de Châtillon que, a causa de la enfermedad del rey Balduino, ese mismo año había sido nombrado regente del reino, lo que indica la estima, y confianza, de la que disfrutaba en la corte.
Saladino, confiando en su superioridad numérica, y dando por hecho que los cristianos no contaban con tropas suficientes para ofrecer una resistencia seria, dejó una parte de su ejército asediando el puerto de Ascalón, y la ciudad de Gaza, y avanzó con el resto de sus tropas por la costa, saqueando a su paso Ramla, Lydda y Arsuf. Mientras tanto, el rey Balduino IV, aconsejado por Reinaldo, decidió aprovechar la dispersión del ejército enemigo para avanzar rápidamente, e interceptar a Saladino mientras aún se encontraba en la franja costera. En la subsiguiente Batalla de Montgisard (25-11-1177), librada cerca de Ramla, la agresividad de las tropas cristianas se impuso sobre los números de Saladino, causándole una contundente derrota.
La gran victoria de Montgisard logró salvar, al menos momentáneamente, al Reino de Jerusalén, de la invasión musulmana, sin embargo, a nivel estratégico, la amenaza no desapareció, sino todo lo contrario. Dos años después, en 1179, Saladino volvió a invadir el reino, en esta ocasión desde Siria, y derrotó a los cristianos en la Batalla de Marjayún (10-6-1179), y en el asedio a la fortaleza del Vado de Jacob (30-8-1179), forzando así al rey Balduino IV a negociar con él una tregua en las hostilidades, en mayo de 1180, que debería tener una duración de dos años.
Reinaldo de Châtillon creía que la tregua era un error, ya que solo serviría para reforzar la posición de Saladino. Y, en efecto, Reinaldo tenía razón, Saladino aprovechó la tregua para tratar de aumentar su poder. El 4 de diciembre de 1181, murió, sin descendencia, el joven príncipe As-Salih (1163-1181), gobernador de la estratégica ciudad de Alepo, en el norte de Siria. Antes de morir, y temiendo que Saladino decidiera hacerse con el control de sus dominios, el príncipe As-Salih nombró sucesor a su primo; Izz al-Din Mas’ud, emir de Mosul. La potencial unión de ambas ciudades constituía una grave amenaza para las ambiciones expansionistas de Saladino y, por ello, decidió enviar dos contingentes militares, al mando de sus sobrinos; Farrukh Shah, y Taqi ad-Din, para evitar que Izz al-Din entrase en Alepo y reclamase sus derechos sucesorios. Sin embargo, los planes de Saladino se vieron trastocados por la interferencia de Reinaldo de Châtillon que, de nuevo, demostró tener una visión estratégica superior a la del resto de nobles cruzados.
Con objeto de distraer a Saladino de sus pretensiones en Alepo, Reinaldo, ayudado por guías beduinos, dirigió una incursión, a finales de 1181, contra una gran caravana de mercaderes que se dirigía hacia la Meca y que, en aquellos momentos, estaba acampando en el oasis de Taima (hoy parte de Arabia Saudí), a 400 Km al sur de su fortaleza de Kerak. El ataque de Reinaldo causó un enorme enfado en Saladino, no solo porque lo puso en evidencia frente a sus súbditos, sino porque obligó al contingente militar de Farrukh Shah a abandonar su marcha sobre Alepo y regresar sobre sus pasos para atacar Transjordania, con la intención de forzar a Reinaldo a detener su incursión para defender sus dominios. Debido a esta circunstancia, Saladino perdió la oportunidad de controlar Alepo, ya que el gobernador de Mosul entró en la ciudad sin oposición, el 29 de diciembre de 1181, y se hizo con su control (las tropas del otro sobrino de Saladino, Taqi ad-Din, eran demasiado escasas y no se atrevieron a hacerle frente). Aunque, años después, Saladino acabaría haciéndose con el control de Alepo, nunca olvidaría la interferencia de Reinaldo en su estrategia.
4 – La incursión en el Mar Rojo.
Un año después de su última incursión, en el invierno de 1182, Reinaldo puso en práctica un proyecto que había acariciado desde hacía tiempo: crear su propia escuadra y navegar por el mar Rojo para atacar las ricas caravanas marítimas que se dirigían a la Meca. Tras construir cinco galeras en Kerak, las transportó por el desierto, desmontadas y a lomos de camellos, hasta el golfo de Áqaba, cuyas aguas se comunican con el mar Rojo. Una vez ensambladas sus naves, y dotadas de tripulación, y suministros, Reinaldo embarcó en ellas a 300 de sus hombres, mientras el resto de su ejército se dedicó a asediar la estratégica ciudad de Eilat, situada justo en frente de la ciudad de Áqaba, con la intención de debilitar las comunicaciones, y el comercio, entre Egipto y Siria.
Una vez finalizados los preparativos, las naves de Reinaldo zarparon en diciembre de 1182 (él mismo, permaneció en tierra, supervisando el asedio a Eilat). Al poco de partir dos de sus naves se separaron del resto para bloquear la isla del Faraón, un islote fortificado situado al norte del golfo de Áqaba. Las otras tres naves, por su parte, alcanzaron el Mar Rojo y comenzaron a causar estragos entre los barcos mercantes musulmanes, capturando, y destruyendo, dieciséis naves en poco tiempo. Tras este éxito, las naves se dirigieron a la costa de Egipto, para atacar el puerto de Aidhab, capturando además un barco de pasajeros y otros dos mercantes, procedentes de Adén. Tras saquear Aidhab, y masacrar a toda una caravana de peregrinos, la flota de Reinaldo se dirigió al puerto de Rabigh, en la costa de Arabia, y relativamente cercano a la ciudad de Medina, causando el pánico entre los musulmanes, que llegaron a creer que el objetivo de los cruzados era atacar Medina para destruir la tumba del profeta Mahoma. Sin embargo, las tropas cristianas eran insuficientes (y carecían de caballos), para realizar tal ataque, por tanto, siguieron con su objetivo de saquear ciudades costeras y partieron de nuevo, hacia el puerto de al-Hawra.
Mientras tanto, y tras sobreponerse al desconcierto que había causado la presencia de galeras cristianas en el Mar Rojo, el gobernador de Egipto, al-Adil, organizó una flota para combatir contra las naves de Reinaldo. Una vez completados sus preparativos, la flota egipcia, al mando del almirante Husam ad-Din Lu’lu, partió a socorrer a la isla del Faraón, destruyendo las dos naves que se habían quedado bloqueándola. Felizmente, para Reinaldo, la mayoría de sus hombres logró llegar a tierra y ponerse a salvo. Tras este episodio, la flota egipcia se dirigió contra las tres galeras restantes, alcanzándolas en al-Hawra, cuyo puerto bloquearon. Ante esta circunstancia, y dado que estaban en inferioridad numérica, los hombres de Reinaldo optaron por abandonar sus naves cargadas de botín, y prisioneros, y escapar por tierra. Sin embargo, y al no contar con caballos, cinco días después (en febrero de 1183), los hombres de Reinaldo fueron alcanzados por las tropas egipcias, auxiliadas por árabes, y masacrados. Los pocos supervivientes de la batalla fueron trasladados a las principales ciudades de Egipto y Arabia, para ser ejecutados públicamente, por orden de Saladino, que pretendía recuperar así parte de su prestigio perdido como defensor del Islam.
De esta manera, la incursión naval de Reinaldo acabó en derrota, pero, pese a su fracaso, causó una enorme conmoción en el mundo musulmán por la amenaza que supuso para sus lugares sagrados en Medina y la Meca. Saladino, que en aquellos momentos se encontraba con su ejército asediando Mosul, con objeto de someter al emir Izz al-Din, juró vengarse de la afrenta sufrida y matar a Reinaldo con sus propias manos.
Ese mismo año, tras finalizar su campaña en Irak, y el norte de Siria, con la conquista de Alepo (12-6-1183), Saladino decidió realizar una nueva campaña contra los reinos cruzados y atacar la fortaleza de Kerak, en noviembre de 1183, aprovechando que era el lugar escogido para la celebración de la boda entre el hijastro de Reinaldo, Hunfredo IV de Torón (1166-1192), e Isabel de Jerusalén (1171–1205), una hermanastra del rey Balduino IV que, por aquel entonces, tenía tan solo 12 años (Hunfredo IV, hijo de Estefanía de Milly y de su primer marido, Hunfredo III de Torón, tenía cinco más).
Saladino, había escogido precisamente el momento de la celebración del matrimonio para atacar Kerak porque sabía que acudirían al mismo varios nobles importantes, cuya captura probablemente le permitiría obtener importantes rescates y concesiones territoriales. Sin embargo, y pese a contar con un importante ejército, y varias máquinas de asedio (8 mangonel), Kerak consiguió aguantar el sitio hasta que el rey Balduino acudió en su ayuda. Ante el avance del ejército cruzado, comandado por el conde Raimundo III de Trípoli, Saladino decidió no plantear batalla y, el 4 de diciembre, levantó el asedio y se retiró a Damasco.
5 – Un reino dividido.
La lucha por la sucesión en el Reino de Jerusalén comenzó desde el mismo momento en que se supo que el rey Balduino IV había contraído la lepra (probablemente en algún momento de su adolescencia) y, que, por tanto, estaba incapacitado para casarse y tener descendencia. Pese a todo, en sus momentos de mejor salud, el rey Balduino supo frenar las luchas intestinas por su sucesión al elegir a su hermana, la princesa Sibila (1160-1190), como legítima heredera al trono.
Sin embargo, en el año 1183, aconteció un episodio de mucha trascendencia para el futuro del reino. A causa del nuevo matrimonio de la princesa Sibila con el advenedizo Guido de Lusignan (1150-1194), parte de la alta nobleza, encabezada por el conde Raimundo III de Trípoli, se opuso a su designación como heredera y, aprovechando la debilidad del rey, lograron imponer como sucesor a Balduino V, hijo de la princesa Sibila, y de su primer marido, Guillermo de Montferrato (1140-1177). Además, el ambicioso conde Raimundo III fue elegido regente del reino. Dos años más tarde, el 16 de marzo de 1185, falleció Balduino IV, el “rey leproso” que tan sabiamente había gobernado el Reino de Jerusalén, y su sucesor, Balduino V, ascendió al trono. Sin embargo, el reinado de Balduino V duró menos de un año, ya que murió en agosto de 1186.
A la muerte de Balduino V, se desató una lucha sucesoria en la que Reinaldo decidió alinearse con el bando de la princesa Sibila y Guido de Lusignan contra las pretensiones del conde Raimundo III de Trípoli, que quería colocar en el trono a la princesa Isabel y al hijastro de Reinaldo, Hunfredo IV de Torón. Gracias a su influencia, y a la de gran su amigo, Joscelino III de Courtenay, entre la nobleza del reino y las órdenes militares, Reinaldo contribuyó a lograr el reconocimiento de Guido como nuevo rey de Jerusalén en detrimento del conde Raimundo. Finalmente, Guido de Lusignan, y Sibila, fueron coronados reyes de Jerusalén en septiembre de 1186.
Curiosamente, Saladino no aprovechó la disensión entre la nobleza de los Estados Cruzados para lanzar una nueva ofensiva militar. Esto se debió, en buena parte, a que el conde Raimundo III se aseguró de firmar con el sultán una tregua de dos años, en 1185, mientras Balduino IV agonizaba, y a que Saladino estaba ocupado en una nueva guerra contra el emir de Mosul. Sin embargo, al año siguiente, 1186, y con la tregua aún vigente (finalizaba el 5 de abril de 1187), Saladino comenzó a intervenir en la política interna de sus enemigos, tratando de aumentar la brecha entre ellos al posicionarse al lado de Raimundo III de Trípoli, quien, en sus ansias de poder, llegó a prometer al sultán que dejaría marchar a sus ejércitos por sus tierras si a cambio le ayudaba a coronarse rey de Jerusalén. Aunque dicho pacto no llegó a fructificar plenamente, Saladino llegó a intervenir militarmente en auxilio del conde de Trípoli cuando un ejército, comandado por el rey Guido I, invadió Galilea con intención de someter al conde Raimundo.
En este complejo contexto, Reinaldo de Châtillon, que no reconocía la tregua firmada con Saladino, decidió continuar con su política de ataques contra las rutas de caravanas entre Egipto y Siria. A finales de 1186, sus tropas interceptaron en sus dominios de Transjordania, una caravana que se dirigía desde el Cairo hacia Damasco, provocando la ira de Saladino, que protestó ante el rey Guido, afirmando que las acciones de Reinaldo violaban la tregua. Sin embargo, el rey Guido se defendió argumentando que Reinaldo de Châtillon tenía plena jurisdicción en Transjordania y que él no había firmado la tregua. Tradicionalmente, y hasta épocas recientes, los historiadores achacaron a este ataque de Reinaldo el estallido de la nueva guerra entre Saladino y los Estados Cruzados, llegando incluso a dar por valida de que la propia hermana del sultán viajaba en dicha caravana interceptada. Sin embargo, dicha argumentación no es válida, ya que, por un lado, Saladino siguió respetando la tregua hasta su plazo de conclusión y, por otro lado, el estallido de una nueva guerra era prácticamente inevitable, ya que el sultán había logrado, finalmente, la sumisión de Mosul y tenía por fin las manos libres para dedicarse a la jihad contra los cristianos. Además, Saladino sabía que era el momento perfecto para un ataque contra el Reino de Jerusalén, dado el estado de disensión interna en que se encontraban los cristianos, a causa de la rebeldía del conde Raimundo III de Trípoli, y sus partidarios, como el influyente conde de Ibelin.
6 – La batalla final.
A mediados de marzo de 1187, un mes antes de que concluyera la tregua con los cristianos, Saladino comenzó a preparar sus tropas, incluyendo a la flota egipcia, para una invasión a gran escala de los Estados Cruzados. Su primer objetivo, fue de nuevo Kerak, la fortaleza de Reinaldo de Châtillon, que atacó el 26 de abril, aunque, carente de máquinas de asedio no pudo conquistarla y se conformó con devastar el territorio circundante. Por otro lado, su hijo, y futuro sucesor, Al-Afdal (1169-1225), se internó con otro contingente de tropas, en Galilea (aprovechando el derecho de paso concedido por el conde Raimundo III), con la excusa de dirigirse hacia Acre, para atacar dicho puerto. En realidad, este movimiento era una demostración de fuerza, ya que en aquellos momentos había acudido a Galilea una delegación del rey Guido para tratar de negociar una reconciliación con el conde Raimundo, ya que sus tropas eran indispensables para hacer frente a la invasión de Saladino. Con objeto de provocar a los cristianos, y hacer fracasar las negociaciones entre la delegación real y el conde de Trípoli, Al-Afdal decidió realizar una incursión contra la ciudad de Nazaret que, en aquellos tiempos, era un señorío eclesiástico.
Una parte de la delegación real, compuesta por Gerardo de Ridefort, gran maestre de los Templarios, por Roger de Moulins, gran maestre de los Hospitalarios, y por el arzobispo Joscio de Tiro, se había alojado en el castillo templario de La Fève (actual Afula), cercano a Nazaret, y decidió acudir en ayuda de la ciudad. Tras reunir un contingente de 130 caballeros y 400 infantes, los dos grandes maestres se dirigieron a interceptar lo que creían que era una pequeña hueste enemiga. Sin embargo, cuando se toparon con el enemigo, el 1 de mayo de 1187, descubrieron que era un ejército de unos 7.000 hombres, y que, por tanto, los sobrepasaba ampliamente en número. Pese a esta clara desventaja, los maestres de las órdenes militares no dudaron en cargar contra las tropas de Saladino en la que pasó a ser conocida como Batalla de los pozos de Cresson (o de Seforia). Pese al valor de los monjes guerreros, la desigual lucha acabó con la muerte de casi todos los cristianos, solo Gerardo de Ridefort y tres de sus hombres lograron escapar con vida. Sin embargo, la victoria de Al-Afdal sobre las órdenes militares logró el resultado contrario al previsto: el conde Raimundo de Trípoli III se reconcilió con el rey Guido, rindiéndole homenaje, y sumó sus tropas a las de éste.
Tras este episodio, los Estados Cruzados comenzaron a congregar a sus fuerzas hasta reunir un ejército de unos 20.000 hombres (1.200 caballeros, 4.000 sargentos y arqueros a caballo turcopolos, y entre 15.000 y 18.000 infantes), que estaba comandado por el rey Guido I, y en el que participaban los principales nobles cristianos: el conde Raimundo III, el gran maestre templario; Gerardo de Ridefort, el conde Reinaldo de Sidón, el conde Balián de Ibelín, y, nuestro protagonista, Reinaldo de Châtillon. Sin embargo, y pese a que la mayoría de nobles del reino habían dejado atrás sus disputas para unir fuerzas, el ejército cristiano era numéricamente muy inferior al ejército de Saladino, que contaba con más de 40.000 hombres, de los que 12.000 eran jinetes (la mayoría arqueros a caballo). Pese a todo, los cristianos confiaban, como en anteriores ocasiones, en la superioridad de su caballería pesada para hacerse con la victoria.
El propio Saladino, como buen estratega, era consciente de que la superioridad numérica con la que contaba era engañosa, al ser las tropas de los Estados Cruzados de mucha mayor calidad. Por ello, decidió atacar Tiberíades para atraer al ejército cristiano a un terreno poco apto para sus tácticas. Ante esta circunstancia, y pese a que eran sus propias tierras las que estaban siendo atacadas, el conde Raimundo III aconsejó al rey no marchar a Galilea, temiendo que, de lo contrario, el ejército pudiera caer en una elaborada trampa. Sin embargo, el rey Guido I, presionado por Gerardo de Ridefort, y por Reinaldo de Châtillon, que abogaban por una estrategia ofensiva, optó finalmente por lo contrario y, el 3 de julio, ordenó a su ejército dirigirse a Tiberíades para liberar la ciudad del asedio enemigo.
Para la marcha, el ejército cruzado se dividió en tres bloques: la vanguardia, comandada por Raimundo III de Trípoli, el centro, comandado por el rey Guido I, y en el que estaba también Reinaldo de Châtillon, y la retaguardia, comandada por Balian de Ibelin. Esta disposición tenía como objetivo que cada bloque, compuesto por tropas de infantería y caballería, pudiera defenderse por sí mismo en caso de ataque, pero tenía también la desventaja que ralentizaba la marcha.
Tras enterarse de que el ejército cristiano se dirigía a Tiberiades, Saladino partió a su encuentro con el grueso de sus tropas, enviando por delante a varios grupos de arqueros a caballo que tenían como misión hostigar a las tropas enemigas. Una táctica exitosa, ya que sus arqueros entorpecieron aún más la lenta marcha de los cristianos, cada vez más cansados, y sedientos, por el calor y el polvo del camino. Ante esta circunstancia, al llegar al cruce de caminos de Maskana, en donde el ejército acampó para pasar la noche, el conde Raimundo aconsejó al rey cambiar de dirección y dirigirse al paso de los Cuernos de Hattin para abastecerse de agua en sus pozos. Una decisión que el rey respaldó, ya que el conde conocía sus tierras mejor que nadie. Sin embargo, al día siguiente, cuando el ejército cristiano llegó por fin, tras una ardua marcha, a Hattin, en donde estaban los ansiados pozos de agua, se encontró con las tropas de Saladino estaban allí posicionadas, bloqueándolos el paso.
Ese día, el 4 de julio de 1187, se libró la famosa Batalla de los Cuernos de Hattin en la que ejercito del Reino de Jerusalén fue destruido por las tropas de Saladino. El sultán, aprovechó sabiamente su superioridad numérica para rodear al ejército cristiano. Solo la vanguardia, comandada por el conde Raimundo III, se libró del desastre, al conseguir romper las filas musulmanas tras cargar con sus tropas de caballería contra el ala derecha del ejército de Saladino. El hecho de que las tropas enemigas cediesen fácilmente ante su carga, y la decisión del conde, de no regresar a la batalla para ayudar al resto del ejército cristiano, hizo pensar a muchos que Raimundo III los había traicionado. Otros importantes nobles que estaban en la vanguardia, y pudieron escapar, fueron Balian de Ibelin, Reinado de Sidón, y Joscelino III de Courtenay.
El resto del ejército no tuvo tanta suerte, el rey Guido, ante el acoso enemigo, decidió establecer una posición defensiva sobre uno de los cuernos (pequeñas colinas), al norte del paso. Allí los caballeros cristianos, entre los que estaba Reinaldo de Châtillon, lograron resistir algún tiempo, cargando incesantemente, colina abajo, contra sus enemigos hasta que la mayoría de caballos murió, a causa de las flechas enemigas. La infantería, por su parte, agotada y enloquecida por la sed, se negó a moverse de sus posiciones defensivas. Finalmente, rodeados y atacados por todas partes, todos los soldados cristianos acabaron muertos o prisioneros. Entre los numerosos muertos estaba el obispo de Acre, que llevaba con él la Santa Cruz, que cayó en manos enemigas.
Por su parte, el rey Guido I, fue hecho prisionero, junto con el gran maestre de los templarios, Gerardo de Ridefort, el gran maestre de los hospitalarios, Garnier de Nablus, y gran parte de los nobles más importantes del Reino de Jerusalén; entre ellos nuestro protagonista: Reinaldo de Châtillon. Horas después de finalizar la batalla, estos ilustres prisioneros fueron llevados ante la presencia de Saladino, quien, en un gesto de cortesía, ofreció al rey Guido una copa de agua. Después de beber, el rey le pasó la copa a Reinaldo para que también bebiese. Según las costumbres árabes, no se podía hacer daño a una persona a la que se había invitado a beber y comer. Sin embargo, Saladino, que había jurado matar al príncipe «Arnat”, dijo que se había ofrecido agua a Reinaldo sin su consentimiento. Reinaldo sabía que su suerte estaba echada de antemano y, con valentía, respondió altivamente al Sultán, hasta que éste perdió los estribos, y asesinó a Reinaldo, decapitándolo con su espada. Una vez muerto, Saladino untó sus dedos en la sangre del enemigo muerto y se pintó la cara, como símbolo de su venganza.
La muerte de Reinaldo no fue el único acto de venganza que cometió Saladino. Tras la batalla, todos los prisioneros fueron trasladados a la capital, Damasco, y allí se decidió su destino. A los templarios, y hospitalarios, capturados se los obligó a elegir entre convertirse al Islam, o morir, y la mayoría eligió la segunda opción, siendo ejecutados 230 de ellos. Además, los soldados de infantería, de clase baja, fueron vendidos como esclavos, al no tener dinero para poder pagar por su rescate, como si pudieron hacer los prisioneros nobles. Por último, los turcopolos que combatían para los cristianos fueron considerados como renegados y ejecutados en masa.
Tras la derrota de Hattin, casi todas las ciudades, y fortalezas, del Reino de Jerusalén fueron conquistadas por las tropas de Saladino, incluyendo la capital, Jerusalén, que, aunque logró resistir algunas semanas, gracias a la defensa que encabezó Balián de Ibelín, acabó rindiéndose el 2 de octubre de 1187. Sólo Kerak, la fortaleza del difunto príncipe Reinaldo, logró resistir, durante dos años, el ataque de las tropas de Saladino.
La pérdida del reino cristiano de Jerusalén ocasionó una profunda consternación en la Europa cristiana y, ante esta circunstancia, el papa Gregorio VIII convocó inmediatamente, el 27 octubre de 1187, una Tercera Cruzada (1189-1192) para intentar recuperar Tierra Santa.
7 – Valoración.
El final de Reinaldo de Châtillon fue celebrado por la mayoría de musulmanes, que lo odiaban por sus ataques contra los peregrinos que se dirigían a la Meca, y por la amenaza que había supuesto para sus santos lugares su incursión en el Mar Rojo. Estas incursiones han provocado también que la figura de Reinaldo haya sido vista con desprecio por muchos de los cronistas e historiadores que trataron sobre la caída del Reino de Jerusalén y que contraponían su figura con las del “noble” Saladino y su rival, Ricardo I de Inglaterra (omitiendo las matanzas de prisioneros que ambos personajes ordenaron cometer).
Siguiendo esas interpretaciones simplistas, cargadas de moralina, y marcadamente clasistas, tradicionalmente se ha considerado a Reinaldo como un noble segundón, y ambicioso, que atacaba las caravanas de mercaderes musulmanes simplemente para obtener riquezas. En este contexto, se le acusó de provocar un conflicto bélico con Saladino por su ataque a la caravana que cruzó sus tierras, en 1187, pero, lo cierto es que Saladino habría buscado cualquier excusa para declarar la guerra, sabedor de que no tendría mejor oportunidad para conquistar el reino cristiano de Jerusalén que la que se había generado en aquellos años marcados por las luchas intestinas entre la nobleza, a raíz de la sucesión del rey Balduino IV.
Felizmente, hoy en día la figura de Reinaldo de Châtillon ha sido reinterpretada y revalorizada, siendo considerado, por la mayoría de expertos, como un gran estratega que, advirtiendo del peligro que suponía para el Reino de Jerusalén el ascenso al poder de Saladino, trató de evitarlo con ataques que minasen su popularidad entre los creyentes musulmanes. Pese a su aparente brutalidad, y falta de escrúpulos, Reinaldo era uno de los escasos comandantes cristianos que tenían una visión clara sobre cómo afrontar el conflicto contra sus vecinos musulmanes, abogando por los ataques preventivos como la mejor forma de evitar que sus enemigos, siempre muy superiores en número, lograsen reunir las suficientes fuerzas para aplastarlos (estrategia similar a la posteriormente emprendida por el estado de Israel en la Guerra de los Seis Días, 1967).
Finalmente, Reinaldo de Châtillon fracaso en su empeño y acabó siendo ejecutado por Saladino, pero su huella, como uno de los guerreros cristianos más valientes, y despiadados, aún perdura, e incluso los terroristas de Al-Qaeda usaron su nombre, en 2010, para enviar un paquete bomba.
Por último, recordar que, en 2005, el gran actor, Brendan Gleeson, encarnó a Reinaldo de Châtillon en la película: El reino de los cielos (Kingdom of Heaven), del director Ridley Scott. Una película entretenida, pero también llena de clichés, y en la que el personaje de Reinaldo es maltratado, e incluso, erróneamente se le muestra como un templario.
Fuentes y Bibliografía.
- Hamilton, B.: The Leper King and his Heirs: Baldwin IV and the Crusader Kingdom of Jerusalem. Cambridge University Press, 2005. ISBN-10: 0521017475.
- Lee, J.: God’s Wolf The Life of the Most Notorious of All Crusaders Reynald de Chatillon. Atlantic Books. Londres, 2016. ISBN-10: 1782399259.
- Nicolle, D.: Hattin 1187: Saladin’s greatest victory. Editorial Osprey. Oxford, 1993. ISBN 10: 1855322846.
- Nicolle, D.: Saladin. Editorial Osprey. Oxford, 1993. ISBN-10: 1849083177.
© 2007 (actualizado en 2022). Autor: Marco Antonio Martín García
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gracias por los datos, ahora entiendo mejor a este personaje retratado en la película «Kingdom of heart» .Me extraña que no esté en la saga «assasins creed».
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Pues si, habría estado bien que saliera en esa gran saga que es Assasins Creed, pero en el primer juego la historia es un poco posterior a la muerte de Reinaldo y esta basada en el asesinato, en 1192, de Conrado de Monferrat, señor de Tiro y rey consorte del Reino de Jerusálen…Este hecho real hizo famosa a la secta de los Hashashins, los asesinos comandados por el «Viejo de la Montaña»….Creo que habrá que hacer un articulo sobre el tema….Bueno, un cordial saludo.
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El viejo de la montaña.. justamente estoy leyendo (cada vez que puedo) el libro «alamut» de Vladimir Bartol, que trata sobre ese tema y es realmente apasionante. El poder que se puede ejercer convenciendo (lavandole el cerebro) a la gente es impresionante.
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Estoy completamente de acuerdo, no he leído el libro que recomiendas pero en cuanto pueda lo haré. Una cosa curiosa del primer viejo de la montaña es que, supuestamente, mando ejecutar a sus dos hijos, a uno por cometer un asesinato sin permiso y al otro por beber alcohol…
Respecto a lo de manipular mentes, pues es algo que desde la Antiguedad siempre ha estado y esta íntimamente relacionado con el poder político y con las religiones, en especial con la sectas…y que perdura hasta nuestros días, aunque quizás mas sutilmente (gracias a la Televisión). El uso de la fe, permitió que hombres inteligentes, pero que carecían de riquezas o títulos nobiliarios, consiguieran en muchas ocasiones un poder (y una riqueza) superior al de nobles y reyes.
Un cordial saludo.
El autor.
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[…] Reinaldo de Châtillon, c.1120-1187. […]
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